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Medio ambiente y guerra

A dos años de la represa destruida de Ucrania: la naturaleza se abre paso, pero podría esconderse una bomba “tóxica”

Un grupo de periodistas visitan la orilla del antiguo embalse de Kajovka, en el río Dniéper, en junio de 2024.

Vincent Mundy

Malokaterynivka —

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En el extremo sur de la isla fluvial más grande de Europa, el terreno se hunde en una vista amplia e inesperada. Desde un alto saliente rocoso en la isla de Jortytsia, el horizonte muestra una manta de sauces jóvenes que se mecen y lagunas que reflejan el cielo. Algunos de los árboles ya miden muchos metros de altura, pero se trata de un bosque joven. Hace solo unos años, este bosque estaba sumergido debajo del agua.

“Esto es Velykyi Luh, la Gran Pradera”, explica Valeriy Babko, profesor de historia jubilado y veterano del ejército, de pie en la antigua orilla del embalse, en la localidad de Malokaterynivka, situada cerca de la ciudad de Zaporiyia. Para él, este extraordinario entorno –presente y pasado– representa algo más que la naturaleza. “Es un terreno histórico y mítico, entretejido en el folclore ucraniano”, dice. “Evoca la presencia de cosacos galopando por valles de bosques tan densos que apenas les daba el sol”.

Ese paisaje histórico desapareció en 1956, cuando la Unión Soviética terminó la presa y la central hidroeléctrica de Kajovka e inundó toda la región. Lo que una vez fue una cuna ecológica y cultural se convirtió en un embalse, y sus ricos sistemas vivos quedaron sepultados bajo el agua.

Zona inundada tras la explosión en la presa y central hidroeléctrica de Kakhovka en Kherson

En 2023, esa agua se utilizó como arma de guerra. La presa de Nueva Kajovka, en el río Dniéper, controlada por las fuerzas rusas, fue volada (Rusia niega haberlo hecho). Tras la destrucción de la presa, el agua se desbordó y la furia de la inmensa masa de agua y de sedimentos se cobró vidas (la cifra de víctimas mortales oscila entre varias decenas y cientos de personas). Hasta un millón de personas se quedaron sin acceso al agua potable. Dos años después de la catástrofe, el futuro del embalse sigue en el aire.

Los científicos afirman que representa tanto un “retorno a la vida” para el ecosistema y las criaturas salvajes que lo habitan como una “bomba de relojería” impredecible y potencialmente tóxica. Es un caso de estudio sobre la complejidad de la respuesta de la naturaleza a los grandes cambios provocados por el ser humano y sobre lo que ocurre a los ecosistemas tras una catástrofe.

Regeneración espontánea

Tras el bombardeo y fuga masiva de agua, el embalse de Kajovka parecía un desierto de barro seco y lleno de grietas. Ahora, la densidad es de tal magnitud que es necesario cortar la vegetación que cubre el terraplén de tierra con una guadaña antes de que la cuenca quede completamente a la vista.

La antigua orilla, completamente seca, está salpicada de cáscaras y conchas de organismos acuáticos que alguna vez vivieron aquí. Más allá, un vasto mar de árboles jóvenes se extiende hasta el horizonte en dirección a la central nuclear de Zaporiyia, ocupada por el ejército ruso. Es difícil hacerse una idea de su tamaño: la superficie del embalse era de 2.155 kilómetros cuadrados; más grande que la ciudad de Nueva York y sus cinco distritos.

El último informe del Grupo de Trabajo sobre las Consecuencias Ambientales de la Guerra en Ucrania (UWEC) confirma lo que las imágenes satelitales, los ecologistas y los investigadores en el terreno comenzaron a observar en los últimos dos años: el ecosistema del bajo Dniéper no solo se está recuperando, sino que está evolucionando. El embalse drenado alberga ahora densos bosques de sauces y álamos y enormes humedales. El esturión, en peligro de extinción, ha vuelto a los cursos de agua; los jabalíes y otros mamíferos han regresado a los bosques; y hay signos de regeneración espontánea en una enorme extensión de la llanura aluvial.

