La paritaria ingresa en el terreno inexplorado de la alta inflación
La apertura de la ronda de discusiones salariales en este 2022 se produce en un contexto inédito para la negociación colectiva. Mientras que durante la posconvertibilidad las paritarias por actividad económica se convirtieron en el mecanismo decisivo de determinación salarial, hasta ahora nunca se han enfrentado a una inflación internalizada en niveles del 50% anual.
Si bien en 2019 ya se había alcanzado una inflación record del 54%, aquel año las expectativas de inflación para el año siguiente aún eran a la baja y se esperaba que descendiera a la zona del 42%. Luego irrumpió la pandemia, 2,5 millones de personas perdieron su empleo y la discusión por salarios se suspendió transitoriamente. Cuando en 2021 se retomó la paritaria, ese contexto de desinflación le daba algo de legitimidad a la pauta oficial, que inicialmente se había orientado en torno al 29%/ 30%. Sin embargo, el temprano incremento que tuvieron los precios internacionales de los commodities y la reactivación de la actividad económica despertaron a la inflación, que terminó acelerándose a un 52% en diciembre de 2021.
Frente a la sorpresa inflacionaria de 2021, a la paritaria le fue mal. De acuerdo con el RIPTE, el salario promedio de 2021 resultó un 3,2% menor al de 2020. Los números reflejan la sensación de desencanto respecto a las expectativas de recuperación salarial. 2021 fue el cuarto año consecutivo en que se registró una caída del poder adquisitivo: el último año de crecimiento había sido en 2017, cuando el salario tuvo una mejora efímera, posibilitada por el endeudamiento externo desmedido que sostuvo la apreciación cambiaria y contuvo la inflación.
Pero si la “película” de estos años muestra un panorama de sostenido deterioro del poder adquisitivo, en la “foto” de fines del año 2021 se ve que el salario tuvo un pequeño respiro. El RIPTE a diciembre 2021 le ganó por un 1,6% a la inflación, en comparación al salario de diciembre de 2020. Esto implica que la paritaria en 2021 no fue mala en términos de cifras, pero llegó demasiado tarde. Si los aumentos no se hubieran demorado hacia el segundo semestre, el salario podría haberse defendido mejor.
Con el reconocimiento a la inflación pasada que los principales convenios colectivos tuvieron a principios de 2022, se termina por configurar un escenario donde el salario habrá crecido un 54% entre puntas, considerando marzo y abril como meses de referencia. Es el número de cierre para Comercio, Construcción, Sanidad, Estatales nacionales, Docentes PBA, entre otros convenios de magnitud. Gracias a esta recuperación sobre el final, el piso desde el que parte la paritaria 2022 es más elevado y contribuye a acercar dos objetivos que a primera vista parecieran ser más bien distantes. Por una parte, la largamente demorada expectativa de recuperación salarial y que se llegue a 2023 con dos años seguidos de mejora del poder adquisitivo. Por otra parte, el objetivo de moderación nominal que declaró el Ministerio de Trabajo (inicialmente, un 40%, que acaso se flexibilice hacia el 45%).
¿Puede crecer el salario real en 2022 si se firman paritarias del 45%, frente a una inflación esperada del 55%? Aunque suene paradójico, esto puede ser posible. La clave será que, a diferencia de lo que ocurrió en 2021, los acuerdos lleguen a tiempo y haya mecanismos de revisión adecuados ante eventuales sorpresas inflacionarias. Pero a la vez no será para nada sencillo, dado que la historia de la negociación colectiva muestra que no está preparada como institución para soportar siquiera inflaciones superiores al 30%.
En un trabajo reciente que publicamos con Ariel Lieutier y María Monza, mostramos que cada vez que la inflación superó esa barrera nominal, la paritaria resultó insuficiente. Existen cuatro escenarios posibles, según cómo se combinen la evolución de la inflación y del salario. El de inflación creciente con salario real decreciente es el peor de ellos y la economía se viene desplazando hacia esa dirección desde 2016. Lo ha hecho, además, perdiendo algunas de sus virtudes originales, porque los acuerdos se han vuelto más dispersos, con algunos convenios que lograron ganar algunos años y un amplio espectro de convenios que perdieron en proporciones muy diversas.
Las primeras señales del 2022 muestran que la inflación mantiene diversos factores de impulso real. La débil posición de reservas del BCRA y la necesidad de comenzar a acumularlas ya de por sí impedían echar mano al ancla cambiaria para moderar los precios, que en su categoría núcleo (sin efecto regulados y estacionales) ya corrían al 55%. Sumado a eso, los precios internacionales de materias primas ingresaron en un nuevo ciclo alcista, de alcances aún desconocidos. Desde el comienzo del año se registraron aumentos del 54% en el trigo y 62% en el petróleo, que tendrán impacto tanto en alimentos y combustibles como en las tarifas de luz y gas.
Descartado el escenario de moderación de la inflación, la incipiente recuperación salarial de fines de 2021 sólo se podrá sostener si la negociación colectiva ingresa en un terreno inexplorado. Paritarias con mayor nominalidad que en la historia reciente (acaso compensadas mediante sumas fijas que, además, tienen un efecto distributivo progresivo) y con acuerdos que formalmente pueden no ser más cortos, pero que en términos prácticos concentren gran parte del aumento en los primeros meses. El riesgo de este camino es que la propia dinámica de salarios se vuelva una fuente adicional de inestabilidad nominal, pero frente a los cuatro años de pérdida salarial acumulada (-20% respecto a 2017), la situación social exigirá que las negociaciones estén a la altura. Las claves para administrar ese riesgo será establecer una pauta de incremento legítima, contener la dispersión entre acuerdos y alcanzar una coordinación ajustada con el sendero de evolución de los precios.
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