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Las olas de calor y el fenómeno del Niño pasan facturas billonarias a la economía global

Imagen tras las las inundaciones en Emilia Romaña (Italia) en 2023.

Ignacio J. Domingo

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La reciente sucesión de estudios predictivos, científicos y económicos, sobre la emergencia que creó el calentamiento global no trae buenas nuevas. El planeta superará los 1,5 grados que los Acuerdos de París establecieron como límite de temperatura adicional. Europa será el continente que más acelerará su cambio climático. Si bien serán otras latitudes -India, Nigeria e Indonesia, principalmente- donde se concentrará el terrible presagio de que una de cada tres personas que habitan en la Tierra tendrá que sobrevivir en áreas peligrosamente calurosas en 2080. Además del trance humano, significará supresión de cultivos y alteraciones en el comercio y en las cadenas productivas y de valor.

A este brusco volantazo climático se une el fenómeno de El Niño, con sus repentinas y oscilantes variaciones de temperatura, que añadirá peligrosidad -y carestía- a los efectos del calentamiento global. El que comienza este año -alertan los científicos- será especialmente intenso y propiciará desde su foco original, la zona ecuatorial del Pacífico, episodios de sequía, lluvias torrenciales y calores intensos de especial virulencia.

La revista Science acaba de publicar un estudio del Darmouth College que cifra el costo que El Niño ocasionará a la economía mundial en 3,4 billones de dólares anuales, cantidad similar al PIB de Reino Unido, durante el lustro en curso, tiempo en el que se apreciarán sus efectos. Aunque sus editores recuerdan que alguna de sus últimas irrupciones, como la que se concentró entre 1997 y 1998, generó una factura de 5,7 billones.

“Sabemos que El Niño es un gran martillo que golpea la Tierra cada cierto tiempo, pero nunca se había calculado ni las implicaciones económicas de sus puestas en escena ni el significado real de su comportamiento regulador del clima”, recalca uno de sus autores, Christopher Callahan. A pesar de que “sus embestidas sobre las economías pueden durar un decenio o más”, precisa Justin Mankin, otro de sus investigadores. Entre otros parámetros, repercute en el volumen de inversión en tecnología e innovación y en los gastos asociados a la reconstrucción de perjuicios de índole material, públicos o privados, lo que ocasiona rémoras en el potencial de dinamismo de los sistemas productivos.

Las simulaciones comparativas de este fenómeno, que ocurre cada tres o cinco años -y que tuvo en el de 2016, el de mayor virulencia de su historia reciente-, desvelan que “no todos los países sufren El Niño de igual forma”. Algo que coincide con el diagnóstico de Kaimar Mohaddes, de la Universidad de Cambridge, experto en macroeconomía y que realizó otro estudio en 2017 sobre 21 países, en su gran mayoría industrializados, donde constató que EEUU y Europa “no suelen soportar retrocesos de riqueza significativos”. Por contra, Australia, Japón, Chile o Indonesia, India, Sudáfrica y Nueva Zelanda recibieron castigos de más calado. Mohaddes señala que la reciente evaluación de daños y perjuicios de sus colegas Darmouth College son del mismo calibre que el agujero que creó la crisis financiera de 2008.

Los riesgos climáticos alteran el comercio global (…)

El Niño propició -y agudizó- episodios de calor extremo y adelantó las altas temperaturas, como acaba de soportar el sur de Europa. Estas olas fueron demoledoras. Entre 1992 y 2013 provocaron pérdidas por valor de 16 billones de dólares, el valor del PIB chino a precios corrientes. Otro estudio revelador, de Science Advances, enfatiza que estas fases de calor causan fuertes y recurrentes desequilibrios de distribución de la riqueza global, y que sus “consecuencias perniciosas” se suelen cebar con las naciones en desarrollo. Aunque en gran medida, el origen de estas inclemencias, irónicamente, procedan de los insostenibles niveles de polución que emiten las potencias industrializadas y los principales mercados emergentes.

El análisis actualiza con datos retrospectivos esta factura, asumida y manejada como oficial por el Banco Mundial y otras instituciones multilaterales, y la eleva hasta los 65 billones de dólares. Se trata de una cantidad nada baladí porque supone la suma de los cinco mayores PIB del planeta: EEUU, China, Japón, Alemania e India.

Los investigadores que lo suscriben señalan como focos de mayor impacto del calor extremo los gastos sanitarios adicionales, los retrocesos en la productividad y en la producción agrícola. Lo van a pagar mayoritariamente los países de rentas bajas, ya que mientras el descenso medio anual de la renta per cápita entre las potencias industrializadas por sus efectos se quedaría en un 1,5% a lo largo del próximo lustro, en las latitudes en desarrollo el receso del PIB de sus habitantes será del 6,7%.

