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PERFIL

“Cool” por fuera, autoritario por dentro: el ascenso de Bukele en El Salvador

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, llegando a votar en San Salvador.

Carmen Quintela

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“Si nuestra política es mala, imagínenla si no existieran periodistas”. “Vos sos un periodista de altura, Carlos Dada”. “Aplaudo el nivel periodístico de El Faro”. Estas son algunas de las frases que Nayib Bukele, presidente de El Salvador, publicó en sus redes sociales antes de ocupar su cargo. Todas las eliminó cuando llegó al poder. La información la publicó el medio El Faro a inicios de enero.

Hace unos años, cuando Bukele empezó a perfilarse como un político milennial y cool, cercano al pueblo y a la juventud, mostraba también un aparente respeto por la prensa independiente salvadoreña. Hoy, varios de los periodistas a quienes aseguraba admirar se tuvieron que exiliar de El Salvador.

El mismo presidente anunció en una transmisión oficial que se había abierto una investigación por lavado de dinero y evasión tributaria contra El Faro y descalificó el trabajo de otros medios que cuestionaron a su gobierno. “Son parte de la oposición”, los increpó.

Ese cambio en el trato de Nayib Bukele a la prensa es una muestra de cómo, tras la imagen que cuidó con esmero, hay un hombre acusado de manejar los hilos para crear un Estado totalitario en El Salvador.

Aun así, a pesar de haber sorteado la prohibición constitucional para revalidarse en el poder, de controlar los tres poderes del Estado, de perseguir a la prensa que evidenció la corrupción en su gobierno y de impulsar un régimen de excepción represivo, Nayib Bukele tiene un respaldo popular indiscutible

A pocas horas de cerrar su primer mandato, el hombre de visera hacia atrás, anteojos de sol y campera de cuero que veranea en Ibiza, se toma selfies en la ONU, da entrevistas a influencers y cantantes y aprobó el bitcóin como moneda de curso legal en El Salvador, llegó a sus segundas elecciones presidenciales con la seguridad de que seguirá cinco años más en el poder. Este domingo por la noche, no esperó y se autoproclamó vencedor de las elecciones cuando aún faltaban los datos oficiales.

Su entrada en política

Bukele, un hombre parte de una familia adinerada de El Salvador con raíces palestinas, decidió optar a un cargo público por primera vez en 2011. Tenía 30 años y se lanzó a la alcaldía de Nuevo Cuscatlán, un pequeño municipio fronterizo con San Salvador. Ahí gestó su popularidad y le sirvió de impulso para el siguiente escalón: la alcaldía de San Salvador.

Tres años y unas populistas medidas después, Bukele se vio cómodo para lanzarse a la presidencia. Tenía un apoyo popular sin precedentes. La narrativa de ser una víctima más de la inseguridad y de la corrupción y una propuesta de cambio que no habían conseguido los partidos tradicionales lo posicionaron fácilmente en el cargo. 

“Había un descontento muy fuerte con la política tradicional”, dice Álvaro Artiga, politólogo de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). “En una encuesta de 2017, dos tercios de las personas dijeron que no querían que el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) siguiera. Otros dos tercios no querían que regresara Arena. Había un rechazo que Bukele supo leer. Supo surfear la ola”. 

Así, provocó su salida del FMLN, que le había servido de paraguas para entrar en la política, y creó su propio partido: Nuevas Ideas, aunque no se presentaría a las primeras elecciones con esta organización, ya que no logró inscribirla a tiempo. 

En los comicios de febrero de 2019, superó sin problema a sus rivales y llegó con una mayoría holgada al Ejecutivo. Tardaría apenas un año en mostrar cuánto podría tensar las cuerdas.

La guerra contra las pandillas

Era sencillo que la narrativa de “víctima de la inseguridad”, con la que Bukele se vendió, cuajara en El Salvador. Con unas tasas anuales de 36 homicidios por cada 100.000 habitantes y una población harta de la violencia y las extorsiones de las pandillas, el recién electo presidente propuso una solución. La llamó “Plan Control Territorial”. 

De las líneas de este plan poco se supo. Nunca llegó a presentarlo de manera transparente, pero Bukele tomó una serie de medidas que formaron parte de la propaganda de su Gobierno. En febrero de 2023, imágenes de hombres en pantalón corto blanco, sin camiseta, con el cuerpo tatuado y la cabeza rapada, esposados de manos y pies para trasladarlos a una megacárcel causaron un gran impacto y cierto rechazo, al menos fuera del país centroamericano. Amnistía Internacional denunció que había un “claro patrón de violaciones de derechos humanos” y que la construcción de la nueva prisión “podría suponer la continuidad y el escalamiento de estos abusos”.