Vista general de la presa de Dnipro mientras los embalses están secos después de la explosión de la presa de Nova Kakhovka

“Estamos asistiendo al surgimiento de un enorme sistema forestal natural de llanura aluvial”, dice Oleksiy Vasyliuk, coautor de un informe de 2025 sobre el embalse para el UWEC y director del Grupo Ucraniano para la Conservación de la Naturaleza. “No se trata de un proyecto gestionado por el hombre. Es la tierra misma la que vuelve a la vida”.

Ese retorno es cada vez más cuantificable para los ecologistas. “La fauna autóctona está regresando a la sección del río liberada de la presa y el embalse”, confirma el informe. “Además de una rápida expansión de la vegetación autóctona, han brotado hasta 40.000 millones de semillas de árboles, lo que podría dar lugar a la formación del mayor bosque de llanura aluvial de la zona esteparia de Ucrania”. Según Eugene Simonov, coordinador internacional de Rivers without Boundaries, una red internacional de organizaciones y expertos dedicada a preservar la salud de las cuencas fluviales transfronterizas, lo que está ocurriendo en Velykyi Luh no es solo la recuperación de un humedal local, sino la reconstitución espontánea y poco habitual de un vasto ecosistema fluvial, con implicaciones que van mucho más allá de Ucrania.

“Antes de la construcción de la presa, la llanura aluvial del Dniéper albergaba enormes bosques de robles y muchos tipos de humedales a lo largo de miles de kilómetros cuadrados, creando un mosaico de hábitats ricos en biodiversidad para cientos de especies de aves y peces gigantescos como el esturión ucraniano, que solía ir a esta zona a desovar”, explica Simonov.

El experto señala que la Gran Pradera representa una oportunidad para Ucrania, que quiere atraer fondos internacionales para la reconstrucción tras la guerra y unirse a la Unión Europea. “La restauración de los ecosistemas naturales de agua dulce a lo largo de un tramo de 250 kilómetros del bajo Dniéper podría ser el proyecto más grande de este tipo en Europa y tiene el potencial de convertirse en la contribución decisiva de Ucrania al cumplimiento de los compromisos de la UE de restaurar los ríos a su estado natural para 2030”, subraya Simonov..

Una “bomba de relojería tóxica”

Sin embargo, como apuntan los científicos, nadie puede garantizar que el ecosistema se recupere. Gran parte del antiguo embalse sigue siendo inaccesible debido a los bombardeos activos y al terreno minado. Es difícil llevar a cabo un seguimiento biológico exhaustivo. Asimismo, crece la preocupación entre los investigadores por la contaminación por metales pesados y productos químicos. Y el futuro de la zona sigue siendo políticamente incierto.

Aunque el bosque del embalse parece un oasis surgido en ausencia de personas, sigue marcado por los residuos de la actividad humana. Con el tiempo, las orillas del embalse se erosionaron. Sus finas partículas de polvo se hundieron en una gruesa capa en el fondo de la cuenca. Al mismo tiempo, los contaminantes iban penetrando en el agua, en particular los metales pesados procedentes de las empresas industriales situadas a lo largo y aguas arriba del embalse.

“Todos estos contaminantes fueron absorbidos por finas partículas que se depositaron en el fondo”, dice Oleksandra Shumilova, ecóloga especializada en agua dulce. El sedimento actuó “como una enorme esponja que se acumuló en el fondo de este embalse”. “Estimamos que se trataba de unos 1,5 kilómetros cúbicos de sedimentos contaminados”, agrega.

El humo se eleva a la distancia después de la explosión en la presa y central hidroeléctrica de Kakhovka.

Cuando se drenó la presa, se vertieron enormes cantidades de residuos contaminados y potencialmente tóxicos en la zona circundante. Los metales pesados que contenían podían contaminar fácilmente las fuentes de agua y el suelo, y ser absorbidos por las plantas. Incluso en pequeñas concentraciones, “vamos a ver efectos negativos en varios sistemas del organismo humano; por ejemplo, pueden provocar cáncer, alteraciones endocrinas, problemas pulmonares y renales”, afirma Shumilova. Compara sus efectos con la radiación: a medida que esas toxinas ascienden por la cadena alimentaria, se concentran y causan problemas concretos a los animales más grandes y a los carnívoros.

