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LAS INFLUENCERS DOMÉSTICAS

De la Alemania nazi a los Estados Unidos de Trump: por qué el autoritarismo quiere amas de casa

­Durante mucho tiempo los movimientos autoritarios  han politizado la maternidad, reformulándola como el único propósito de las mujeres

Adrienne Matei

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En 1980, Gertrud Scholtz-Klink, una impenitente exlíder de la oficina de mujeres nazis en Berlín entre 1934 y 1945, y autora del libro La mujer en el Tercer Reich, describió su trabajo a la historiadora Claudia Koonz como “influir en las mujeres en su vida cotidiana”.

Ante su público, Scholtz-Klink promovía lo que ella llamaba “la cuna y el cucharón”, es decir, las tareas reproductivas y domésticas como esenciales para la resiliencia nacional. Según Koonz, la exlíder nazi llegaba a aproximadamente 4 millones de niñas del movimiento juvenil nazi, 8 millones de mujeres de asociaciones nazis bajo su jurisdicción y 1,9 millones de suscriptoras de la revista femenina Frauen Warte (La guardia de las mujeres).

Koonz, profesora emérita de Historia en la Universidad de Duke, explica que la Alemania nazi contaba con un abanico de revistas femeninas que glorificaban a las amas de casa. Según la experta, “serían el equivalente a las redes sociales de hoy en día”. La revista Frauen Warte no contenía nada demasiado político, solo contenidos de estilo de vida que generaban interés sobre cómo mantener un hogar limpio y bien provisto mientras se criaba una familia sana, con debates ocasionales sobre, por ejemplo, cuánto maquillaje se debía llevar. Se prefería una imagen natural, parecida a la tendencia actual del “look de chica limpia”. “En una sociedad censurada, todo el mundo necesita debates sobre temas inofensivos”, afirma Koonz.

La historiadora conoce bien las formas en que los líderes políticos se apoyan en el trabajo de las mujeres en el ámbito familiar para implementar la ideología del Estado. En 1986 publicó el ensayo Mothers in the Fatherland (Madres en la patria), que describe cómo las mujeres de la Alemania nazi “operaban en el centro mismo” del régimen, incubando ideales de supremacía blanca, subordinación femenina y sacrificio en el hogar.

El fascismo y la familia

Pensadores como el teórico alemán del siglo XX Theodor Adorno y el filósofo político estadounidense contemporáneo George Lakoff teorizaron sobre la personalidad paternalista de los autoritarios. Lakoff señaló que, en la historia moderna, los regímenes autoritarios de extrema derecha institucionalizan la autoridad masculina a través de una jerarquía similar a la familiar: las mujeres están subordinadas a los hombres y ambos obedecen al “padre estricto”, como metáfora de la nación. En el hogar, la autoridad paterna y la sumisión materna preparan a los niños para un orden social más amplio, enseñándoles a ver la sumisión de las mujeres como estabilidad y a aceptar el miedo y la conformidad como el precio que deben pagar para integrar la sociedad.

“Ha habido cierta reticencia a calificar este momento como fascismo”, afirma la historiadora cultural Tiffany Florvil, pero la dinámica autoritaria extrema se puede ver claramente en la derecha estadounidense actual. (De hecho, los partidarios de Trump no parecen poder dejar de llamarle “daddy”).

Las deportaciones sin precedentes de migrantes por parte del gobierno de Estados Unidos; el uso de la Oficina de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) para detener injustamente a personas en centros de detención plagados de abusos contra los derechos humanos; la intimidación a jueces, bufetes de abogados y universidades; y los ataques a los principios fundamentales de la democracia liberal están llevando a historiadores especializados en fascismo a abandonar el país, ya que identifican los elementos que se dieron en el pasado.

Además, se está produciendo una importante reacción contra la igualdad de género. Parece resurgir la idea de que los cuerpos de las mujeres son recursos estatales para mantener la población; la administración Trump fomenta los roles tradicionales revirtiendo la igualdad en el lugar de trabajo, restringiendo los derechos reproductivos y controlando la identidad de género.

Joseph Goebbels, propagandista nazi, afirmó ante una audiencia de mujeres en 1933 que “el deber más glorioso de una mujer es dar hijos a su pueblo y a su nación, hijos que puedan continuar la línea de generaciones y que garanticen la inmortalidad de la nación”. El crecimiento demográfico selectivo desde el punto de vista racial era un elemento central del programa de regímenes nacionalistas y fascistas como la Alemania nazi y la Italia de Benito Mussolini. El único camino hacia el honor para la mayoría de las mujeres era dar a luz, lo que se formalizaba mediante recompensas económicas y medallas para las madres prolíficas.

