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Pocos aliados y muchas causas judiciales: Bolsonaro gestiona su liderazgo latente tras su regreso a Brasil

Jair Bolsonaro, en una fotografía tomada el 31 de enero en Orlando, Estados Unidos.

Sebastián Lacunza

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Desde su regreso a Brasilia el pasado 28 de marzo, Jair Bolsonaro ha entrado en un terreno en el que se siente cómodo: los mensajes en redes sociales. Sin embargo, ha evitado otro tipo de apariciones públicas y declaraciones a los medios de comunicación. Mientras tanto, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, ha puesto sobre la mesa el nombre de Bolsonaro en varias ocasiones con alusiones al “fascismo” y a supuestos delitos cometidos por “ese ciudadano”.

Bolsonaro parece estar gestionando un liderazgo latente. El 30 de octubre del año pasado, en la segunda vuelta electoral en Brasil, el capitán del Ejército obtuvo 58,2 millones de votos frente a 60,3 millones de Lula. La renuencia a aceptar la derrota y a entregar el mando a un “comunista” marcaron un deslucido final de un período plagado de controversias, trayecto que tuvo como corolario el 8 de enero el asalto a las sedes de los tres poderes del Estado en Brasilia por parte de bolsonaristas. Días antes, el exmilitar y expresidente (2019-2023) había viajado a Orlando, Estados Unidos, donde pasó tres meses, ausentándose así de la toma de posesión de su rival, Lula.

Felippe Ramos, doctor en Sociología de la New School de Nueva York, describe una foto de apariencia lúgubre para Bolsonaro. Su aterrizaje en Brasilia convocó a un ínfimo número de adherentes con la intención de darle la bienvenida. El exmandatario se enfrenta a 33 procesos judiciales, “algunos graves”, describe Ramos. Entre ellos, un presunto delito electoral por plantear dudas sobre el sistema de votación ante embajadores extranjeros convocados por él mismo, que podría derivar en su “inelegibilidad”, y otras acusaciones por corrupción. “Aunque hay algunas más serias que otras, parece improbable que sea absuelto en las 33 causas”, dice Ramos a elDiario.es.

La amenaza de la “inelegibilidad” avanzó un paso este miércoles, cuando la Fiscalía Electoral pidió al Tribunal Superior Electoral (TSE) la inhabilitación de Bolsonaro por haber incurrido en supuesto “abuso de poder político” al cuestionar la validez de las urnas electrónicas que Brasil utiliza desde 1996, según el diario O Globo. El vicefiscal general electoral, Paulo Gonet, realizó la petición a raíz de una denuncia del Partido Democrático Laborista presentada tras la reunión que el entonces presidente mantuvo, el 18 de julio pasado, con 40 embajadores en la residencia presidencial de Brasilia. La prensa especula con que el TSE se pronunciaría en las próximas semanas.

El 5 de abril, a días de su retorno a la capital del país, ya sin fueros, Bolsonaro fue interrogado en una comisaría por supuestamente haber intentado apropiarse de joyas regaladas por la familia real saudí, valoradas en más de 170.000 euros. La sospecha mayor es que pudo haberse tratado de un soborno y no sólo de un descuido al no haber entregado ese botín al Estado, lo que finalmente ocurrió cuando el caso salió a la luz. El expresidente dijo no haberse percatado de que esas alhajas estaban bajo su dominio.

Se alejan las élites

A las sombras judiciales se suma el precario armado político del expresidente. La última estación de un largo recorrido de más de tres décadas de vida política fue el Partido Liberal (PL), que le dio un paraguas para las elecciones presidenciales y ahora le paga un salario de casi 8.000 euros al mes. Esa formación carece –como muchas en Brasil que son utilizadas como sellos para participar en elecciones– de una verdadera estructura territorial en un país en el que caben 15 Españas.

Cerca de un 10% de los miembros de la Cámara de Diputados (513 miembros) conforman el bloque de derecha más propenso a la agitación, con integrantes del PL y los partidos Republicano (evangélicos), Progresista, Nuevo y Unión (por el que fue electo senador el exjuez que condenó a Lula, Sergio Moro). Ese grupo ya ha presentado peticiones de impeachment contra el líder del Partido de los Trabajadores (PT), pero hay otros segmentos conservadores que actúan con mayor espíritu de negociación, describe Ramos.

Sin partido, con un frente judicial amenazante, su salud deteriorada y un adversario de la magnitud política de Lula, Bolsonaro tiene a su favor el paso del tiempo y las dificultades en un país que todavía no logra recuperarse de la crisis

La fragmentación es la norma en el Congreso brasileño. Más significativa a nivel político es la postura de convivencia institucional con el Ejecutivo central adoptada por el gobernador de São Paulo y exministro del ultraderechista, Tarcísio de Freitas, o el presidente de la Cámara de Diputados, el pragmático Arthur Lira.   

“Las élites políticas tienden a alejarse de Bolsonaro porque genera más problemas que soluciones, y por eso se habla de los moderados. Si es posible reconfigurar un centroderecha con desprendimientos del bolsonarismo y otros conservadores más clásicos no está claro porque Brasil sigue conviviendo con la polarización”, explica Ramos.

De este modo, Bolsonaro tiene pocos aliados. Cuenta en la actualidad con un puñado de diputados y senadores, un pequeño grupo de allegados y sus hijos Flávio (senador), Carlos (concejal de Río de Janeiro) y Eduardo (diputado).