Pero Nayib Bukele sabía que esas imágenes y esa megacárcel tendrían otro efecto de puertas para adentro. La guerra contra las pandillas que había enarbolado ya se estaba haciendo efectiva. Un año antes, en marzo de 2022, El Salvador había aprobado un duro régimen de excepción, como una medida para desmantelar a las pandillas, que fue prorrogando y continúa hasta hoy, 75.000 detenciones después. “Si la ‘comunidad internacional’ está preocupada por sus angelitos, vengan y tráiganles comida, porque yo no le quitaré presupuesto a las escuelas para darle de comer a estos terroristas. Vamos a racionar la misma comida que se da ahora y de ahí comerán los nuevos también”, advirtió Bukele en su cuenta de X para celebrar las miles de detenciones que había logrado. 

El politólogo Álvaro Artiga explica este tipo de discurso: “Cuando se le dice que hay una medida que violenta los derechos humanos, Bukele cambia esa idea. Ha logrado crear una narrativa de que quienes defienden los derechos humanos defienden a los pandilleros”. 

Medios como El Faro revelaron datos sobre el estado de excepción que el Gobierno se esforzó en ocultar, como, por ejemplo, que este régimen nació tras la ruptura del pacto de Bukele con la Mara Salvatrucha-13, con quienes había negociado. También, que fue acompañado de violaciones de derechos humanos: consolidó un Estado policial y militar que daba vía libre para detener de manera arbitraria y encarcelar injustamente a cualquier persona sospechosa sin pruebas sólidas –simplemente por tener tatuajes o mostrarse nerviosa ante la policía–.

El régimen de excepción estuvo acompañado de otras supuestas acciones contra las pandillas, como una reforma de ley que permite suprimir los juicios individuales a pandilleros y llevar a cabo procedimientos penales en conjunto, así como una ley mordaza que censura a los medios de comunicación y les impide difundir mensajes creados presuntamente por las pandillas.

Según informó la prensa del país, las estructuras del crimen organizado, en efecto, fueron desarticuladas, pero a un alto costo. Organizaciones sociales denunciaron que decenas de presos fueron torturados y asesinados durante la guerra contra las pandillas. Aunque, de nuevo, de puertas hacia adentro, esto no es visto con malos ojos por buena parte de la población. Gabriel Labrador, periodista del medio digital El Faro y autor del perfil más completo de Bukele, resume brevemente por qué: “El régimen de excepción ha dado tan buenos resultados que a la gente no le interesa saber cómo se hizo. Lo que le interesa es que dejó de sentir una mano en el cuello que le estaba asfixiando”. 

Las bases del gobierno autoritario

Para entender cómo Bukele logró consolidar este Estado autoritario, respaldado por todos los poderes, hay que ir dos años atrás. El 9 de febrero de 2020, un domingo, los diputados llegaron a la Asamblea Legislativa salvadoreña. La convocatoria no había salido del Congreso, como era habitual y según marca la ley. Llegó directamente de la presidencia. De Nayib Bukele.

Apoyado por cientos de personas a las afueras del edificio y por un pelotón de militares, que rodearon el hemiciclo, Bukele entró en salón y se sentó en la silla del presidente de la Asamblea. “Creo que está muy claro quién tiene el control de la situación y la decisión que vamos a tomar ahora la vamos a poner en manos de Dios. Así que vamos a hacer una oración”, dijo Bukele, ante la mirada atónita y el silencio de los diputados.

Según había adelantado, su objetivo era presionar a un Legislativo que había bloqueado la aprobación de un préstamo que, según decía, necesitaba para invertir en seguridad. En su famoso pero desconocido Plan de Control Territorial. Pero esta presión fue entendida rápidamente como una declaración de guerra a un Congreso dominado por los dos partidos de la oposición: Arena y el FMLN. 

Un 'aquí estoy yo' que mostraba hasta dónde podía llegar Bukele, si quería. No tenía miedo a saltarse los límites y mover poco a poco la vara de lo que era admisible y lo que no para un Estado de derecho. Sentó las bases de un gobierno autoritario.

“Bukele se manejó como un outsider de la política; alguien disruptivo. Pero es una concepción errónea”, dice a este medio Wilson Sandoval, abogado y politólogo salvadoreño.Antes de ser presidente ya había señales que podían advertir qué estaba pasando. Por ejemplo, cuando utilizó artimañas como sabotear la web de uno de los principales medios de comunicación”.

“Lo que hizo ese día en el Congreso terminó de consumar la teoría de que era un político cortado a la misma hechura de los típicos dictadores salvadoreños. Revestido, claro, con esa imagen que llega con un café de Starbucks al juicio y se viste con lentes de sol y la gorra hacia atrás. Una imagen potenciada por la aprobación del bitcóin como moneda legal, como alguien muy liberal, que da discursos en Naciones Unidas y se toma selfies. El mismo interior, pero con un exterior cool”, dice.

