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ESCALA HUMANA

El secreto mejor guardado de la noche berlinesa no es el tecno, es el Späti

Späti serie de 2025 del canal público de televisión alemana ZDF.
24 de julio de 2025 06:20 h

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Hace diez meses escribí una columna sobre el fin de la noche porteña que me valió insultos y elogios, pero que en cualquier caso se quedó corta en el Buenos Aires 2025: menos plata, más restaurantes y bares cerrados, horarios acotados y un transporte público más deficiente, aunque el subte haya cerrado más tarde algunas veces. Hasta en Europa puede conseguirse una vida nocturna más intensa, al menos en Berlín, aunque no por la razón que podría esperarse, que es su escena musical tecno. El rey de la noche acá es el Späti, esa suerte de maxikiosco recargado, abierto hasta tarde, si no el día entero.

Späti en el barrio berlinés de Kreuzberg.

Según datos oficiales, hay mil Spätis en Berlín, uno cada 3.600 habitantes. Todos se parecen, pero cada uno es único. La mayoría está en planta baja, pero también hay en subsuelos. Muchos sacan barras a la vereda cuando hay fiestas o eventos. Algunos tienen lo básico (bebidas, golosinas, revistas, puchos) y otros venden incluso chips de celular, billetes de lotería, tests de embarazo, papel higiénico, latas de comida para gatos y perros, ramen hecho a máquina en el momento. Algunos tienen lockers para retirar envíos. Otros dejan imprimir papelerío urgente. Un puñado deja usar el baño moneda mediante. Eso sí: siempre piden efectivo, o aceptan tarjeta recién a partir de los 5 o 10 euros. Para eso, algunos tienen hasta cajero.

Pero hay algo que (casi) todos los Spätis comparten y que casi no requiere plata: socialización espontánea. Dan un espacio donde sentarse y charlar al aire libre, ya sea en mesas de plástico y sillas de caño como los kioscos del conurbano, o en tablones de madera, regados con destapadores y ceniceros. También dan pie a seguir la fiesta en otra parte.

Por eso, si los bares están llenos, el pánico no cunde: compramos unas birras en un Späti y las tomamos sentados en un banco enfrente del bar del que perdimos acceso. Una experiencia parecida pero por un tercio del precio, mérito de la calidad de los espacios públicos berlineses, con asientos en buen estado, frondoso arbolado público y veredas a veces más limpias (tampoco tanto) que las que encontraría en Buenos Aires, para sentarse en el piso en caso de que lo demás falle.

Desde ya, la mayor seguridad en materia de delitos favorece mucho a los Spätis, aunque en todos lados se cuezan habas y acá haya algunos ajustes de cuentas a los tiros y ataques con cuchillos. Pero la probabilidad de robos es sensiblemente menor. Y la baja intensidad lumínica de Berlín, que en otras capitales daría miedo, aquí ayuda a realzar por contraste el brillo interno de estos negocios.

Para atraer aún más miradas, los Spätis apelan a marquesinas con luces coloridas, a veces a falsos neones, incluso a nombres con juegos de palabras, como Spätify o Checkpoint Ali, en referencia al famoso paso fronterizo Checkpoint Charlie.

Späti en el barrio berlinés de Moabit

El origen de estos negocios es algo más serio y menos llamativo: nacieron en los años cincuenta en la antigua Alemania Oriental (RDA) para abastecer a quienes salían tarde de trabajar y no llegaban a hacer las compras en las tiendas “normales”, es decir, las que cerraban a las 18. Tras la reunificación alemana, se le empezó a llamar Spätkauf (“Compra tardía”) o su cariñoso apócope Späti a cualquier tienda con horarios extendidos. Y, de a poco, estos comercios empezaron a tener un rol y look definidos, con la cerveza como producto estrella, en un país donde tomar alcohol en la calle es legal.

Isla nocturna

Berlín tiene una noche mucho más larga que el resto de Alemania, aunque las cocinas de sus restaurantes suelen cerrar temprano, a tono con el continente. Del mismo modo, su escena de música tecno fue declarada patrimonio cultural inmaterial de la Unesco, pero sus boliches hoy sufren regulaciones más estrictas, aumento en los alquileres y cambios en los hábitos de salida. Mientras tanto, los Spätis siguen firmes como espacios nocturnos, aunque su número se haya reducido a la mitad en la última década, según cuentan desde Berliner Späti e. V., la asociación que los nuclea. Parte de la culpa, dicen desde la agrupación, la tiene la prohibición de abrir los domingos que les impuso un fallo judicial hace casi diez años.

Los Spätis no sólo siguen resistiendo: también inyectan espontaneidad en una sociedad como la alemana, que planea cada aspecto de la vida. En ellos no hace falta programar encuentros. Y se sabe cuándo empieza la experiencia pero no cuándo termina: podemos estar allí los segundos que toma comprar un producto, los minutos que dura una charla improvisada, o las horas que se prolonga una reunión planificada, incluida una primera cita.

En Buenos Aires, no es la rigidez sino la post pandemia, la malaria y la privatización creciente del espacio público lo que dinamita la socialización espontánea. En la crisis de 2001, los kioscos con mesas afuera estaban a la orden del día. Hoy son la excepción más que la regla: perdieron centralidad como espacio de permanencia. Y, al abrir de noche tras las rejas, se llevan mal con la nocturnidad extendida.

Späti serie de 2025 del canal público de televisión alemana.

La calle nunca cierra

Volviendo a los Spätis berlineses, a su espontaneidad se le suma su accesibilidad en sentido amplio: ubicados en planta baja, derramados sobre anchas veredas para que cualquiera –movilidad plena o reducida– pueda sentarse, a un costo de un euro y medio la birra (unos 2.200 pesos) pero a veces ni siquiera hace falta consumir y sólo con estar basta.

“La vida nocturna de Berlín, aunque famosa por su energía y diversidad, también puede ser muy segmentada: las subculturas musicales suelen quedarse en sus propios nichos. Es poco probable que un fan del reggae se aventure en un boliche tecno, o que un entusiasta del heavy metal vaya a una fiesta pop de los noventa”, me señala la antropóloga cultural Leonie Müller.

Para la especialista, esto contrasta con los Spätis, “puntos de encuentro informales pero inclusivos”, que “reúnen a gente de orígenes dispares a través de algo tan simple como una bebida fría”. “Son anclas sociales en medio del ritmo acelerado del día a día, porque ofrecen continuidad y familiaridad”, resalta. Por eso, son “clave para la infraestructura de la vida nocturna urbana, no tanto por su espectacularidad, sino por el poder discreto de su presencia, disponibilidad y conexión informal”.

Mientras los espacios de la cultura independiente berlinesa son reemplazados por cadenas y algunos boliches cultivan FOMO negando el ingreso a miles cada finde, los Spätis abrazan a todos y permiten que se cruce gente de todo tipo. Las identidades de quienes atienden también son diversas, la mayoría de origen turco, árabe y vietnamita.

“Hola, jefe”, saluda el cliente. “Hola, maestro”, redobla el que atiende. Más allá de su rol comercial, los Spätis son escala humana en una capital que es tres veces más extensa que la nuestra. Son lugares chicos, familiares, que conectan a la gente en un entorno relajado. Son una invitación a prolongar la noche en un mundo con nocturnidad en retirada. Y son una apuesta por la convivencia espontánea y horizontal en tiempos de individualismo y prejuicios.

KN/MG

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