No obstante, la relativa soledad no es una novedad para Bolsonaro. Desde que tomó posesión como concejal de Río a fines de la década de los 80, se dedicó a saltar de partido en partido y a radicalizar su discurso. Con una base electoral pequeña pero suficiente para ser electo diputado federal por Río de Janeiro, el excapitán sobrevivió durante las presidencias del PT, hasta que comenzó a escalar en medio del proceso de impeachment contra Dilma Rousseff en 2015 y 2016.

Demandas sociales, pocas herramientas

Sin una estructura de partido fuerte, con un frente judicial amenazante, su salud deteriorada desde el ataque que sufrió en 2018 y con un adversario de la magnitud política de Lula en el Palacio del Planalto, Bolsonaro tiene a su favor el paso del tiempo y las dificultades en un país que todavía no logra recuperarse de la crisis económica disparada en el último Gobierno de Rousseff. Desde 2014, tres años tuvieron retrocesos del PIB superiores al 3% y las recuperaciones fueron muy lentas. Este año, la previsión de crecimiento dada por el FMI es de un 0,9%.

La dinámica vivida por países vecinos muestra que Bolsonaro tiene motivos para ilusionarse con un cambio de perspectiva. En Argentina, tras los malos resultados socioeconómicos y la crisis de deuda generada durante el mandato del conservador Mauricio Macri (2015-2019), el Gobierno peronista de centroizquierda de Alberto Fernández nunca logró recomponer los salarios producto de la alta inflación, pese a un alto crecimiento del PIB. La derecha ha recargado su agenda y se presenta como favorita para las presidenciales de este año. En Chile, el joven izquierdista Gabriel Boric tomó posesión en 2022, tras un resonante triunfo, con el objetivo de revertir el dogma económico liberal heredado del pinochetismo. Con apenas un año en la presidencia, Boric navega con un alto nivel de desaprobación y con los partidos conservadores y de ultraderecha a la ofensiva.

“Lula es muy consciente de esa realidad y sabe que este Brasil es muy distinto al que dejó en 2010, con un 7,5% de crecimiento del PIB y un 80% de popularidad. En su primera victoria (2002), el PT se enfrentó a un centroderecha muy moderado, no había ultraderecha y los evangélicos eran el 10% de la población. Hoy está Bolsonaro y los evangélicos son el 30%”, advierte Ramos.

Lula hace equilibrio

El presidente brasileño lleva semanas batallando para que el Banco Central baje las tasas de interés de referencia, ubicadas en el 13,75%, que suelen ser calificadas por el oficialismo brasileño como “las más altas del mundo”. Tipos tan altos para contener la inflación dificultan el crecimiento en un país con profundas demandas sociales tras años de caída del salario real, entiende el presidente.

“Continúo creyendo que están jugando con este país, con el pueblo pobre y con el empresario que quiere invertir”, dijo Lula en un mensaje en el que evaluó los primeros cien días en el Planalto. El presidente de la autoridad monetaria, el liberal Roberto Campos Neto, fue designado por Bolsonaro y resiste las presiones con la bandera de la autonomía del Banco Central.

En su tercer mandato, Lula ha repetido una fórmula en su gabinete utilizada en sus primeros dos períodos presidenciales, alternando figuras del PT y de izquierda con otras moderadas e incluso conservadoras agradables para los mercados. Ramos puntualiza que el ministro de Hacienda y excandidato presidencial del PT, Fernando Haddad, la de Ambiente, Marina Silva, la de Planificación, Simone Tebet, y el vicepresidente, Geraldo Alckmin –los últimos tres, férreos adversarios del PT en el pasado–, equilibran la balanza.  

Lula es muy consciente de esa realidad y sabe que este Brasil es muy distinto al que dejó en 2010, con un 7,5% de crecimiento del PIB y un 80% de popularidad

Felippe Ramos

El Lula que tomó posesión el 1 de enero de este año no es un león herbívoro, al menos en el plano retórico. Ramos señala el peso de la esposa del mandatario, la socióloga Rosángela da Silva (Janja), como la artífice del giro confrontativo a la izquierda. El presidente suele apuntar a Bolsonaro y a Moro como sus blancos predilectos y se resiste a las presiones para un alineamiento pleno con Estados Unidos y Europa en cuanto a la guerra en Ucrania. Por el contrario, Lula viajó a China este martes para abordar una agenda conjunta con Xi Jinping sobre ese conflicto y “volver con dinero”.

Dos días antes de partir a China, Lula insistió sobre Bolsonaro. Lo acusó de intentar “perpetuar el fascismo” y recordó al “grupo de reaccionarios y fascistas” que intentó tomar las instituciones gubernamentales en enero.

“Con una extrema derecha y evangélicos tan vigentes, y militares muy involucrados en la política, no hay espacio para un giro a la izquierda. El Gobierno tiende al centro y el riesgo es que no sea suficiente”, resume Ramos. 

El Bolsonaro público de estos días parece no tener puntos de contacto con aquel de la campaña que tendía al insulto y la hipérbole. Utiliza sus redes de Twitter (11,2 millones de seguidores), Instagram (25,3 millones) y Telegram (2,6 millones de suscriptores) para resaltar métricas de su Gobierno que, según transmite, percibe exitosas.

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