El periodista Gabriel Labrador hace un análisis sobre qué es lo que pudo convertir al presidente milennial de Latinoamérica en un adalid del autoritarismo. “Bukele ha cambiado. Antes, decía que era de izquierda radical y ahora dice que no se cataloga ni de izquierda ni de derecha. Antes, hablaba de derechos humanos y la importancia de la historia. Ahora, asumió una retórica anti memoria histórica. Lo mismo con el derecho al aborto. Es un camaleón. Se ha adaptado al contexto en cada momento y para él las únicas categorías que existen son: o eres un político a favor de él o eres corrupto. O bueno o malo”.

Y este cambio se traslada también al trato a la prensa. Esos tuits que escribió hace años y que después borró, dice Labrador, muestran cómo Bukele necesita mantener una narrativa ante la población. Necesita a las masas, a la gente. “Y se les convence con un discurso muy controlado. Por eso la prensa independiente es incómoda, le mancha su narrativa”. 

El control del Estado que abrió la puerta a la reelección

Solo pasó un año desde esta escena en la Asamblea Legislativa hasta que Bukele logró el control de los tres poderes del Estado.

En El Salvador, los comicios presidenciales son cada cinco años, mientras que la Asamblea Legislativa se renueva cada tres. En febrero de 2021, cuando el presidente llevaba casi dos años en el poder, se celebraron elecciones al Congreso. Ahí, con un Bukele fortalecido y su partido —Nuevas Ideas— consolidado, logró una mayoría de escaños en el Legislativo: 56 diputados de 84.

Esto le dio fuerza para, en horas, hacerse con el control del Estado. El mismo día que fue constituido, el nuevo Congreso afín a Bukele tomó su primera medida: destituyó a los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y al Fiscal General, Raúl Melara. Después, nombró a personajes impuestos por el presidente. 

La estrategia en el Congreso fue un movimiento clave para lograr su siguiente objetivo: la reelección. En El Salvador los presidentes del Gobierno no pueden repetir en el cargo. Está en la Constitución. Pero hay un órgano que tiene competencia para resolver conflictos y controversias cuando se debe aplicar la ley: la Sala de lo Constitucional. El 3 de septiembre de 2021, los nuevos magistrados impuestos por Bukele resolvieron que los argumentos que impiden la reelección habían quedado obsoletos y que solo competía al pueblo decidir en las elecciones si el presidente debía seguir en el cargo o no. 

Con la vía libre y el aval del Constitucional, en noviembre de 2023, Bukele se inscribió como candidato a una segunda legislatura. “Parece que la popularidad del presidente se ha visto como un cheque en blanco para hacer cualquier maniobra sin que haya ninguna consecuencia”, dice Wilson Sandoval. “Que en un país se viole el Estado de derecho implica que se ha echado por los suelos la democracia. Y eso ha pasado en El Salvador. Con esta maniobra, El Salvador se arriesga a volver a un sistema antidemocrático, donde la ley pasa a un segundo plano y es un autócrata quien decide qué se hace y qué no”. Y advierte: “Va a ser muy tarde cuando la población reaccione. Y entonces no va a ser fácil reencauzar el proceso democrático”. 

Según analistas como Álvaro Artiga, politólogo de la UCA, el verdadero objetivo detrás de la reelección de Bukele es garantizar su inmunidad, al menos, por otros cinco años. “Hay muchos funcionarios que pueden estar vinculados en actos de corrupción y si dejan la presidencia pueden ser capturados”. El periodista Gabriel Labrador coincide: “Bukele sabe que cuando el norte político cambie, él está en riesgo. Que se le puede perseguir penalmente, que está en problemas. A estas alturas es difícil desandar ese camino, no hay retorno. Sabe que si entrega un poco de poder, podrían encontrar documentos, testimonios, pruebas de cómo se han torcido las reglas y ha habido corrupción, enriquecimiento ilícito y hasta vínculos con criminales”.  

En este escenario, Bukele se presentó de nuevo a las urnas este domingo, visto con desconfianza por algunos gobiernos extranjeros (y con admiración por otros) y con el rechazo de organizaciones de derechos humanos y de periodistas. Llegó a los comicios impulsado por un respaldo popular que no perdió. “Bukele es alguien que construyó su personaje político hace 10 años. Él no surgió ahora. Y los mensajes que ha dado le han permitido construir mucha credibilidad. Es muy difícil a estas alturas que la gente le deje de creer”, concluye Labrador.

Las encuestas lo situaban en un holgado primer lugar. Este domingo, miles de salvadoreños se congregaron frente al Palacio Nacional con banderas, camisetas y gorras color celeste para festejar con Bukele su nuevo mandato. El presidente más popular de Latinoamérica se mantendrá, al menos, otros cinco años más en su cargo.

CQ

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