Lula, la dignidad frente al chantaje de Trump

Donald Trump “no fue elegido emperador del mundo”. O: “Ningún gringo me da órdenes, Brasil merece respeto”. Con estas palabras tan claras, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva representa una loable excepción en los debates sobre la política arancelaria de Estados Unidos. El progresista de 79 años podría ser un ejemplo para aquellos líderes occidentales que, en medio del caos geopolítico, parecen haber perdido su brújula.
El caso de Brasil parece, en principio, insólito: con aranceles punitivos de hasta el 50 por ciento, el país sudamericano encabeza en solitario la lista negra de Washington. En la actual ronda de aumentos, el gobierno estadounidense sumó a los aranceles del 10 % que rigen desde abril, un 40 % adicional, alegando una supuesta caza de brujas contra el ultraderechista expresidente Jair Bolsonaro. Su hijo, el diputado federal Eduardo Bolosonaro, vive desde marzo en Texas donde se dedica a hacer lobby y a promover las articulaciones de la ultraderecha internacional. En Brasil, su padre está siendo juzgado por el intento de golpe de Estado de enero de 2023, cuando sus seguidores causaron destrozos en la capital Brasília.
Lula señala con gusto que el ídolo de Bolsonaro, el presidente estadounidense Trump, no solo quedó impune tras un asalto muy similar al Capitolio en Washington dos años antes, sino que incluso pudo volver a postularse. “El presidente de EE.UU. probablemente no sepa que aquí en Brasil tenemos un Estado de derecho”, declaró Lula al New York Times.
Bolsonaro ya cumple arresto domiciliario con tobillera electrónica como medida preventiva. Además, en otro proceso se le prohibió ocupar cargos electivos. Se espera un fallo definitivo en septiembre. Como respuesta, el juez supremo Alexandre de Moraes no podrá viajar más a EE.UU., por “graves violaciones a los derechos humanos”, según anunció el secretario de Estado estadounidense Marco Rubio. De Moraes -aún más que Lula, blanco del odio de la derecha brasileña- dirige las investigaciones contra la red bolsonarista y actuó decididamente contra cuentas de extrema derecha en X o Facebook. Al igual que el presidente, no se guarda nada y calificó los intentos de extorsión de Trump como un ataque descarado a la soberanía brasileña.
En la disputa arancelaria, la solidaridad de Washington con Bolsonaro eclipsó cualquier argumento económico. EE.UU. mantiene un claro superávit comercial con Brasil -en 2024 fue de 7.400 millones de dólares-. Además, como suele hacer Trump, el anuncio fue más ruidoso que las medidas efectivas: casi 700 productos quedaron exentos de los aranceles la semana pasada, incluidos jugo de naranja, derivados del petróleo, piezas de avión y hierro fundido.
Estos productos representan el 43 % de las exportaciones brasileñas a EE.UU. En cambio, productos como el café, la carne y el pescado subirían notablemente de precio para los consumidores estadounidenses; las negociaciones al respecto todavía están en marcha. Trump, sin embargo, se niega al diálogo directo, mientras que Lula insiste en un trato respetuoso.
Se trata de la crisis bilateral más grave en décadas. Ya en 1964, Washington apoyó decididamente el golpe militar contra un gobierno reformista brasileño, lo que desembocó en una dictadura cívico-militar de 21 años, una de las más largas de Sudamérica.
Los responsables de asesinatos y torturas quedaron impunes, y bajo Bolsonaro los militares volvieron a desempeñar un papel central. El intento de golpe tras la asunción de Lula fracasó también porque el entonces presidente estadounidense Joe Biden se posicionó claramente a favor de Lula. Al igual que Barack Obama en su momento, valoraba al carismático exsindicalista. Y eso que en 2005, Lula, junto con Néstor Kirchner y Hugo Chávez, bloqueó la creación del área de libre comercio desde Alaska hasta Tierra del Fuego impulsada por Washington, el ALCA.
La política exterior multilateral de Lula, que además de mantener lazos con EE.UU. y Europa incluyó a África y al mundo árabe, no había generado mayores críticas hasta ahora. Iniciativas regionales latinoamericanas como Unasur o Celac vivieron su auge, y también se fundó en aquel tiempo el bloque BRICS, con Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Recientemente, Lula recibió a representantes del heterogéneo grupo, ahora ampliado con países como Egipto, Etiopía, Irán y los Emiratos Árabes Unidos. Trump, molesto, gruñó que si esos países cooperaban “de manera verdaderamente relevante”, su final estaría cerca.
La actual intromisión de Washington en los asuntos internos de Brasil va mucho más allá de lo habitual en América Latina, una región ya curtida en estas prácticas. Trump parece querer dar un escarmiento y recuperar los tiempos en que el subcontinente era considerado una zona de influencia natural de EE.UU. En Argentina, El Salvador y Ecuador ya gobiernan seguidores de Trump. Los mandatarios de izquierda en Chile, Colombia y Brasil podrían ser pronto reemplazados por ultraderechistas.
El 36 % de los brasileños apoya a Trump, según encuestas. Aunque Lula, que gobierna con un Congreso dominado por la derecha, logró capitalizar brevemente los ataques desde el norte, la situación sigue siendo un acto de equilibrio, también en el plano internacional.
En Alemania, Lula no goza de buena prensa desde que adoptó posiciones distintas a las del gobierno federal sobre la invasión a Ucrania y el genocidio en Palestina. La política exterior de Brasil es un ejemplo de coherencia y firmeza en favor de un “orden basado en normas”, ese mismo que tanto exigen altos representantes europeos a otros países. También suelen invocar “valores comunes” con América Latina cuando quieren ampliar relaciones económicas o el acceso a materias primas críticas. Tal vez los europeos aún puedan aprender algo de Lula, y demostrar cuán en serio toman la democracia.
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