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ANÁLISIS

¿Dónde hay un dólar, viejo Guzmán? En los intereses del FMI

Guzmán y el representante argentino ante el FMI, Sergio Chodos, en diálogo virtual con el de Estados Unidos ante ese organismo.

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Tita Merello puso de moda el tango ¿Dónde hay un mango? , escrito por Ivo Pelay a principios de la década del ‘30 como reflejo de la crisis de liquidez que se vivió en el mundo después del Crack de la bolsa de Nueva York, en 1929. El tamaño de la piña que se dieron los inversores globales durante aquel episodio hizo que el dinero prácticamente desapareciera del planeta durante casi diez años. La Gran Depresión golpeó, también, a la Argentina que, en 1930, vivió el primero de una serie de golpes de estados que, en el fondo, buscaba una respuesta no institucional a la pregunta del tango de Pelay: “¿Dónde hay un mango?”

Casi cien años después, la pregunta sigue siendo la misma. Ya no se habla de “mangos”, ahora directamente los que escasean son los dólares. Y el encargado de conseguirlos es el ministro de Economía Martín Guzmán.

La Argentina necesita US$5.000 millones de dólares adicionales para cubrir el bache entre ingresos y egresos que tendrá en 2021. Y es eso lo que discute el ministro por estos días con el Fondo Monetario Internacional: de dónde saldrán los dólares para cubrir esa grieta.

Nadie se permite dudar sobre un acuerdo con el FMI, acuerdo que llegaría, a más tardar, en abril. Lo que se discute es quién pondrá los fondos que necesita Argentina para cubrir su déficit primario para el año que llega y, sobre todo, a qué tasa deberá devolver la Argentina esos millones de dólares extra (además de los US$44 mil millones que el FMI le dio irresponsablemente a la administración Macri).

En el Fondo saben que pedirle a la Argentina que transite el año próximo con déficit cero, como intentaron Fernando de la Rúa y Mauricio Macri con casi 20 años de diferencia antes de irse los dos dejando a la Argentina en default, es una quimera.

Déficit cero, en medio de una Pandemia, con todos los países gastando más de lo que generan, es un camino inviable.

La discusión más importante no parece ser la de esa inyección de dinero inicial sino la de la tasa de interés con la que Argentina le devolverá al FMI los casi US$50.000 millones que pasará a deberle después del acuerdo.

Esa es la primera certeza que comparten los enviados de Argentina con el FMI. No se pueden usar herramientas ortodoxas para enfrentar el déficit fiscal. Argentina registró el año pasado un déficit fiscal primario de $95.121 millones (US$1.149 millones), lo que equivale al 0,44% del PBI del país. El proyecto de Presupuesto 2021 proyecta que el déficit primario será equivalente al 8,3% del PBI en 2020 y al 4,2% del PBI el próximo año. Es decir, vamos a gastar inexorablemente más de lo que generaremos. El cuadro general no permite ilusiones. La economía argentina viene en recesión, con una caída del PBI del 2,5 % en 2018 y del 2,2 % en 2019. Para 2020 el Gobierno proyecta un derrumbe del 12,1%.

La segunda certeza es que Argentina necesita una tasa de interés subsidiada para revertir el declive e iniciar una recuperación que posibilite el repago de las deudas.

No sólo no se puede hacer un ajuste fiscal cuando nadie lo está haciendo. También hace falta dinero barato para revertir la caída. Lo saben y lo comparten los negociadores de Argentina y el FMI. El Gobierno de Brasil, por ejemplo, el histórico principal socio comercial de Argentina en los últimos 20 años, se encamina a cerrar el 2020 con un déficit presupuestario primario de US$ 157.000 millones de dólares. Eso sin contar los intereses de la deuda que tiene que pagar. Brasil puede darse el lujo de tener ese rojo porque consigue prestamos en el mercado internacional a tasas razonables que le permiten financiarlo.

La Argentina no tiene esa opción. Por esas cosas del riesgo país, a Brasil los inversores privados le prestan al 5% anual. Para la Argentina esa tasa está en el orden del 16% anual.  

Claro que lo que se denomina riesgo país no es otra cosa que un índice elaborado por un banco privado que, día a día, testea el humor de los inversores para determinar qué sobretasa debería pagar un país por encima de lo que paga Estados Unidos si ese día pidiera prestado dinero. Y no queda claro que el FMI deba usar esa referencia a la hora de renegociar la deuda con la Argentina. Ese es el dilema que enfrentan la Argentina y el FMI: necesitan que la segunda economía de Sudamérica crezca luego de tres años de recesión y los dos saben que no podrá hacerlo recurriendo a recetas ortodoxas de ajuste del gasto público. Tampoco habrá un crecimiento genuino si renegocia deudas con tasas que después no podrá pagar.

En principio, el FMI no quiere aparecer prestándole de nuevo a la Argentina después de que el dinero que le mandó a Macri se evaporara. Sugiere, por eso, que ese dinero extra llegue de manos de los bancos multilaterales: el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y la CAF.

Resulta impensable que los multilaterales puedan desembolsar, en un solo año fiscal, esa suma. Cuando mucho, dicen los negociadores, podrán prometer que prestarán en el largo plazo una cantidad cercana a los US$3.000 millones para distintos proyectos (que, a su vez, habrá que imaginar, diseñar la licitación y poner en marcha). Pero, desembolsar en un año dinero fresco es otra cosa. Hay quienes se ilusiones con la llegada de US$1.000 millones de dólares para programas, como hizo el BID después de la crisis de 2001, cuando se creo el plan Jefes y Jefas de Hogar. Pero los otros US$4.000 millones deberían llegar del FMI con algún nombre todavía por definir.

La discusión más importante, sin embargo, no parece ser la de esa inyección de dinero inicial sino la de la tasa de interés con la que Argentina le devolverá al prestamista de última instancia los casi US$50.000 millones que pasará a deberle después del acuerdo.

Macri accedió a pagar hasta 4,96% en el caso de que los fondos fueran devueltos después de los tres años. Las actuales autoridades económicas consideran “usuraria” esa tasa y quieren, además de tres años de gracia para comenzar a pagar la deuda, que baje a niveles cercanos al 1%. Y es en ese punto donde las discusiones se vuelven a quemarropa. Cada punto que Argentina logre descontar en la tasa de interés con el FMI significa un ahorro de US$ 500 millones al año. Martín Guzmán estudió en Estados Unidos y habla un inglés perfecto, pero es un peronista hecho y derecho. Así se los dejó claro antes de asumir como Ministro, cuando subió a su cuenta de twitter la versión de “la marcha” de David Guetta para explicar lo que él considera es el “capitalismo progresista” del siglo XXI (inspirado por según su maestro, el premio Nobel Joseph Stiglitz).  

Quizás el peronista Guzmán no consiga llevar la tasa a ese nivel, admiten cerca del FMI. Pero lo cierto es que si consigue reducirla a la mitad, ya habrá obtenido un ahorro en dólares considerable.  

La que finalmente sea la tasa acordada le servirá de referencia para iniciar otra renegociación importante, la renegociación de la deuda con el Club de París. Como la administración Macri defaulteó alegremente un vencimiento de capital de US$1.000 millones, esa deuda ajusta ahora a una tasa de interés del 9%, un verdadero despropósito cuando se la compara con el 4% de promedio que el mismo Club le cobra a los países emergentes. El Club de París sabe que, después del acuerdo con el FMI, le tocará sentarse a revisar el acuerdo con Argentina.

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