El partido nazi [hacía] que las mujeres corrientes se sintieran valoradas de una manera que las mujeres de partidos más liberales no sentían.

Claudia Koonz Historiadora

De manera similar, la administración Trump promueve recompensas pronatalistas, como una cuenta de inversión financiada por el gobierno de 1000 dólares para los recién nacidos, y ha debatido otras, como una “Medalla Nacional de la Maternidad” para las mujeres con seis hijos. Mientras el vicepresidente J.D. Vance gritaba: “Quiero más bebés en los Estados Unidos de América” en una manifestación contra el aborto a principios de 2025, los republicanos del Congreso tramaban eliminar los créditos fiscales federales para las guarderías y otras ayudas que permiten la participación de las mujeres en el mercado laboral, en un esfuerzo por controlar los roles sociales de las mujeres.

Las políticas de la administración sugieren que su objetivo no es solo el crecimiento demográfico, sino específicamente un aumento de los nacimientos de blancos. Al reducir los derechos reproductivos de forma más drástica que en cualquier otro momento de los últimos 50 años, la administración Trump ha sentado las bases para el aumento de las tasas de mortalidad materna, especialmente entre las mujeres negras, cuya tasa de mortalidad durante el parto es casi tres veces y media superior a la de las mujeres blancas. También ha demostrado su hostilidad hacia las personas de color, separando a las familias migrantes, restringiendo la inmigración y ordenando el fin de la ciudadanía automática por nacimiento en suelo estadounidense.

La inestabilidad nacional no hace más que amplificar el mensaje de que el lugar que le corresponde a una mujer es el hogar con sus hijos

La política pronatalista fascista se basa en la apariencia de los “valores familiares” blancos y cristianos, una estrategia que se hace eco del trabajo de Scholtz-Klink como protoinfluencer de la Alemania nazi, promoviendo una vida dulce y agradable de “Kinder, Küche, Kirche” (niños, cocina, iglesia). Cuando fue entrevistada, Scholtz-Klink insistió a Koonz en que ella y sus colegas femeninas no tenían nada que ver con los campos de concentración, el genocidio o la doctrina política, que apenas sabían nada de esas cosas. Según Koonz, Scholtz-Klink consiguió que las tareas domésticas y reproductivas parecieran prestigiosas, en lugar de imperativas, ayudando al partido nazi a hacer que las mujeres corrientes se sintieran valoradas de una manera que otras mujeres de partidos más liberales no sentían.

La maternidad puede ser profundamente satisfactoria y pocos discutirían que la vida familiar no es importante. Sin embargo, durante mucho tiempo los movimientos autoritarios la han politizado, reformulándola como el único propósito de las mujeres y un sustituto de la autonomía y los derechos. La inestabilidad nacional no hace más que amplificar el mensaje de que el lugar que le corresponde a una mujer es el hogar con sus hijos. “Si hay caos”, señala Koonz, “entonces las mujeres que mantienen la estabilidad en el hogar tienen aún más responsabilidad: Hay caos ahí fuera, pero me voy a asegurar de que mi familia tenga valores tradicionales”.

Cómo las mujeres difunden la fantasía doméstica

A medida que surgen los regímenes autoritarios, a menudo recurren al movimiento feminista para mantener la estabilidad y el funcionamiento de la sociedad a nivel doméstico, enmarcando las políticas regresivas en términos más accesibles y atractivos. Esto es especialmente cierto en el caso de los regímenes fascistas, que dependen de la participación masiva para impulsar sus agendas nacionalistas extremas. Hoy en día, ese papel lo desempeña la “mujeresfera”.

Como contrapartida de la “manosfera” —una influyente esfera digital impregnada de misoginia— la mujeresfera es una red informal de creadoras de contenido digital que se unen en torno a la feminidad normativa. Su idea de la feminidad se basa en la hostilidad hacía la diversidad sexual y de género, la supremacía blanca, el cristianismo fundamentalista y la maternidad tradicional. También se corresponde con la agenda extrema y discriminatoria del Proyecto 2025, que pretende revertir las victorias históricas del movimiento feminista, como la igualdad en el lugar de trabajo, la educación y la sanidad.

En Estados Unidos, estos valores son defendidos por creadores de contenido conservadores de la generación millennial y la generación Z.

