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ANÁLISIS

Occidente ante la masacre en Gaza

Un niño junto a cuerpos de fallecidos por un ataque israelí en Gaza este miércoles.

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En su discurso del pasado sábado, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, apeló a “una guerra santa de aniquilación”, a “realizar la profecía” y a “recordar lo que Amalek os ha hecho”. Amalek es en la Biblia hebrea la nación enemiga del pueblo judío, cuyo exterminio se presenta como ley divina. El propio Netanyahu recitó el pasaje de Samuel 15:3:

“Ahora vayan y atáquenlos y destruyan absolutamente todo lo que tengan y no los perdonen, pero mátenlos, tanto a hombres como a mujeres, infantes y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y burros”. Recientemente también se refirió a Israel como “el pueblo de la luz” frente al “pueblo de la oscuridad”.

Este es el modo que el mandatario israelí elige para referirse a la operación militar en Gaza que ha provocado ya una masacre sin precedentes en la Franja, con miles de muertos, más de tres mil menores. Y esta es la estrategia que ha elegido respaldar sin fisuras la mayor parte de la comunidad internacional occidental, con Estados Unidos a la cabeza, configurando una foto histórica que se hizo patente en la votación de la pasada semana en la Asamblea General de Naciones Unidas.

La foto de la soledad occidental

En ella ciento veinte naciones apoyaron una resolución que pide una “tregua humanitaria inmediata, duradera y sostenida que conduzca al cese de las hostilidades”. Entre esos ciento veinte países a favor, solo ocho son de la Unión Europea: Bélgica, Francia, Irlanda, Luxemburgo, Malta, Portugal, Eslovenia y España. Votaron en contra catorce naciones, entre ellas Estados Unidos y cuatro integrantes de la Unión Europa. Y hubo cuarenta y cinco abstenciones, es decir, naciones que evitaron pedir ese alto el fuego inmediato. Entre ellas, quince países de la Unión Europea, además de Reino Unido, Australia, Canadá o Japón, entre otros.

Las votaciones en la Asamblea General de Naciones Unidas no son vinculantes y por tanto quedan tan solo como una foto simbólica pero representativa de una realidad actual. Este es el retrato que está llegando a todo el planeta: el de buena parte de la comunidad internacional occidental negándose a detener la masacre en Gaza, mientras el resto del mundo, la mayoría de las naciones, mantienen una posición contraria.

A ello se refería hace un par de días el ex primer ministro francés Dominique de Villepin, quien advertía de que “hoy estamos solos ante la Historia”:

“Nos encontramos atrapados, con Israel, en este bloque occidental que hoy ha sido desafiado por la mayor parte de la comunidad internacional. Vemos que existe la idea de que ante lo que ocurre en Oriente Medio debemos seguir la lucha incluso más, hacia lo que se parece a una guerra religiosa o civilizatoria. Es decir, aislarnos nosotros mismos incluso más en la escena internacional”.

El empeño de Israel en seguir bombardeando Gaza continúa provocando reacciones fuera del llamado primer mundo. En las últimas horas Bolivia ha anunciado su ruptura de relaciones con Tel Aviv, y Chile, Colombia y Jordania han llamado a consultas a sus embajadores. Aquí en España la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra, ha aplaudido el paso de esas tres naciones latinoamericanas. Brasil y México también han elevado el tono y el presidente Lula da Silva ha insistido en la urgencia de un alto el fuego inmediato.

Alarma de los organismos de derechos humanos

Mientras sigue el asedio y el bloqueo contra Gaza, en Cisjordania se han multiplicado los ataques de soldados y colonos contra población palestina, hasta el punto de que en las últimas tres semanas han muerto 132 palestinos en ese territorio y los habitantes de trece aldeas han sido expulsados. En Gaza la masacre sigue acumulando muertos y desaparecidos bajo los escombros. Si la mayor parte de Occidente insiste en no pedir el alto el fuego inmediato y en no presionar a Israel, morirán cientos de personas más. O miles. ¿Dónde se detendrá la cifra?

