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La economía del conurbano
Entre pasillos vacíos y después de meses sin trabajar, los feriantes se ilusionan con un repunte

Feria Senzabello, en Florencio Varela

Delfina Torres Cabreros

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“Mirá, esto es antes de la pandemia. Infernal”. Marcelo Pérez, administrador de la feria Senzabello, en Florencio Varela, muestra un video en su teléfono celular. Se ve el estacionamiento de tierra abarrotado de autos, puestos que desbordan la superficie del gran galpón y se instalan en los alrededores; hombres y mujeres con las manos cargadas de bolsas en la compacta marea humana de los pasillos. Pérez sostiene el celular en alto y la imagen contrasta con lo que se ve a su espalda: los mismos pasillos, pero vacíos; puestos con las persianas bajas, las máquinas de juegos infantiles con luces que titilan sin tentar a nadie, dos perros echados en medio del suelo de cemento, justo sobre las flechas que trazan el sentido de circulación sugerido. 

Según el cálculo de los administradores y el de algunos de los comerciantes que, aburridos, chequean sus celulares en los puestos, el flujo de clientes no supera el 40% de lo que era habitual antes de la pandemia. De todos modos, es mejor que nada; hasta octubre la actividad estuvo totalmente parada y, para conservar sus lugares y su mercadería a salvo, los comerciantes debieron seguir pagando el alquiler, que ronda los $15.000 al mes. 

La feria Senzabello —que en realidad se llama San Juan Bautista pero es conocida por el nombre de la avenida en la que se encuentra— fue la primera en abrir en todo el conurbano bonaerense. En un primer momento se montaron los puestos en el playón del estacionamiento y en diciembre, antes de las fiestas de fin de año, volvieron a abrir las puertas del predio techado. 

“No vendimos nada. Espero que ahora en marzo, con la vuelta de clases, la gente venga más”, dice Nora, que tiene un local de plantas y macetas justo enfrente de una de las atracciones religiosas de este paseo. Una gruta amplia y celeste con la imagen de santos y vírgenes, flores de plástico y un cartel que dice: “No arrojar billetes, perjudican a los peces”. 

En el lugar hay 500 puestos, pero por protocolo sólo la mitad está abierto y los comerciantes aprovechan para extender su mercadería sobre las persianas vacías. Los maniquíes y las perchas le dan algo de vida a pasillos que, de otro modo, serían eminentemente grises. Remeras de niño por $350, zapatillas por $2.000, shorts de baño por $800. Tal vez si no hubiera parlantes atronando música por todas partes el silencio sería absoluto, apenas algún comerciante conversando con el vecino.  

Quienes son dueños debieron seguir pagando el puesto y los empleados dejaron de percibir su salario. “Mi jefe me dejó de pagar, pero me ofreció mercadería para vender por internet”, cuenta Silvina, de un local con hileras de perchas dispuestas hasta muy alto que baja y sube con un palo. Son más de las 12 del mediodía y en el par de horas que lleva con el local abierto recibió sólo algunas consultas, ninguna venta. Silvina excusa a su suerte: los viernes suelen ser tranquilos. 

Como ella, la gran mayoría de los empleados debieron cambiar provisoriamente de rubro o incursionar en un nuevo canal para vender su mercadería los siete meses que el paseo de compras estuvo cerrado, desde abril a octubre. Cristina, que trabaja en la feria desde que se inauguró hace 26 años —en esa época apenas carpas de invernadero montadas sobre el relleno de una vieja cantera— hacía las mismas facturas que ahora tiene sobre la mesa prolijamente cubiertas con nylon, pero las vendía en su casa a vecinos, familiares y amigos. 

Por ser una feria minorista, el grueso de la mercadería que se exhibe en la Senzabello proviene de la Salada o del barrio porteño de Flores, aunque también hay algunos productos importados de China. El rubro más exitoso es el de indumentaria y arrastra la suba de precios registrada en textiles y calzado que, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), en el Gran Buenos Aires fue de 59,3% en enero, comparado con el mismo mes de 2020. Según explica Alicia Hernández, gerente general de la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria (CIAI), esa suba no se evidencia en la ropa “de marca” sino justamente en el segmento “masivo” e informal, que representa alrededor del 60% del mercado y se concentra en el barrio de Flores, en los mayoristas de Once y en la feria de La Salada. 

Walter Godoy, presidente del Sindicato único de Trabajadores de Ferias de la República Argentina, asegura que el sector de las ferias y saladitas abarca a cerca de 3,6 millones de trabajadores. “Es el segmento más grande dentro de la economía informal”, resume. Mientras camina por los pasillos cuenta a elDiarioAR que a la mañana estuvo en la casa del expresidente Eduardo Duhalde quien, en sus palabras, le aseguró que “el único motor disponible para reactivar la economía del conurbano es la feria”.  

El sindicato impulsa la creación de un Registro Nacional de Feriantes Argentinos, del que la Secretaría de Empleo del Ministerio de Trabajo ya tiene un borrador. El registro permitiría tener un mapa de este sector y, según los objetivos que señala el texto provisorio, direccionar políticas públicas diferenciales para el sector y avanzar con su regularización. Sería de inscripción voluntaria para los feriantes, pero obligatoria para empleadores y empresarios.

Godoy argumenta que, de haber tenido un registro acabado de este segmento, el Gobierno podría haber llegado con medidas de alivio más precisas durante los primeros meses de la pandemia, en los que el comercio estuvo prácticamente paralizado.

Por otro lado, solicita la creación de una categoría de monotributo específica para el sector, un “monotributo feriante”, motivo por el que Godoy mantuvo reuniones con la titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), Mercedes Marcó del Pont, y otros funcionarios. Según argumenta, esto les permitiría hacer aportes progresivos hasta equipararse con el régimen general y tener los mismos beneficios. 

“Estamos trabajando en eso”, dijo a este medio el ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, quien admitió que “el sector de las ferias la pasó muy mal al comienzo de la pandemia”. Sobre el pedido específico de los feriantes, sostuvo que existen dos opciones: generar una instancia nueva del monotributo o adaptar el monotributo social a sus necesidades específicas. “Las dos son posibles”, anticipó.

DT

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