En Estados Unidos, estos valores son defendidos por creadores de contenido conservadores de la generación millennial y la generación Z, entre los que se encuentran Alex Clark, presentadora del pódcast de bienestar Maha Culture Apothecary; la comentarista y “charlatana profesional” Brett Cooper; la youtuber Isabel Brown; la provocadora conservadora Candace Owens, responsable de difundir el bulo sobre la supuesta transexualidad de Brigitte Macron; la presentadora de pódcasts y ex nadadora Riley Gaines, conocida por su campaña contra la participación de las mujeres trans en el deporte femenino; la influencer cristiana Allie Beth Stuckey; y publicaciones como la revista “Cosmo conservadora”, Evie. Turning Point USA, el grupo estudiantil conservador del activista Charlie Kirk, asesinado hace unas semanas, celebró una cumbre anual de mujeres en la que el matrimonio, la procreación y las tareas domésticas fueron temas clave.

El contenido de la mujeresfera abarca desde lo abiertamente político hasta lo que, a primera vista, podría parecer una cierta estética de estilo de vida. Estas visiones nostálgicas de la belleza —representaciones saludables y aspiracionales de la jardinería, la cocina, el bienestar y la maternidad, encarnadas por influencers “tradicionales” del hogar como Hannah Neeleman y Sarah Therese— tienen un gran atractivo. Aunque no todos los creadores del “cottagecore”, una estética y subcultura digital que idealiza una vida sencilla y rural, inspirada en el campo y la naturaleza, son proselitistas conservadores, este tipo de contenido destaca por su papel en una corriente alt-right, en la que las innovaciones liberadoras, como el control de la natalidad, se consideran “tóxicas”, y el estatus ideal sigue la expresión “estar casada, descalza y embarazada”; o en español “en casa y con la pata quebrada”.

El contenido de la mujeresfera ensalza las alegrías del hogar y la maternidad, al tiempo que deja de lado la creciente marginación social y política de las mujeres, reforzando en última instancia valores fascistas como la jerarquía de género y el deber hacia la nación. Para Koonz, todo esto parece más de lo mismo: “los hijos, la cocina y la iglesia” de la era digital.

Este movimiento digital refleja lo que la experta en medios feministas, Jilly Boyce Kay, denomina “feminismo reaccionario”, una reacción antiprogresista que sostiene que “el compromiso, el afecto y la protección” son los “intereses” de las mujeres “determinados evolutivamente

En la mujeresfera, el hogar es el lugar de la mujer: las mujeres buenas y normales quieren quedarse allí. Este movimiento digital refleja lo que la experta en medios feministas, Jilly Boyce Kay, denomina “feminismo reaccionario”, una reacción antiprogresista que sostiene que “el compromiso, el afecto y la protección” son los “intereses” de las mujeres “determinados evolutivamente”, sin dejar mucho margen para los matices.

La mujeresfera comercia con estrategias individualistas para rebelarse contra el statu quo liberal percibido, reforzando las jerarquías de género ancestrales. Es decir, si una mujer depende económicamente de su marido, se libera de la carga del empleo remunerado y puede dedicarse por completo a la vida doméstica, en lugar de dividir su tiempo entre el trabajo y el hogar. La enorme presión que sufren las mujeres para trabajar y realizar la mayor parte de las tareas domésticas, así como la crisis de salud pública que supone el agotamiento parental, hacen que estos argumentos resulten seductores.

Pero el contenido de la mujeresfera tiende a pasar por alto realidades materiales complejas; por ejemplo, que en la actualidad ya no se dan las condiciones que hacían más viables los hogares con un solo sostén económico en la década de los cincuenta. Los ataques a los derechos reproductivos limitan en realidad el futuro que las mujeres pueden elegir y, sin independencia económica, las mujeres pueden verse incapaces de salir de situaciones de violencia doméstica.

Los creadores de la mujeresfera suelen defender la conveniencia de alejarse de la esfera del trabajo mediado por el mercado, al tiempo que monetizan sus contenidos.

Sophie Lewis Teórica feminista

Mujeres como Scholtz-Klink aprovecharon la oportunidad, históricamente poco común, de distinguirse en regímenes autoritarios convirtiéndose en portavoces; hoy en día, no se requiere ninguna autorización oficial (aunque los grupos políticos financian a los creadores de contenido a través de campañas a menudo opacas). La economía de la atención ofrece sus propios incentivos, y el posicionamiento de las mujeres que luchan contra la paridad de género puede ser oro para los algoritmos. La hipocresía es evidente. Como señala Sophie Lewis, teórica feminista y autora del reciente libro Enemy Feminisms: Terfs, Policewomen, and Girlbosses Against Liberation (Feminismos enemigos: TERF, mujeres policías y jefas contra la liberación), las creadoras de la mujerosfera suelen defender la sabiduría de alejarse de “la esfera del trabajo mediado por el mercado, mientras que, en realidad, ellas sí monetizan su contenido”.

