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El intento de una liga de ricos fracasa pero los empresarios que la impulsaban ya cambiaron el negocio del fútbol

Partido entre el Real Madrid y el Barcelona, los dos únicos equipos que mantienen su apuesta por la Superliga, el pasado octubre.

Diego Larrouy

elDiario.es —

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Milton Keynes es una ciudad de las afueras de Londres creada en los años sesenta que en los noventa decidió tener un club de fútbol. Más bien quiso tener un gran estadio de fútbol, con más de 30.000 espectadores. Así lo impulsaron varios empresarios locales y multinacionales en pleno desarrollo de los nuevos barrios de la localidad. Contar con un estadio permitiría atraer a compradores a los comercios que se abrían a las afueras de la ciudad, como un Asda o un Ikea. El problema para todos estos empresarios es que no había un equipo en la ciudad capaz de llenar ese aforo. Por tanto, aprovecharon la situación crítica de muchos equipos ingleses a comienzos de este siglo para convencer a sus propietarios de que se trasladaran a la ciudad. El elegido fue el Wimbledon, un club londinense de la Premier League con más de 100 años de historia y cuyo terreno de juego se había quedado obsoleto.

El problema para los planes de estos empresarios fue que la afición no les siguió en su cambio. Los 70 kilómetros que separaban su barrio de origen de su nueva ubicación y la decisión de los propietarios de cambiar el nombre del club al de Milton Keynes Dons, motivó a muchos de ellos a crear un nuevo equipo, heredero del Wimbledon. Aunque la andadura del nuevo equipo empezó en la novena división inglesa, 20 años después el AFC Wimbledon, como se llama actualmente, milita en la Football League One (tercer nivel del fútbol inglés), la misma división que su rival, el MK Dons.

Al igual que ocurrió con el Wimbledon, los hinchas tampoco han seguido a los empresarios que han querido crear la Superliga, una muestra más de la complicada relación entre los inversores ajenos al fútbol y los sentimientos de los seguidores. Inglaterra, donde nació este deporte, ha sido el lugar donde más claramente se ha visto el rechazo a esta competición que unía a los clubes más ricos del continente e iba en contra de la actual estructura de fútbol europeo. Aunque el rechazo ha sido generalizado. Según una encuesta de Ipsos de los últimos días, dos de cada tres seguidores de las cinco principales ligas estaban en contra del proyecto. Gobiernos, federaciones y resto de clubes también han dado portazo a esta competición.

El fracaso de la Superliga ha sido también el del intento de crear en Europa una competición de fútbol al más puro estilo americano. No en vano, varios de los propietarios de clubes ingleses que iban a participar en esta competición provienen de las ligas profesionales de EEUU, como la de fútbol americano o la NBA de baloncesto. El modelo de competición era similar al que se prendía para la Superliga: un grupo de clubes que van a seguir sean cuales sean sus resultados. El acercamiento a un modelo empresarial como el de las franquicias estadounidenses, con licencias que se pueden comprar y vender para poder participar en la competición, se ha dado de bruces con el rechazo de la afición. Signo de ello fue que el dueño del Liverpool y del equipo de béisbol de los Boston Red Sox, John Henry, quien tuvo que salir a pedir perdón a los aficionados del club británico. “Quiero disculparme con todos los aficionados y los que apoyan al club de fútbol Liverpool por el trastorno causado en las últimas 48 horas”, aseguró en un vídeo.

Pero la Superliga no es más que un síntoma nuevo de cómo el fútbol ha cambiado en las últimas décadas, a medida que cada vez más empresarios y mayores fortunas han puesto su pica en este deporte. Todo comenzó cuando a principios de los noventa, los principales clubes ingleses crearon la Premier League incentivados por el magnate Rupert Murdoch que pagó una factura millonaria por los derechos televisivos. Esta práctica se repitió en el resto de países europeos y el aumento de los ingresos por las retransmisiones y los patrocinios se convirtieron en un imán para inversores. Varios clubes ingleses salieron a Bolsa en los noventa y, con el cambio de siglo, llegaron los magnates. Desde el petróleo a Wall Street pasando por las fortunas árabes. Millonarios cuya relación con el fútbol no siempre estaba clara se hacían con clubes centenarios muy vinculados a sus territorios.