“Se desconoce cómo se transfieren estos contaminantes dentro de la red alimentaria. Por el momento no es posible investigarlo, ya que es peligroso entrar en la zona. No se está llevando a cabo ninguna investigación sistemática”, afirma.

Un informe de 2025 coescrito por Shumilova y publicado en la revista Science concluyó que los contaminantes representan una “bomba de relojería tóxica” y advirtió de la gran preocupación que suponían para las redes tróficas animales y las poblaciones humanas que vivían en la zona. Sin embargo, al igual que en otros entornos, como el lugar del desastre nuclear de Chernóbil, la contaminación y la regeneración natural pueden coexistir. En el mismo artículo, los científicos concluyeron que, en un plazo de cinco años, se restaurará el 80 % de las funciones ecosistémicas perdidas por la presencia de la presa y que la biodiversidad de la llanura aluvial se recuperará significativamente en dos años.

Una oportunidad única

El informe de la UWEC enmarca este momento como un punto de inflexión estratégico para la política medioambiental y cultural de Ucrania. Si se permite su regeneración, el lugar podría convertirse en uno de los ecosistemas de agua dulce contiguos más grandes de Europa, rivalizando incluso con el delta del Danubio en importancia ecológica. Sin embargo, el bosque emergente de Kajovka podría desaparecer tan rápido como apareció.

“Si se opta por reconstruir la presa hidroeléctrica, este joven bosque y toda la vida que ahora sustenta volverán a desaparecer”, advierte Vasyliuk.

La empresa estatal de energía Ukrhydroenergo ya ha avanzado su intención de reconstruir la central hidroeléctrica. Para algunas autoridades, esto representa un retorno a la “normalidad”: el restablecimiento de la productividad industrial, la seguridad energética y el control geopolítico. “Reconstruir la presa tal y como estaba no sería una recuperación”, alerta Vasyliuk. “Sería un ecocidio. Destruiría un bosque joven y espontáneo antes incluso de que tuviéramos la oportunidad de comprenderlo”.

La decisión tiene importancia más allá de las fronteras de Ucrania. Aproximadamente el 80 % del territorio afectado por el colapso del embalse se encuentra dentro de zonas protegidas a nivel nacional e internacional, muchas de ellas parte de la Red Esmeralda Europea, lo que sitúa el destino de Velykyi Luh en el marco de un mandato más amplio para salvaguardar el patrimonio ecológico y cultural.

Según el informe de la UWEC, desde el punto de vista climático, el ecosistema que se está formando ofrece un importante potencial para la captura y el almacenamiento de carbono.

“Es una oportunidad que no podemos dejar pasa. Si Ucrania decide salvar Velykyi Luh, no solo estará salvando un paisaje, sino que estará eligiendo creer en su propio futuro”, dice dice Simonov. “Está en juego nuestra soberanía biocultural, que incluye nuestra naturaleza, nuestra identidad, nuestra independencia y un símbolo del tipo de nación en la que queremos convertirnos”.

A lo largo del curso inferior del Dniéper, los pájaros cantores anidan en los juncos donde antes el agua mojaba el hormigón, y los esturiones desovan en aguas poco profundas que no visitaban desde hacía 70 años. El nuevo humedal se hace eco de un ritmo ancestral.

“¿Qué pasará en esta zona? Por el momento, no podemos predecirlo con total seguridad, pero es cierto que se está recuperando muy rápidamente”, afirma Shumilova. “Desde el punto de vista humano, la inundación provocada por la destrucción de la presa fue, por supuesto, un desastre para los lugareños. Pero desde el punto de vista científico, es un acontecimiento muy poco común: asistir a la recuperación de un ecosistema. Es un gran experimento natural. Y aún está en curso”.

Con la colaboración de Tess McClure.

Traducción de Emma Reverter.

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