Las influencers de la mujeresfera suelen publicar contenido misógino con total naturalidad. Recientemente, la influencer Alex Clark, que se ha jactado de su “astucia” porque logra difundir ideología a través de contenidos sobre bienestar, invitó a una comentarista que afirmó que cuando las mujeres “se adentran en lo masculino” —expresando ira, asertividad o autoridad— “literalmente las mata”, citando como prueba el aumento de las tasas de cáncer de mama. Por el bien de su propia salud, sugiere el vídeo, las mujeres deben ser dóciles y estar calmadas.

Lo cierto es que las políticas patriarcales perjudican a las mujeres, incluso a las que participan en ella: en agosto, la congresista de extrema derecha de Georgia Marjorie Taylor Greene declaró al Daily Mail que hay “mujeres en nuestro partido que están hartas de la forma en que los hombres [republicanos] tratan a las mujeres republicanas”. Las mujeres republicanas se dan cuenta de que no pueden abortar cuando lo necesitan. Cooper, la creadora de la mujeresfera, admitió a The New York Times que sus compañeros de la derecha la han llamado “loca” por trabajar estando embarazada. Lauren Southern, una influencer canadiense que saltó a la fama publicando contenidos críticos con el feminismo y la migración, publicó recientemente unas memorias en las que confiesa que sufrió tortura emocional en su matrimonio tradicionalista. “Las personas más desgraciadas que he conocido se han visto atrapadas en esta extraña dinámica tradicionalista”, reconoció Southern en una entrevista en mayo.

Cuando el Estado falla, las mujeres intervienen

El fascismo puede traicionar a las mujeres, pero sigue dependiendo de su apoyo.

La historiadora Diana Garvin explica que “lo que tienen en común los fascismos históricos y nuevos es que tienden a recurrir a las mujeres para llenar los vacíos que el Estado no puede cubrir”.

La Italia fascista de Mussolini creó entre los años veinte y cuarenta una imagen de modernización, crecimiento económico y abundancia agrícola. Pero después de que Mussolini alienara a sus socios comerciales, la dependencia de Italia de los productos nacionales contribuyó a una escasez de alimentos tan grave que los italianos no tenían suficiente trigo para hacer pasta. En el libro que publicó en 2022 Feeding Fascism: The Politics of Women’s Food Work (Alimentando al fascismo: la política del trabajo alimentario de las mujeres), Garvin escribe que la narrativa propagandística del Estado sobre la felicidad doméstica ocultaba la dependencia sistémica del trabajo no remunerado de las mujeres en el hogar; se esperaba que las madres absorbieran la escasez de alimentos con su ingenio y su duro trabajo.

Las revistas italianas de estilo de vida de la época, como La Cucina Italiana, se esforzaron por disimular la escasez de alimentos resultante de la mala gestión de Mussolini y convertirla en una fuente de orgullo individual, compartiendo fotos de niñas que cultivaban verduras de primera calidad y ofreciendo recetas para aprovechar las sobras de arroz. Garvin sostiene que el Gobierno quería que las mujeres encubrieran sus fracasos y “se alegraran por ello”.

Es posible que se requieran esfuerzos similares en Estados Unidos, ahora que Donald Trump está destripando lo que queda de una mísera red de seguridad social. La administración ha recortado los fondos destinados a la sanidad y a la Agencia de Protección Medioambiental; ha desmantelado el Departamento de Educación, reduciendo la accesibilidad y la equidad de la educación para los niños; y ha degradado los sistemas destinados a garantizar la seguridad del suministro alimentario, incluyendo recortes de personal en la Administración de Alimentos y Medicamentos.

Bajo el pretexto de un regreso al individualismo rudo, la administración Trump está abdicando de su responsabilidad frente a las necesidades de los estadounidenses. En julio, el Departamento de Seguridad Nacional de EEUU publicó en redes sociales una imagen kitsch de una pareja de pioneros acunando a un bebé, con el pie de foto: “Recuerda la herencia de tu patria”. El mensaje: los estadounidenses deberían sentirse orgullosos de su resiliencia, mientras se los deja librados a su suerte. 

