La gente empieza a violar las normas de prevención cuando advierte que algunos privilegiados las ignoran
A lo largo del año pasado, hemos escuchado repetidamente que -hasta que se logre una vacunación masiva- la clave para controlar la epidemia de Covid-19 radica en controlar el comportamiento social. Sin embargo, a medida que, en Gran Bretaña, la espiral de casos continúa ascendiendo y que, en consecuencia, día a día se implementan restricciones sociales cada vez más estrictas, nos planteamos una pregunta clave: ¿hay alguien que todavía las esté respetando?
La observancia de las normas ha sido uno de los conceptos más incomprendidos y tergiversados de esta pandemia. Durante la primera ola del virus, existía la preocupación de que un confinamiento prolongado conduciría a una ‘fatiga conductual’ y a una disminución del cumplimiento de las restricciones sociales. De hecho, la tal ‘fatiga conductual’ no era un concepto científico sino político, no estaba respaldado por investigaciones de epidemias anteriores ni por datos que surgieran a posteriori del primer confinamiento dispuesto por las autoridades (más del 97% dio prueba de un buen cumplimiento de las reglas, sin una disminución significativa desde marzo a mayo). Durante las emergencias, los seres humanos están realmente preparados para actuar a favor del interés colectivo, como vimos en los sacrificios realizados por el público en toda Gran Bretaña durante la primavera de 2020.
Solo cuando se dispusieron nuevas y menos estrictas reglas de aislamiento y distanciamiento empezó a disminuir la observancia por la población. En parte, la gente sintió que la situación era más segura. Pero, también contribuyeron otros factores. Para muchos, las nuevas reglas simplemente eran demasiado complejas de entender. Mientras que, durante el confinamiento en Gran Bretaña, el 90% de los adultos afirmaba que sentían que entendían bien las reglas, en agosto esta cifra fue solo del 45%. Las reglas en conflicto en las diferentes naciones del Reino Unido, los cambios frecuentes en esas mismas reglas y la confusión sobre las fechas de anuncio (en oposición a las fechas de implementación) exacerbaron la situación.
También cambió el mensaje que emitía el Gobierno sobre la adhesión a las medidas luego de que se publicitaran las acciones de Dominic Cummings, asesor del primer ministro Boris Johnson, lo que originó una disminución en el cumplimiento de las normas. Dirigir la atención a un solo hecho puede parecer el resultado de algún rencor personal, pero éste fue fundamental por muchas razones. Durante el confinamiento, el mensaje sobre el cumplimiento era claro: las restricciones sociales eran vitales para detener la propagación del virus, razón por cual todos tenían que hacer su parte; sin excusas, sin excepciones. Pero Cummings cambió el tono: si se podía encontrar una laguna en las reglas, de alguna manera se volvió aceptable (y defendible) romperlas. El enemigo había cambiado: antes, era el virus; ahora, las medidas diseñadas para frenar a ese virus.
Este cambio de tono no pasó inadvertido, como mostró nuestra investigación en University College (Londres). Los mismos sacrificios que la gente había hecho voluntariamente en la primavera como parte de una responsabilidad social colectiva de pronto parecían menos necesarios. La buena voluntad se transformó en enojo y en malestar, en gran parte dirigidos contra el Gobierno, que justificó las acciones de Cummings. La confianza en el Gobierno para el manejo la pandemia dio un giro a la baja en Inglaterra, del que no se ha recuperado desde entonces. La confianza es crucial, ya que las investigaciones han demostrado que es uno de los mayores predictores conductuales del cumplimiento durante esta pandemia: mayor que la salud mental, que el respeto por el sistema sanitario nacional y que muchos otros factores. Como seres humanos, debemos confiar en nuestras autoridades para hacerles caso y cumplir con lo que ellas nos dicen que hagamos.
Otros factores también son importantes como predictores del cumplimiento. La relevancia de algunos ya se había demostrado durante pandemias anteriores: los adultos mayores y las mujeres suelen seguir mejor las reglas para detener la propagación de los virus. Pero, más específicamente durante la pandemia del Covid-19, otros factores han salido a la luz. Los más privilegiados dentro de la sociedad (los más ricos y los más educados) demostraron mayor cumplimiento durante el primer confinamiento, ya que su situación beneficiada favorecía su capacidad para seguir las reglas: más oportunidades para trabajar desde sus hogares, casas espaciosas y con jardines donde encerrarse y una infraestructura sólida que integraba desde buenas redes de apoyo social hasta entregas de alimentos programadas.
Pero, a medida que la pandemia continuó, este mismo privilegio se ha asociado con una mayor propensión a infringir las reglas. El dinero ha comprado una salida a las restricciones sociales, desde proporcionar segundas residencias donde retirarse hasta permitir las vacaciones en el extranjero para escapar de las medidas más estrictas del Reino Unido, además de salidas en altas horas de la noche en los períodos en los que se imponían medidas de cuarentena.
El privilegio ha llevado a la creencia de que uno puede engañar al virus y reunirse con amigos en contra de las pautas establecidas, lo cual “no nos hará ningún daño”. Irónicamente, los más privilegiados confiesan que comprenden menos las reglas. Al igual que con las acciones de Cummings, la atención se centra en el enemigo equivocado: el foco se desplazó desde ‘cómo detener al virus’ hasta ‘cómo escapar de las medidas diseñadas para controlarlo’.
Los titulares de las noticias de que ‘Decenas de millones siguen las reglas’ son comprensiblemente menos emocionantes que las historias de redadas policiales en raves y otras infracciones. Pero debemos tener cuidado.
Entonces, al entrar en un nuevo año y otro conjunto de reglas nuevas, ¿hay alguna esperanza de que recuperemos la confianza y la observancia con las que comenzamos hace casi un año? Afortunadamente, la respuesta es sí. A medida que los casos volvieron a aumentar en otoño y el Reino Unido entró en nuevos bloqueos, el cumplimiento en realidad aumentó. Cuando se nos recuerda la urgencia y el peligro de la situación, no solo con las palabras de los políticos, sino con acciones claras, como medidas más estrictas, nuestro sentido del deber puede regresar. Pero también hay lecciones que podemos aprender del año pasado para ayudarnos durante los próximos meses.
Todos deben desempeñar su papel, independientemente de su estatus o privilegio. Cualquier excepción o modificación de las reglas puede afectar el cumplimiento por parte de los demás y a la vez envía un mensaje de que las reglas son meras pautas y los sacrificios personales no son necesarios. La comunicación debe ser clara, coherente y cuidadosamente dirigida. Todos estamos motivados por diferentes factores: para algunos, los mensajes sobre el riesgo personal de Covid-19 serán más poderosos, mientras que para otros será más efectivo apelar a un sentido del deber colectivo (‘Salva a tu abuela’).
También todos confiamos más en diferentes fuentes, ya sean políticos, profesionales de la salud o líderes comunitarios. Así que una pluralidad de voces resulta vital para comunicar ese mensaje. El cumplimiento debe modelarse como la norma para todos. Actualmente, nueve de cada diez personas piensan que están cumpliendo más que el promedio. Los titulares de las noticias de que ‘Decenas de millones siguen las reglas’ son comprensiblemente menos emocionantes que las historias de redadas policiales en raves y otras infracciones. Pero debemos tener cuidado de que no parezca que estamos infiriendo que las acciones de una minoría representan los comportamientos de toda la población.
La Dra. Daisy Fancourt es Profesora Asociada de Psicobiología y Epidemiología en University College (Londres) y coordina el programa de investigación social sobre el Covid-19 en Gran Bretaña.
(Traducción del inglés: Alfredo Grieco y Bavio)
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