Ante los riesgos del futuro y la barbarie del presente, Naciones Unidas y organizaciones internacionales de derechos humanos están movilizándose para frenar lo que la mayor parte de Occidente permite. En ese sentido, Unicef alerta de que Gaza se ha convertido en un cementerio para niños. Naciones Unidas ha pedido un alto el fuego y repite una y otra vez que incluso las guerras tienen reglas que no hay que violar. El Alto Comisionado de la ONU ha advertido de que los ataques israelíes del pasado lunes sobre el campo de refugiados de Jabalia en Gaza podrían constituir crímenes de guerra.

El Comité Internacional de la Cruz Roja, que no suele pronunciarse en términos tan contudentes, ha indicado que “el sufrimiento humano en Gaza conmociona. Miles de muertos, acceso limitado a comida y agua, hospitales al borde del colapso con los pasillos llenos de heridos y desplazados. Incluso las guerras tienen límites”. La Organización Mundial de la Salud insiste en que “el número de víctimas civiles es asombroso (…). No hay tiempo que perder. Cada momento importa”.

En su carta de renuncia Mokhiber acusa a EEUU, Reino Unido y gran parte de Europa de ser "completamente cómplices"

Denuncias y renuncias

El cierre de filas de Washington en torno a Israel ha generado alguna reacción en la Administración Biden. El Huffington Post ha informado de que dos funcionarios estadounidenses estaban preparando un “cable de disidencia” –a través de un canal interno protegido– para mostrar su desacuerdo con el presidente en este asunto. También recientemente –el 18 de octubre– dimitía un veterano alto funcionario del Departamento de Estado estadounidense, Josh Paul, en protesta por el “apoyo ciego” de Washington a Israel.

En un artículo en The Washington Post, Paul explicó que “el historial muestra que las armas proporcionadas por EEUU no han llevado a Israel a la paz. Más bien en Cisjordania han facilitado un crecimiento de una infraestructura de asentamientos que ahora hace que un Estado palestino sea cada vez más improbable, mientras que en la densamente poblada Gaza los bombardeos han infligido traumas masivos y víctimas, sin contribuir en nada a la seguridad israelí”.

Paul también detallaba que tras los atentados del brazo armado de Hamás el pasado 7 de octubre Israel solicitó a EEUU armas de inmediato, “incluso una variedad de armas que no tienen aplicabilidad en el conflicto actual”, y que Washington aceptó la petición sin “debate franco”. Y añadía que “el riesgo de que las armas estadounidenses proporcionadas a Israel, especialmente municiones aire-tierra, causen daños a civiles y violen los derechos humanos es obvio”, pero el Departamento de Estado “fue inflexible” y evitó “cualquier debate sobre este riesgo”.

Este martes, el hasta ahora director de la oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU en Nueva York, Craig Mokhiber, también quiso pronunciarse al respecto tras dejar su cargo: “Una vez más estamos viendo un genocidio desarrollarse ante nuestros ojos y la organización a la que servimos parece impotente para pararlo”. En su carta de renuncia Mokhiber acusa a Estados Unidos, Reino Unido y buena parte de Europa de “ser completamente cómplices de la horrible agresión”. Y añade:

“No solo están rechazando sus obligaciones para asegurar respeto a las Convenciones de Ginebra, sino que de hecho están activamente armando la agresión, proveyendo apoyo económico y de inteligencia y dando cobertura diplomática y política a las atrocidades de Israel”.

El papel de la ONU y la ley internacional

Estas denuncias exigen un análisis sobre la capacidad de maniobra de Naciones Unidas, organismo imprescindible para vigilar y salvaguardar derechos humanos y ley internacional, pero en la práctica condicionado por el poder de veto de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad –Rusia, EEUU, China, Francia y Reino Unido– y limitado por las propias violaciones de las resoluciones y de la ley internacional por parte de diversas potencias, incluidas aquellas percibidas en Occidente como representantes de los mejores valores. Hace un par de semanas Estados Unidos vetó una resolución para un alto el fuego humanitario en Gaza -presentada por Brasil- que obtuvo el apoyo de doce de los quince integrantes del Consejo de la ONU y dos abstenciones. El único voto en contra fue el de Washington.

