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Lecturas

Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social

Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social, de Simone Weil

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Y sin embargo nada en el mundo puede impedir que el hombre se sienta nacido para la libertad. Jamás, pase lo que pase, podrá aceptar la servidumbre; porque piensa. Nunca dejó de soñar una libertad sin límites, ya como una dicha pasada de la que algún castigo lo habría privado, ya como una dicha futura de la que sería acreedor debido a una especie de pacto con una providencia misteriosa. El comunismo imaginado por Marx es la forma más reciente de este sueño. Este sueño siempre ha sido inútil, como todos los sueños, y si ha podido resultar consolador, solo lo ha hecho como un opio; es hora de renunciar a soñar la libertad y de decidirse a concebirla.

Es la libertad perfecta lo que debemos esforzarnos en imaginar claramente, no con la esperanza de alcanzarla, pero sí con la esperanza de alcanzar una libertad menos imperfecta que nuestra condición actual; porque lo mejor solo es concebible a través de lo perfecto. Solo podemos dirigirnos hacia un ideal. El ideal es tan irrealizable como el sueño, pero, a diferencia del sueño, tiene relación con la realidad; permite, a modo de límite, ordenar situaciones reales o realizables de menor a mayor valor. No puede concebirse la libertad perfecta como algo que solo consista en la desaparición de esa necesidad cuya presión soportamos sin descanso; mientras el hombre viva, es decir, mientras constituya un ínfimo fragmento de este universo cruel, la presión de la necesidad no se relajará jamás ni por un instante. Un estado de cosas en el que el hombre tuviera tantos placeres y tan pocas fatigas como se le antojase no puede tener cabida, excepto como ficción, en el mundo en que vivimos. La naturaleza es, desde luego, más clemente o severa con las necesidades humanas según los climas y tal vez según las épocas; pero esperar la milagrosa invención que la vuelva clemente en todas partes y para siempre es casi tan razonable como las esperanzas puestas antaño en la fecha del año 1000. Por lo demás, si examinamos esta ficción de cerca, nos damos cuenta de que no nos perdemos nada. Basta con considerar la debilidad humana para comprender que una vida de la que prácticamente hubiera desaparecido la noción misma del trabajo sería abandonada a las pasiones y quizás a la locura; no hay dominio de uno mismo sin disciplina, y no hay más fuente de disciplina para el hombre que el esfuerzo requerido por los obstáculos exteriores. Un pueblo de ociosos se podría dedicar a crearse obstáculos, a ejercitarse en las ciencias, las artes, los juegos; pero los esfuerzos que proceden únicamente de la fantasía no constituyen para el hombre una manera de dominar sus propias fantasías. Son los obstáculos con los que tropezamos y que debemos vencer los que nos dan la ocasión de superarnos a nosotros mismos. Incluso las actividades en apariencia más libres: ciencia, arte, deporte, solo tienen valor en la medida en que imitan la exactitud, el rigor y el escrúpulo propios de los trabajos, e incluso los exageran. Sin el modelo que le proporcionan sin saberlo el labrador, el herrero y el marinero que trabajan como es debido, por emplear esta expresión de admirable ambigüedad, la humanidad se sumiría en la arbitrariedad pura. La única libertad que se puede atribuir a la Edad de oro es la libertad de la que gozarían los niños si los padres no les impusieran reglas; no es en realidad más que una sumisión sin condiciones al capricho. El cuerpo humano no puede en ningún caso dejar de depender del poderoso universo en el que está atrapado; si el hombre dejase de estar sometido a las cosas y a los demás hombres por las necesidades y los peligros, lo estaría aun más por las emociones que lo embargarían continuamente y de las que ninguna actividad regular lo protegería ya. Si debiéramos entender por libertad la mera ausencia de toda necesidad, estaríamos ante una palabra desprovista de toda significación concreta, pero entonces no representaría para nosotros eso cuya privación despoja a la vida de su valor.

Podemos entender por libertad otra cosa que no sea la posibilidad de obtener sin esfuerzo lo que nos gusta. Existe una concepción bien distinta de la libertad, una concepción heroica que es la de la sabiduría común. La auténtica libertad no se define por una relación entre el deseo y la satisfacción, sino por una relación entre el pensamiento y la acción; sería completamente libre el hombre cuyas acciones procedieran en su totalidad de un juicio previo acerca del fin que se propone y de la sucesión de los medios capaces de conducir a dicho fin. Poco importa que las acciones en sí mismas resulten fáciles o dolorosas, y poco importa incluso que se vean coronadas por el éxito; el dolor y el fracaso pueden afligir al hombre, pero no pueden humillarlo mientras él mismo disponga de su propia facultad para actuar. Y disponer de sus propias acciones no significa en modo alguno actuar con arbitrariedad; las acciones arbitrarias no proceden de ningún juicio y, hablando con propiedad, no pueden ser llamadas libres. Todo juicio se refiere a una situación objetiva y por ende a una serie de necesidades. El hombre vivo no puede en ningún caso dejar de sufrir el asedio de una necesidad absolutamente inflexible; pero como piensa, puede elegir entre ceder ciegamente al aguijón con el que ella lo espolea desde afuera o adaptarse a la representación interior que de ella se forja; y en esto consiste la oposición entre servidumbre y libertad. Los dos términos de esta oposición no son, por lo demás, más que los límites ideales entre los que se mueve la vida humana sin poder alcanzar jamás uno de los dos, pues de lo contrario dejaría de ser vida. Un hombre sería completamente esclavo si todos sus gestos se originaran fuera de su pensamiento, es decir, en las reacciones irreflexivas del cuerpo o en el pensamiento de otros; el hombre primitivo asaltado por el hambre, que solo reacciona ante los espasmos que retuercen sus entrañas, el esclavo romano siempre pendiente de las órdenes de un vigilante armado con un látigo, el obrero moderno que trabaja en cadena, todos se acercan a esta miserable condición. En cuanto a la libertad completa, podemos encontrar un modelo abstracto en un problema de aritmética o de geometría bien resuelto; porque en un problema, todos los elementos de la solución vienen dados y el hombre solo puede esperar ayuda de su propio juicio, único capaz de establecer entre dichos elementos la relación que por sí misma constituye la solución buscada.

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