Pero el interés de estas inversiones no estaba en los aficionados que pagaban su abono y acudían cada domingo a la grada para gritar con sus vecinos vestidos con los colores de su equipo. De hecho, en ocasiones, se les ha cambiado y desplazado de sus históricos estadios. En España existen distintos casos, aunque el más reciente es el del Atlético de Madrid, que dejó en medio de una operación urbanística el barrio de Arganzuela donde tenía su hogar desde los años sesenta, para jugar en el patrocinado Wanda Metropolitano, en la otra punta de la ciudad. El Arsenal también cambió Highbury tras más de 90 años para jugar en el también patrocinado Emirates Stadium. O el Manchester City, que abandonó el vetusto Main Road, con 80 años de historia, por el Ettihad Stadium.

Desde el estallido de las ligas profesionales en los noventa y la llegada de los nuevos empresarios al fútbol a comienzos de los 2000 el protagonismo de los ingresos por la asistencia a los campos ha pasado a un plano menor. En el año 2005, uno de cada tres euros ingresados por los clubes más ricos de Europa procedía del “día del partido”, según los informes anuales que realiza la consultora Deloitte sobre la facturación de estos equipos. Una década después, en 2014, la cifra había caído hasta el 20%. En 2019, últimos resultados sin tener el impacto del cierre de los estadios al público por la pandemia, era ya solo el 14%. Los patrocinios y los derechos televisivos han ganado la batalla como los principales ingresos para el fútbol.

Los clubes fundadores de la Superliga intentaron justificar su órdago a la UEFA apelando al interés del aficionado, pero la entrevista que concedió Florentino Pérez este miércoles en la SER dejaba claro que el objetivo era el dinero de los derechos audiovisuales y los patrocinios. “Son los equipos que tienen más redes sociales, más seguidores, se puede sacar bastante más dinero que con la Champions”, defendía el impulsor de este campeonato. “El fútbol hay que salvarlo”, sentenció el presidente del Real Madrid.

El líder de esta revuelta de los clubes ricos justificó que el objetivo era atraer a los jóvenes. “Los jóvenes ya no ven el fútbol”, subrayó. Más allá de los cambios en el consumo de productos audiovisuales que se hayan producido en las nuevas generaciones, el empresario esquivó el tema de los precios. Un ejemplo. Acudir al estadio a ver un partido de fútbol cuesta, en el caso del Real Madrid, 86,6 euros de media, según datos de la UEFA. Si además se suma ir con la camiseta del jugador preferido, el precio ronda habitualmente los 100 euros. La alternativa de ver el partido en casa no es mucho más económica. Desde hace unos años el fútbol en abierto se ha reducido al máximo y hay que ser cliente de plataformas de pago, especialmente en las competiciones europeas. Más allá de ofertas temporales, la factura de un servicio de televisión con todo el fútbol puede superar los 100 euros al mes. No todos los salarios en España pueden asumir hoy en día la afición al fútbol.

Este grupo de equipos lamentaba la pérdida de ingresos durante el año pasado por la crisis del coronavirus, los estadios cerrados y el freno en los derechos televisivos. Sin embargo, omiten que en la última década los ingresos de los equipos de fútbol se han disparado un 80%, hasta los 21.000 millones en 2018, último dato recogido por la UEFA. En este periodo, los ingresos por derechos audiovisuales se incrementaron un 114% y los patrocinios han crecido más de un 75%. Por contra, los ingresos por entradas han subido mucho menos, un 26%, dando muestra de su pérdida de protagonismo.

El precio de los derechos televisivos se ha ido multiplicando cada vez que salían a subasta. Por ejemplo, en España en la temporada 2012/2013 se ingresaron 845 millones de euros. Para la temporada actual estaban previstos más de 2.000 millones, entre la emisión nacional y la internacional. Lo mismo ocurre para el resto de grandes ligas europeas. A ello hay que sumar los más de 2.000 millones de euros que generan las competiciones continentales, según la UEFA, y que ahora pretendían elevar los creadores de la Superliga.

