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La (im)posible revolución en la Iglesia: el Vaticano cuestiona su propia doctrina sobre el celibato, las mujeres o los gays

Cristina Inogés-Sanz hablando durante la apertura del Sínodo de Obispos, con el papa Francisco a la izquierda.

Jesús Bastante

en religiondigital.com —

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¿Puede la Iglesia reformarse a sí misma? ¿Es capaz de proponer respuestas para un mundo que cada vez se le queda más lejos? ¿Puede cambiar su doctrina respecto a las mujeres, el colectivo LGTBQ+, el celibato o los divorciados vueltos a casar? ¿Puede buscar ser realmente democrática, o asistimos a un intento de apertura que se verá sofocado por las inercias de una institución bimilenaria, que avanza a paso de tortuga? Este es el escenario sobre el que el Vaticano acaba de publicar su ‘Instrumentum Laboris’ (documento de trabajo) para el Sínodo mundial que arrancará en octubre. Un sínodo de obispos que, por primera vez en su historia, permitirá tener voz, y voto, a sacerdotes, religiosos y laicos (hombres y mujeres), para proponer al Papa Francisco (“discernir” es la palabra mágica de este momento eclesial) algunos cambios que los sectores ultraconservadores califican de herejía pero que la sociedad ya ha asumido hace tiempo.

¿Cuáles? El documento no hace propuestas pero sí formula toda una serie de preguntas a lo largo de sus 49 páginas, que ponen a la Iglesia romana ante el reto de dar un paso adelante o regresar a las falsas seguridades de sus cuarteles de invierno. Así, por primera vez, un texto vaticano incluye preguntas expresas sobre el celibato opcional, el acceso de la mujer al diaconado (el documento no se atreve a sugerir el sacerdocio femenino), la acogida de divorciados o el colectivo LGTBIQ en la institución o cambios profundos en la estructura jerárquica, que afectarían, incluso, al mandato del Papa de Roma. Todo en pro de una Iglesia sinodal que, como se encarga de aclarar el texto, no es lo mismo que una Iglesia democrática. Pero que, sin duda, abre pasos.

“¿Qué medidas concretas son necesarias para llegar a las personas que se sienten excluidas de la Iglesia a causa de su afectividad y sexualidad (por ejemplo, divorciados vueltos a casar, personas en matrimonios polígamos, personas LGBTQ+, etc.)?”, cuestiona el documento, que aboga por “crear espacios en los que aquellos que se sienten heridos por la Iglesia y rechazados por la comunidad puedan sentirse reconocidos, acogidos, no juzgados y libres para hacer preguntas”, en una clara alusión a estas realidades, condenadas hasta hace pocos años al ostracismo en la Iglesia.

En cuanto a la mujer, el Instrumentum Laboris subraya que la mayor parte de las consultas llevadas a cabo, en todo el mundo, hasta la fecha, “piden que se considere de nuevo la cuestión del acceso de las mujeres al diaconado. ¿Es posible plantearlo y en qué modo?”. Un gran paso en pos de la igualdad, aunque se echa de menos que no se plantee siquiera la posibilidad del sacerdocio femenino.

Sí que se plantea que “los laicos puedan asumir el papel de responsables de la comunidad” o “la posibilidad de revisar, al menos en algunos ámbitos, la disciplina de acceso al presbiterado por parte de hombres casados”. También, dirigiéndose al propio Papa, el documento se pregunta “¿cómo debe evolucionar el papel del Obispo de Roma y el ejercicio del primado en una Iglesia sinodal?”.

En su relación con la sociedad, y tras admitir “formas de discriminación racial, tribal, étnica, de clase o de casta” en personas que se topan con “una pluralidad de barreras, desde las prácticas hasta los prejuicios culturales,”, que “generan formas de exclusión en la comunidad”, el Sínodo aboga por “dar pasos concretos para ofrecer justicia a las víctimas y supervivientes de abusos sexuales, espirituales, económicos, de poder y de conciencia por parte de personas que estaban desempeñando un ministerio o una misión eclesial”.

“¿Sabe la comunidad cristiana caminar junto con el conjunto de la sociedad en la construcción del bien común o se presenta como un sujeto interesado en defender sus propios intereses creados? ¿Sabe dar testimonio de la posibilidad de concordia más allá de las polarizaciones políticas?”, cuestiona el IL, que admite que “trabajar por el bien común exige formar alianzas y coaliciones”, pero que la institución no siempre “acompaña a sus miembros comprometidos en política”. O, al menos, solo lo hace con aquellos que representan una opción política muy determinada.

JB

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