Qué ver
La trilogía que mejor habla sobre “la violencia y la brutalidad” del mundo del trabajo
En 2015, el director francés Stéphane Brizé presentó en el Festival de Cannes, La ley del mercado. Ante los ojos del espectador se desplegaba un retrato despiadado y realista de las consecuencias de la crisis económica, el de un hombre de 51 años en paro sin ninguna oportunidad de conseguir un empleo. Era un 'apestado' del sistema. Demasiado mayor, demasiado cualificado… La cámara le seguía en un proceso de búsqueda de empleo en el que recibía humillación tras humillación. Así, hasta encontrar un trabajo donde la moral había que dejarla en casa. Una película tan dura como oportuna que hizo que Vincent Lindon ganara el premio al mejor actor.
Comenzaba así una trilogía sobre el mundo del trabajo que continuó con En guerra (2018), donde otra vez Lindon se ponía a sus órdenes para interpretar a un sindicalista lleno de rabia contra una fábrica que, con la excusa de salvar a la compañía, proponía un recorte salarial a cambio de proteger sus empleos durante cinco años. Un chantaje que luego se convierte en una trampa cuando la empresa decide cerrar.
De aquella película nació una duda. ¿Quiénes son las personas que comunican estas decisiones?, ¿quiénes son los jefes que se plantan delante de sus empleados para decir que hay que despedir o recortar los sueldos mientras los ejecutivos ganan una millonada? Su mirada, siempre atenta a lo que pasa en el mercado laboral, se detenía en gente que nadie suele mirar. Personas que no son obreras, pero que ejecutan órdenes que afectan directamente a la gente a la que ven día a día. Un ejecutivo medio que vuelve a interpretar Vincent Lindon en Un nuevo mundo, su nuevo filme que se estrena este viernes en cines. Una trilogía que clava el bisturí en un mercado laboral que ha aprovechado cada excusa para hacer a los trabajadores más precarios y más sumisos.
Fue durante el rodaje de la segunda entrega de esta trilogía cuando Brizé decidió que quería contar la historia desde un sitio desde donde normalmente no se hace. El director francés cuenta que una película le lleva a la otra. Para escribir el guion se reúne con trabajadores, les entrevista, le cuentan cosas y a partir de ahí construye su historia. En la película En guerra habló con varios ejecutivos, trabajó con ellos y se dio cuenta de que “toman decisiones que no siempre son serenas”. “Jamás pensé que había gente que podía tomar decisiones tan brutales, con una especie de convicción, cuando ni siquiera creían en la decisión que tomaban”, cuenta el director. Se refiere a ejecutivos como el que interpreta Lindon, capaz de despedir sin despeinarse a 50 trabajadores bajo la excusa de que es por el bien de la empresa.
Lo que Brizé descubrió es que esos trabajadores, eslabones perfectos en el engranaje del capitalismo, muchas veces despertaban y se daban cuenta de las consecuencias de sus actos. “Conocí a ejecutivos que sufren un momento de ruptura con su empresa. O bien porque les habían echado, o porque habían decidido irse, o porque se habían quemado y abandonado. Me contaron sus historias y todas tenían el mismo mecanismo. Por eso en esta película cambio el punto de vista y miro al brazo armado del sistema, no a los de abajo, porque esto es algo que normalmente no se representa en el cine porque no es sencillo. No es fácil contar historias con personas que son verdugos y víctimas, ¿cómo alguien se iba a compadecer de alguien que gana tanto dinero al mes o al año?”, explica.
El director tenía claro que quería un personaje que estuviera entre ambos mundos, el de los jefazos de las empresas y el de los obreros. Que pudiera ver “el sufrimiento de sus decisiones en las personas”. Se dará cuenta de que detrás de las cifras hay personas, y que cada recorte significa más inseguridad y peores condiciones para los que se quedan. Una persona que es parte imprescindible de la cadena de decisiones y que también está afectado por esas medidas. Con un estrés y un nivel de exigencia que hace que no puedan tener vida personal, algo que le contaban aquellas personas a las que entrevistó: “En todos los testimonios me contaban hasta qué punto impactó todo esto en su vida personal. Algunos consiguieron preservarla, pero la mayoría decían que sacrificaron su vida, y eso había que mostrarlo. Siempre la vida personal es la primera víctima”.
Si no se cambian las reglas del juego a nivel económico me cuesta creer que las consecuencias no vayan a ser más trágicas en muy poco tiempo
Un cine que escucha lo que ocurre en la calle y que lo plasma mientras otros miran para otro lado. Poco después de que Brizé estrenara En guerra, surgieron los chalecos amarillos. Muchos le decían que había adivinado el futuro, y él respondía que no, que solo miró donde había que mirar mientras otros no querían verlo. “Me decían que esa rabia estaba en mi película, porque hablaba de los mecanismos que llevan a esa rabia, y la violencia de los chalecos amarillos se había construido por esa rabia. Esa rabia nace de la desesperación. Es un mecanismo inevitable. Me hubiera gustado decir que sí, que veo el futuro, pero solo hago películas con lo que ya existe, simplemente mirando lo que ocurría desde hacía muchos años. Por tanto, si yo he visto eso, me pregunto cómo es posible que los que hacen estudios sobre estos temas parece que no lo ven, y esto significa que quizás 'no mirar' es un acto voluntario. La pregunta es, ¿quién se aprovecha de este crimen? Los accionistas de las empresas”, dice con contundencia.
Confiesa que la realidad es más dura que sus películas, y que en ocasiones suaviza sus historias porque parecerían inverosímiles si plasmara los testimonios reales de muchos trabajadores. “Todas mis películas son menos duras que la vida real”, asegura Brizé que cree que “los mecanismos del sistema, del capitalismo, son mucho más violentos” de lo que el cine puede mostrar. “Eso hace que me haga una pregunta sobre el capitalismo, sobre nuestra sociedad, ¿cómo es posible que lo que realmente ocurre no nos parezca real? Quizás para mostrarlo solo podamos ir a la farsa, porque esa realidad traducida a la pantalla parece una farsa por su violencia, por su indecencia y por su brutalidad”.
Una película que se vio en el pasado Festival de Venecia, pero que llega justo después de las elecciones francesas, donde Marine Le Pen y la extrema derecha ha vuelto a disputar la presidencia a Macron e incluso ha recortado distancias, algo que para Brizé es consecuencia de todo lo que se muestra en sus películas. “Llevamos 20 años de extrema derecha. Es la tercera vez que pasan a la segunda vuelta, así que no digamos que lo estamos descubriendo ahora. Esto no es una sorpresa para nadie. Pero eso sí, hace 20 años el presidente salía elegido con un 92% y ahora con un 58%. Hace 20 años fue un susto mayúsculo que Jean-Marie Le Pen llegara a la segunda vuelta y hubo millones de personas manifestándose. Ahora ya nadie sale a la calle. Se ve el intercambio Macron-Le Pen como algo normal de la democracia, cuando es una consecuencia de unas elecciones en las que Macron y otros antes que él han contribuido ampliamente”. Por ello, la visión de Brizé no es optimista: “Si no se cambian las reglas del juego a nivel económico, sin querer ser muy pesimista, solo siendo realista, me cuesta creer que las consecuencias no vayan a ser más trágicas en muy poco tiempo”.
JZ
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