También los patrocinios y los ingresos comerciales se han disparado. Los 15 clubes que más ingresan por esta vía recibieron 1.000 millones hace una década. En 2018 han sumado 1.900 millones. Y en esto han tenido buena parte de culpa las casas de apuestas, cuyo negocio en torno al mundo del fútbol se ha disparado en los últimos años y buena muestra de ello han sido las camisetas de los equipos. Es fácil ver en ligas como la inglesa o la española la cantidad de camisetas con publicidad de apuestas, algo que en España tiene como fecha límite este verano, ante la ley que limitaba estas publicidades realizada por el Ministerio de Consumo. Según la UEFA, el juego es el segundo sector que más camisetas patrocina en Europa, solo por detrás del comercio.

La hiperinflación del fútbol

El aumento de los ingresos por televisión y patrocinios han impulsado a los grandes empresarios que apostaron por entrar en el fútbol a realizar inversiones millonarias en fichajes y en salarios. Con ello, equipos que en el pasado eran secundarios en sus respectivos países como el Chelsea, el Manchester City o el PSG, se han convertido en clubes todopoderosos y los controles financieros que ha impuesto la UEFA no han logrado controlar esta gran inflación en el fútbol. Los 20 fichajes más caros de la historia del fútbol se han realizado en la última década. Según los datos de la UEFA, en 2018 los clubes europeos, principalmente las cinco ligas más grandes, se gastaron más de 8.000 millones de euros en fichajes, frente a los 3.000 millones de una década antes.

La Superliga traía consigo la ruptura definitiva entre la clase alta del fútbol y las clases medias y bajas, y la conversión del fútbol en el producto de consumo definitivo alejado de las aficiones. Pero este no es un problema nuevo ni exclusivo de los clubes creadores de la nueva competición. Un ejemplo de ello es el afán de las competiciones como La Liga o la Serie A italiana, opuestos a la Superliga, por atraer a los telespectadores de Asia o de Norteamérica.

El intento por buscar ingresos fuera de los límites tradicionales de estas competiciones ha llevado, por ejemplo, a intentar en 2019 que un Barça-Girona de liga se celebrara en Miami, que la Supercopa de España se celebrara en Arabia Saudí, o que se hayan modificado los horarios de los partidos para adaptarse a menudo a las respectivas diferencias horarias con estos nuevos mercados. De nuevo, el aficionado local perdía protagonismo sin necesidad de una nueva competición de la élite.

El sumun de esta estrategia es el próximo mundial de Catar, que está previsto que se celebre el año que viene. La FIFA y la UEFA, hoy firmes opositores a la Superliga, decidieron conceder al país árabe la organización de este evento pese a que se trata de un lugar sin gran cultura futbolística y cuyo clima obliga a cambiar el calendario del fútbol para que se celebre en noviembre y no en verano, como es costumbre. A ello se sumó el escándalo revelado por distintas investigaciones sobre la compra de votos o los graves problemas de derechos humanos y laborales que tiene este país. Recientemente ha comenzado en Europa la clasificación para ese torneo y algunas federaciones como la Noruega han llamado al boicot del campeonato.

Otro problema que agravaba la Superliga era la conversión del fútbol en un deporte de élite. Pero como ocurría respecto a la mercantilización, esto ya se produce sin necesidad de una competición para ricos. Los creadores de este campeonato, junto con el Bayern de Múnich y el PSG, se han convertido en una clase totalmente diferenciada del resto pudiendo permitirse la realización de los fichajes más caros, ofreciendo los mayores salarios y acumulando, en algunos casos, los mayores ingresos televisivos. La hiperinflación en el fútbol es una constante de los últimos años. “El problema no es mejorar los ingresos, sino aplicar un control a los gastos”, señalaba este jueves el presidente de La Liga, Javier Tebas, rodeado de algunos de los presidentes de clubes de primera división.

Y con estos mimbres, crece el mercado de la nostalgia futbolística. Revistas, libros o tiendas con camisetas vintage que reivindican otros tiempos en el fútbol aglutinados bajo un lema: “odio eterno al fútbol moderno”.

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