Las influencers de la mujeresfera preparan a las mujeres para que idealicen el deber y las animan a descartar el compromiso político feminista como una tontería woke. Contribuyen a desviar el debate nacional de cómo el Gobierno podría invertir en las comunidades mediante prestaciones como una mayor estabilidad en la vivienda, permisos familiares remunerados, Medicare para todos y guarderías universales y asequibles. El fracaso de los demócratas a la hora de apoyar y valorar adecuadamente a las mujeres ha permitido a la derecha sacar partido del descontento generalizado, convenciendo a las mujeres de que esperen menos de una nación que podría darles más.

Sin una atención médica, una alimentación y una educación adecuadas y accesibles, las madres pueden acabar convirtiéndose de facto en profesoras, agricultoras y médicas a domicilio.

Sin una atención médica, una alimentación y una educación adecuadas y accesibles, las madres pueden acabar convirtiéndose, de facto, en profesoras, agricultoras y médicas a domicilio. Los influencers tradicionales disfrazan esta carga de trabajo injusta como un homenaje a la vida en el campo (y la aprovechan para comercializar remedios sin fundamento) en lugar de llamarla por su nombre: suplir las carencias del Estado. Los recortes en educación parecen menos amenazantes cuando estás convencido de que tu papel es educar a tus hijos en casa; un suministro de alimentos menos seguro y más caro parece menos problemático cuando crees que todo el mundo debería cultivar sus propios productos y hacer todo desde cero; recortar la financiación del Centro para el Control de Enfermedades no parece tan malo cuando te han condicionado a desconfiar de las vacunas y a creer que puedes curar el sarampión de un niño con 'remedios herbales o medicina tradicional'.

Según Garvin, el gobierno de Mussolini también “quería sacar a las mujeres de los puestos de trabajo de clase media para que pudieran dejar esos espacios a los hombres, porque había habido verdaderos problemas de empleo”. La nación utilizó el tropo cultural de la “donna-crisi” o “mujer en crisis”, un estereotipo negativo de la mujer urbana e independiente, similar al de la “víctima del feminismo” de la derecha estadounidense contemporánea o al de las “mujeres sin hijos y con gatos” de J.D. Vance, para difamar a las mujeres trabajadoras. Sin embargo, según Garvin, mientras que la propaganda promovía la imagen de las mujeres de clase media y alta protegidas del trabajo, la realidad era más calculada: la Italia fascista quería que las mujeres de clase baja formaran parte de la población activa, donde se les podía pagar menos que a los hombres.

En julio, la administración Trump impuso nuevos requisitos laborales para Medicaid, un programa estatal-federal que brinda atención médica a más de 77 millones de personas de bajos ingresos, el 80 % de ellas mujeres con una edad media de 40 años. La secretaria de Agricultura, Brooke Rollins, ha sugerido que estos ciudadanos pueden trabajar en granjas estadounidenses para mantener su cobertura, sustituyendo a los trabajadores migrantes deportados. A pesar de todas sus promesas de felicidad doméstica, los regímenes fascistas europeos clásicos enviaron a las amas de casa a las fábricas y los campos cuando necesitaron mano de obra. Según su lógica, son las mujeres las que, en última instancia, deben soportar la carga del fracaso de la nación.

Las mujeres que se convierten en cuidadoras domésticas obedientes pueden estar asumiendo esa responsabilidad de forma voluntaria, incluso feliz. Pueden creer que ven una verdad fundamental en asumir la dependencia como el precio de la seguridad, confiando en que el patriarcado las protegerá siempre y cuando mantengan su casa impecable y horneen su pan con una sonrisa. Sin embargo, muchas no tienen en cuenta la influencia de la propaganda hipócrita en sus decisiones, ni las consecuencias de acomodarse a una tiranía que podría volverse en su contra. 

En lugar de libertad, igualdad, poder y elección, el régimen de Trump ofrece a las mujeres halagos y una visión del mundo engañosamente simplista que niega su capacidad de acción. Aunque las mujeres son cruciales para el proyecto MAGA —la corriente que promueve el nacionalismo, el proteccionismo y una visión idealizada del pasado estadounidense— algunas de sus partidarias han empezado a darse cuenta de que la vida tradicional no es solo una fantasía idílica del pasado, sino un presagio de un futuro desolador. La vida en el hogar patriarcal puede que no resulte tan idílica como se presenta.

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