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Opinión Economías

Una economía mundial trastocada que también deprime la demanda interna

Venta de alimentos y artículos de limpieza en una tienda de comestibles Whole Foods en Washington, DC. En una imagen de archivo. EFE/EPA/Jim Lo Scalzo

Mara Pedrazzoli

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Las perturbaciones de los precios de los alimentos y la energía son el último capítulo de una economía mundial cuyos avatares han tomado la primera palabra. La desaceleración del crecimiento y el riesgo de estanflación son el episodio siguiente. Un mundo más recesivo, en gran medida como consecuencia de la guerra, y con un dólar caro, producto de la propia política norteamericana para contener la inflación, retrasarán nuestra recuperación al tiempo que exacerbarán las presiones devaluatorias que enfrentamos dada la carencia de reservas.

A nivel mundial, se combinaron para causar estragos en los mercados de alimentos: las interrupciones en las cadenas de suministro provocadas por la pandemia, las catástrofes ambientales cada vez más intensas y frecuentes y la guerra en Ucrania, que ha bloqueado en sus puertos millones de toneladas de suministros vitales y también ha provocado una escasez masiva de fertilizantes que amenaza la producción. 

América Latina, Europa del Este y Asia reciben hasta el 30% de sus provisiones de fertilizantes de Rusia. El índice de precios Green Markets North America, que rastrea los costos de la urea, la potasa y el fosfato de diamonio, se disparó un 42% desde que comenzó la invasión a fines de febrero. El pico lo alcanzó entre marzo y abril, al igual que el trigo, la soja y el maíz cuyos valores en el último mes han tendido a acercarse a los niveles previos a la guerra. Aún así, el precio promedio de los alimentos se ubica un 23% arriba de los valores de 2021 si tomamos como dato el índice de junio elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés). 

En los últimos meses hubo precios récord en cereales, productos lácteos, carnes, azúcares y aceites vegetales, según la FAO. En Argentina la inflación en alimentos al mes de junio llegó al 66,9% interanual; al efecto de la inflación global o “importada” (que por el mes de abril subrayaba el ex ministro de Economía) se suma el impacto de la devaluación del peso (del 30% interanual al mes de junio) y el aumento de otros costos, como los laborales y de transporte. En Estados Unidos la inflación en alimentos alcanzó los dos dígitos (un 10% interanual en junio) por primera vez desde comienzos de la década de 1980, impulsada principalmente por los costos de los fertilizantes y los problemas logísticos.

El año pasado los y las economistas discutían si el fenómeno inflacionario de Norteamérica era transitorio o persistente, recordemos que los principales escollos se encontraban en el surgimiento de cuellos de botella en distintas ramas de la producción que impedían el normal abastecimiento de la demanda. Un año después, la inflación norteamericana se ha duplicado insuflada por una inusual combinación de precios altísimos de la energía y los alimentos. Es una inflación que afecta directamente a la vida de los hogares como en pocos episodios de la historia reciente.

En Europa la inflación se cuadriplicó desde un año atrás al presente; es importante notar eso: que aunque los niveles inflacionarios sean menores en esos países, el cambio de la tendencia fue mucho más abrupto. El mundo está desconcertado, la preocupación se extiende entre los hogares de las naciones más desarrolladas. Aumenta el precio de los alimentos, de los combustibles y de los servicios públicos como en Argentina; ahora podemos sentarnos en la foto con el resto del mundo.

La inflación de junio en la zona euro batió un nuevo récord desde la creación de la moneda común; ascendió a 8,6% interanual, pero los precios de la energía subieron 42%. En el caso de Europa, su importante dependencia de la energía rusa ha provocado estragos en el contexto de la guerra: comienzan a hacer mella las sanciones contra el carbón y el petróleo rusos (suspensión de las importaciones), unidas a los cortes de gas decretados por el Kremlin como respuesta. Cabe notar que si bien las compras del “combustible fósil más sucio del mundo” ya venían disminuyendo (en un 50% provenían de Rusia), no ocurría lo mismo con las importaciones de petróleo o gas natural (explicadas en un 25 y 45%, respectivamente, por Moscú).

Alemania, que es la tercera potencia manufacturera del mundo y poseedora del mayor superávit de cuenta corriente del sistema global en relación al producto y la población, experimentó en el mes de mayo el primer déficit comercial desde el año 1991. El rojo comercial, de unos -US$1.200 millones, fue provocado por el aumento en el precio de la energía. La emergencia energética ha forzado al gobierno a reabrir las plantas de generación a base de carbón que habían sido clausuradas en los últimos años y, en caso que la situación se agrave, se volverán a abrir las plantas de generación de energía nuclear que Merkel había cerrado 10 años atrás. Esto contradice claramente las ambiciones ambientalistas de la República Federal.

Como un cuento contado de atrás hacia adelante se observa el timming de la política argentina. Mientras Alemania ensaya un conjunto de medidas para compensar el fuerte repunte del precio de la energía, como un pago único de €300 a cada contribuyente y la rebaja temporal del precio de los combustibles y del boleto del transporte público, en Argentina ponemos en práctica la desarticulación del esquema de subsidios a la energía.

Si a comienzos de año nos preguntábamos por el efecto de la guerra sobre nuestro país, si impactaría más el aumento del precio de la energía o la suba de las commodities agrícolas que exportamos, llegando al segundo semestre tenemos una evaluación más clara de la dinámica de las reservas internacionales: no alcanzan. El saldo acumulado por el Banco Central en lo que va de 2022 fue de US$950 millones, mientras en igual periodo de 2021 había comprado unos US$7.400 millones. Los precios de las commodities desaceleran y aún así el sector agropecuario retiene exportaciones porque especulan con una devaluación. Los factores domésticos en Argentina muchas veces priman.

Los bancos centrales de las principales potencias del mundo han endurecido su política monetaria ante una inflación que les come los talones. El objetivo es que la dinámica de precios vuelva a ubicarse en el corredor del 2% interanual; algo que con certezas no ocurrirá este año ni el próximo. De modo que el rigor monetario continuará y exacerbará los problemas que enfrenta la recuperación económica en varios países del mundo. Tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo enfrentan presiones para subidas de la tasa de interés más extremas, como ocurre en Argentina con las tensiones devaluatorias. Estados Unidos tiene menos riesgo porque posee una tasa de desempleo ultra baja. En Europa el aumento de la tasa de interés podría ocasionar que se disparen las primas de riesgo en algunos países como ocurrió en 2011, por eso el BCE ensaya un mecanismo antifragmentación. En Argentina los riesgos son de una aceleración inflacionaria fruto de la devaluación.

La inflación global se ha tornado un problema persistente, como la historia económica no conocía desde hace cuarenta años atrás. El crecimiento económico se ha visto flaqueado, la guerra en Ucrania lo está exacerbando todo. Esta situación tiene repercusiones inminentes sobre Argentina, que deberá mostrar fortaleza y coherencia política para evitar una crisis.

Magister en Economía (UBA) y miembro del Departamento de Economía Política del Centro Cultural de Cooperación. Integrante del colectivo de economistas feministas Paridad en la Macro.

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