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Análisis

La menopausia de las chimpancés y la evolución de las señoras

elDiario.es
Una chimpancé hembra.

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Las chimpancés se convirtieron en noticia hace unos días por el sorprendente resultado de un estudio científico publicado en la revista Science, en el que se ha constatado que ellas también pueden ser menopáusicas.

La noticia es sorprendente porque se conocen muy pocas especies animales cuyas hembras prolonguen su vida años después de finalizar su etapa reproductiva: las humanas, las orcas y otras cinco especies de cetáceas, ninguna más en todo el reino animal. Entre ellas, nosotras éramos las únicas de ese grupo en el orden de los primates, al que pertenecen humanos y sus parientes más cercanos. Hasta ahora. Por primera vez hay otras primates en el club de las menopáusicas: las chimpancés Ngogo de la selva de Uganda.

Lo que puede parecer una noticia cuqui de bichos, una curiosidad de pop science, es en realidad una investigación con ramificaciones profundas en la ciencia de la evolución. En primer lugar, ¿qué hay de raro en la menopausia para que sea un periodo tan excepcional en el reino animal? Sabemos por la teoría de la evolución que los rasgos que resultan adaptativos son los que te ayudan a sobrevivir en este mundo hostil y tienen mayor probabilidad de pasar a la siguiente generación. Es un poco de Perogrullo, pero es la idea. Si puedes adaptarte a tu entorno, entonces seguramente sobrevivirás, te dará tiempo a reproducirte y tus genes continuarán en este mundo. Es importante aclarar que adaptarte no es algo intencionado, sino que consiste en poseer una mutación que funciona bien frente a la presión ambiental que te ha tocado, y que es la que hace que un rasgo resulte adaptativo y se conserve en una población. Así, los genes que prolongan las probabilidades de perpetuarse durante más tiempo son más ventajosos. Ni la ley del más fuerte ni nada de eso. 

¿Y esto qué tiene que ver con la menopausia? Pues bien, siguiendo el razonamiento, que un individuo (o individua) siga vivo muchos años después de ser infértil no tendría sentido porque esos genes que le confieren longevidad posreproductiva no son tan rentables desde el punto de vista evolutivo. Este misterio aparente se ha explicado mediante lo que se conoce como ‘la hipótesis de la abuela’: en el mundo de las orcas, que sirven como especie modelo para estudiar esta hipótesis, las hembras mayores, en lugar de seguir teniendo más hijos, finalizan su etapa fértil y adquieren un rol fundamental en sus sociedades que las convierte en piezas poderosas del grupo. Gracias a su sabiduría lideran actividades relacionadas con la búsqueda de alimentos y ejercen de abuelas: son activas en la crianza de las proles, ayudan a mejorar la supervivencia de nietos y nietas y aseguran de este modo la transmisión de sus genes. Los superpoderes de las mayores son la información y la experiencia. 

El problema que se plantea ahora con estas chimpancés ugandesas es que las hembras cambian de grupo en la adolescencia, de modo que tienen a sus crías en otra comunidad y sus madres no las ayudan con la prole. La hipótesis de la abuela, que funciona para las orcas y para poblaciones humanas cazadoras-recolectoras, no se aplica en este caso. ¿Por qué la selección natural ha favorecido la existencia de las chimpancés señoras? Con este hallazgo, cuyos detalles están explicados en la noticia, los científicos evolutivos se han encontrado con que aún les queda mucha tela que cortar en el estudio de la menopausia. 

La sabiduría, la información y los cuidados

Ya ven que el tema tiene miga. A mí me ha hecho recordar varias situaciones. La primera, de hace años, fue una discusión en un grupo de Whatsapp en el que comentábamos una noticia en prensa sobre la hipótesis de la abuela en orcas y en humanas. Al leerla, una de mis amigas se quejó porque le parecía machista considerar que una mujer no tiene valor si ya no puede procrear. Como periodista de ciencia me di cuenta entonces de lo difícil que es a veces contar estas noticias sin que se malinterprete su significado. La ciencia de la evolución no cuestiona la utilidad de las mujeres mayores, que no solo se dedican —o no solo deberían dedicarse— a cuidar de los demás, sino a disfrutar de la vida que tienen por delante, con diversidad de opciones vitales. En sociedades complejas como las humanas, con una enorme casuística de normas y preferencias culturales, la criba de la selección natural no se traduce en una única solución para todas las personas. Lo que la ciencia de la evolución trata de desentrañar es el mecanismo que está operando por debajo para que la vida posmenopáusica tenga una función evolutiva. 

También me ha recordado otras conversaciones con amigas que saben mucho más que yo sobre evolución, y que piensan que sí hay cierto sesgo en la manera en la que se estudia. Nos parece que hay que encontrar una manera de entender, a la luz de la evolución, el hecho de que las personas que producen óvulos dejen de hacerlo y después sigan vivas un tercio de su existencia. Sin embargo, no hay tanto revuelo en torno al hecho de que las personas que producen semen lleguen a los 80 años.

Robert D. Martin, antropólogo biológico y curador emérito en el Museo Field de Historia Natural en Chicago, advertía de los mitos patriarcales sobre el semen en este fantástico artículo; entre ellos, la idea errónea de que los hombres conservan su fertilidad intacta hasta la vejez, en contraste con la menopausia: “Numerosas pruebas demuestran que en los hombres, el número y la calidad de los espermatozoides disminuyen con la edad. Además, recientemente se ha descubierto que las mutaciones se acumulan unas cuatro veces más rápido en los espermatozoides que en los óvulos, por lo que el semen de los hombres mayores está realmente cargado de riesgos”. Es cierto que los espermatozoides, al contrario que los óvulos, siguen generándose durante toda la vida del individuo, pero enséñeme cómo están esos espermatozoides con 80 años, que yo los vea. 

En cualquier caso, que la ciencia se haga estas preguntas nos acerca a respuestas que tiene que ver con la vida en comunidad, en sociedades complejas, en las que la sabiduría, la información y los cuidados que nos proporcionan las personas mayores son potentes herramientas de adaptación. Contaba María Martinón, directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), en su libro Homo imperfectus. ¿Por qué seguimos enfermando a pesar de la evolución?, que esos cuidados nos han hecho ser lo que somos como especie: “Hay un valor añadido en la contribución que nuestros mayores hacen al éxito de nuestra especie y ese valor es de tal magnitud que la evolución ha favorecido la longevidad en aquellos grupos en los que los individuos son muy dependientes. La biología avala con datos lo que podíamos pensar que solo estaba escrito en nuestros sentimientos. Esa contribución fundamental de las abuelas, hoy también extendida a los abuelos, es una de las marcas de identidad de Homo sapiens dentro del linaje de los homínidos”.

Otros científicos, los que se dedican a la salud global, son conscientes del rol de las abuelas en sociedades con familias extensas, como las del sur global o las mediterráneas. De ahí surgen proyectos como el Grandmother Project, que quiere aprovechar el poder de las señoras mayores de países en vías de desarrollo para mejorar la salud de sus comunidades. Porque, al contrario de lo que se suele pensar, ellas tienen el conocimiento, la autoridad y el liderazgo. 

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