El hecho de que un aliado crucial como Israel –en EEUU es denominado “nuestro portaaviones en Oriente Medio”– incumpla de forma habitual las resoluciones de Naciones Unidas resta eficacia a una parte de las funciones de la ONU. Este hecho se agrava ahora con EEUU y gran parte de Europa manteniendo su luz verde a los bombardeos contra Gaza.

El orden basado en el derecho internacional se desmorona con el apoyo de potencias que promocionan sus valores

De 2001 a 2023: el derrumbe del andamiaje

Este mensaje cala en los países del Sur Global, que llevan dos décadas observando e incluso sufriendo las consecuencias de la llamada guerra contra el terror lanzada por Estados Unidos en 2001 como respuesta a los atentados del 11-S. Esa estrategia –invasiones, ocupaciones militares, bombardeos a población civil, cárceles secretas, torturas, secuestros o arrestos sin cargos ni juicios– no solo no ha ayudado a mejorar las cosas, sino que ha engendrado más violencia, incrementado las tensiones y provocado una enorme fragmentación en los países donde se ha aplicado.

Quienes cubrimos la invasión de Irak y otras operaciones militares en la región pudimos constatarlo. Lejos de paliar el daño y el dolor, lo ha incrementado. También ha generado cambios de alianzas y de capacidad de influencia de algunos actores regionales, como Irán. A esta enorme grieta abierta desde entonces se suma ahora el apoyo a los bombardeos de Israel contra la población palestina de Gaza. Esta postura occidental, mantenida con el paso de las semanas, marca un episodio clave en la historia.

Sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial y el horror del Holocausto se levantó la Carta Universal de Derechos Humanos, el desarrollo de Naciones Unidas y una Europa que quiso transitar vías de paz. Casi ochenta años después ese consenso se está terminando de resquebrajar. La evidencia es clara incluso para las sociedades occidentales: solo se apela a las normas cuando quien las viola es el adversario. A partir de ahora ya no hay ni disfraz ni hipocresía. Todo queda claro y por tanto nada podrá volver a ser igual. La elección de Washington y la mayoría de sus aliados europeos de vincular su posición –y su destino– a Israel es moralmente suicida, políticamente errática y jurídicamente arriesgada.

El orden basado en el derecho internacional se está desmoronando con el apoyo de las potencias que promocionan sus valores y que dicen estar defendiéndolos. Hoy Occidente está más solo ante la historia.

Frente al abismo de la impunidad

Los acontecimientos en Gaza condicionan las relaciones internacionales presentes y futuras. No solo atañen a israelíes y palestinos, sino que están marcando el paso del futuro orden internacional. Ante ello algunas voces sensatas alertan de la necesidad de mucha construcción y arquitectura para diseñar un marco reforzado en la defensa de los derechos humanos, de la paz y la ley internacional, potenciando la capacidad Naciones Unidas, de la Corte Penal Internacional y un nuevo compromiso de respeto entre los Estados.

Frente a la vía militarizada presentada como única opción, urge una diplomacia de altura dispuesta a desatascar la cuestión palestina y a no regresar al statu quo anterior al 7 de octubre. Es decir, a buscar vías que terminen con la ocupación ilegal de los territorios palestinos y garanticen una vida con plenos derechos para toda la población, ya sea a través de un Estado propio o en un Estado binacional donde nadie sea segregado por su religión o etnia.

Lo contrario será arrojarse al abismo de más guerra e impunidad, con una pérdida de autoridad moral occidental que condiciona relaciones y otros conflictos –como Ucrania– y con una imagen de Estados Unidos y de buena parte de Europa arrasada por su incapacidad para pedir alto y claro el fin de la masacre en Gaza y el respeto del derecho internacional.

Sobre este riesgo, y en estos términos de máxima emergencia, se expresaba hace unas horas ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados:

“Las decisiones que ustedes quince tomen –o dejen de tomar– nos marcarán a todos y a las generaciones venideras. ¿Seguirán permitiendo que este rompecabezas de la guerra se complete con actos agresivos, con su desunión o con pura negligencia? ¿O darán los pasos valientes y necesarios para alejarse del abismo?”

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