Callahan, el científico del informe Dartmouth, incide en que estas previsiones “deben ser matizadas, porque los costos de adaptación al cambio climático tendrían que tener en cuenta los cheques adicionales de la inacción o de la instauración de medidas equivocadas de combate contra la sequía, que también son susceptibles de medición”. A su juicio, hay otra “etiqueta con un precio extra por no hacer nada y una tercera, por acciones erróneas” porque, desde 2013, -justifica- “los acontecimientos de calor extremo se incrementaron, tanto en frecuencia como en severidad”. Y este ejercicio está rompiendo récords de temperatura en Reino Unido, China y Europa.

Para Callahan, las disparidades de riqueza entre ricos y pobres abren el debate de “quién debería sufragar la parte del león de los gastos del cambio climático, así como los costos de prevención y reparación de sus daños económicos colaterales”.

Algunos de estos cheques climáticos tienen derivadas de difícil cuantificación. Por ejemplo, las encargadas de evaluar el comercio global. Los intercambios de mercancías y servicios vuelven a emitir signos de tensión tras los cuellos de botella productivos -de cadenas de valor- y logísticos. El Canal de Panamá, por donde atraviesa el 6% del tráfico naval de bienes, es un magnífico botón de muestra.

La pasarela mercante entre el Atlántico y el Pacífico fía buena parte de su supervivencia a las lluvias, porque de ellas depende un sistema de esclusas capaz de hacer oscilar a los barcos que transitan por su recorrido por un desnivel de caudal de nada menos que 26 metros.

El Lago de Gatún es su regulador, a través de la fuerza de la gravedad de esta masa de agua dulce natural. Sin embargo, la severa sequía actual forzó a los mercantes a reducir sus cargas, con los consiguientes gastos adicionales por retrasos y a gestionar nuevos embarques por parte de las navieras. Generalmente, multinacionales que, desde la Gran Pandemia, se convirtieron en uno de los sectores con mayores beneficios acumulados.

(…) y dificultan las estrategias monetarias

Las autoridades del Canal recuerdan que 2019 fue el quinto año más árido de las últimas siete décadas con un 20% menos de precipitaciones que la media de ese periodo en el que hubo hasta cuatro huracanes devastadores. “Si la selva panameña no recupera sus registros pluviométricos, tendremos que barajar alternativas y ninguna será barata”, avisa a Bloomberg el CEO de Vespucci Maritime, Lars Jensen, una de las navieras que operan en el Canal. La más factible, “sería ir directamente desde Asia a la Costa Oeste de EEUU y elevaría notablemente las actuales tarifas del pasillo transpacífico panameño”.

En un contexto de previsiones climatológicas poco halagüeñas. Jon Davis, jefe de meteorología en Everstream Analytics, anticipa que este año y los siguientes “los niveles del lago descenderán y tendrán un impacto negativo sobre el tránsito marítimo del Canal”.

En 2021, más de 517 millones de toneladas de mercancías atravesaron esta vía marítima, lo que generó más de 2.100 millones de dólares a las arcas panameñas. En 2022, los ingresos crecieron hasta los 2.250 millones. Mientras -recuerdan la autoridad del Canal-, “hemos evitado la emisión de 16 millones de toneladas de CO2 en 2021 y de más de 650 millones desde su construcción en 1914” al tiempo que “nuestra zona boscosa ha absorbido más de 18,3 millones de toneladas entre 2016 y 2020”. “Sin recibir compensación ni directa ni crediticia alguna”, matizan.

El BCE reconoce abiertamente que el cambio climático acelerará la inflación este decenio. Las rachas de sequía y calor son, para los expertos de su servicio de estudio, el peor de los sueños para los productores agrícolas, y un peaje que elevará los “riesgos sobre la estabilidad de los precios” e impulsará las subidas de tipos. El indicador del consumo de los alimentos aumentará anualmente en torno a los 3,23 puntos básicos hasta 2035. Los precios de la zona del euro oscilará entre un 0,32% y un 1,18% por encima de los niveles actuales hasta esa fecha, lo que deja el límite del 2% en “una situación extremadamente delicada”, afirma en un reciente informe Maximilian Kotz, uno de sus analistas. En su opinión, todo ello tendrá su reflejo en “las expectativas inflacionistas a medio y largo plazo”.

La institución monetaria reconoce que “el caos climático provocará anomalías productivas, subidas de tipos excepcionales y volatilidades bursátiles en intervalos impredecibles y con una intensidad muy variable”, lo que distorsionará las estrategias monetarias.

En el ámbito privado se incide en la urgente conveniencia de acelerar la transición energética y de instaurar economías de emisiones netas cero de CO2. Christian Keller escribe en una nota a inversores de Barclays que “en los próximos cinco o diez años se impondrá una visión de mayor realismo en los bancos centrales”, cuyas políticas monetarias “irán más allá de controlar la oferta con movimientos de tipos para mantener a raya la inflación”. El salto hacia las renovables “será el mejor termómetro hacia la neutralidad del precio del dinero”.

IJD

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