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OPINIÓN

La humanidad no puede seguir equivocándose: esta es una emergencia climática

Una boya se encuentra de pie en el suelo seco del lago Mead, en Nevada.

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Estamos declarando la emergencia climática. Todos pueden hacerlo, cualquiera que sea el lugar de la Tierra al que llamen hogar. Ya no hay que esperar a los políticos: llevamos décadas esperándolos. Lo que la historia nos muestra es que cuando la gente manda, los gobiernos la obedecen. Nuestro poder reside en aquello de lo que somos testigos. No podemos negar que el Gran Lago Salado se está desvaneciendo ante nuestros ojos, convirtiéndose en una playa de sal y productos químicos tóxicos agrietada por el sol. Tampoco podemos negar que el lago Mead está reduciéndose a un charco. En Nuevo México, un incendio forestal que comenzó a principios de abril siguió activo hasta finales de julio. El pasado mes de agosto, el ojo del huracán Ida se dividió en dos, por lo que no hubo calma, sino vientos de 305 kilómetros por hora que arrasaron con pueblos en los bayous de Luisiana. En 2021, ardieron 7 millones de acres en el oeste americano. El futuro del que nos advertían los científicos es el lugar donde estamos viviendo.

La emergencia climática fue declarada una y otra vez por la Naturaleza y por la agitación y el sufrimiento que sus catástrofes suscitaron entre los humanos. Los 2.000 individuos que recientemente murieron de calor en Portugal y España no están aquí para dar testimonio, pero sí lo están muchos de los residentes de Jacobabad, en Pakistán, cuyas temperaturas fueron declaradas “inhabitables para los seres humanos” por Amnistía Internacional. Los rieles del sistema ferroviario británico deformados por el calor y las carreteras abolladas claman que esto no tiene precedentes. Los mil millones de criaturas marinas que se calcula que murieron en la costa del noroeste del Pacífico por la ola de calor del pasado verano anunciaron la emergencia climática.

Las poblaciones devastadas por el calor en el sur de Asia, las actuales caídas en el rendimiento de las cosechas de cereales en China, India, toda Europa y el medio oeste de Estados Unidos, la hambruna en el Cuerno de África debido a la sequía provocada por el clima, los arrecifes de coral blanqueados y moribundos en Australia, los ríos de agua de deshielo brotando de la capa de hielo de Groenlandia, el permafrost derritiéndose en Siberia y Alaska: todos dan testimonio de que se trata de una emergencia climática. Nosotros también. Sin embargo, la ansiedad que sentimos y el dolor que nos embarga palidecen en comparación con la ferocidad de nuestra determinación.

El futuro nos necesita

Podemos elegir vivir de forma diferente y construir formas más sabias y justas de producir, consumir y viajar. Nuestra esperanza reside en nuestras acciones colectivas. Una emergencia climática significa que llegó el momento de dejar de hacer las cosas como siempre se han hecho, de cambiar nuestras prioridades y de reconocer nuestra responsabilidad con los que están en la primera línea de la crisis climática. Esta emergencia, que no comenzó repentinamente y no llegará a su fin durante nuestro tiempo de vida, necesita sin embargo de nuestra respuesta urgente. Esto significa hacer todo lo posible para estabilizar la salud del planeta y acelerar la transición hacia el abandono de los combustibles fósiles. Ahora.

Entre los científicos y los ingenieros, los filósofos y los poetas, los líderes indígenas, los activistas del clima y los jóvenes comprometidos, sabemos qué hacer y cómo hacerlo. Tenemos una multiplicidad de herramientas, tenemos una visión caleidoscópica en la que cada uno de nosotros puede poner a disposición los dones con los que cuenta y, lo que es más importante, tenemos la voluntad espiritual de cambiar el curso de nuestro destino en llamas.

El futuro nos necesita. Nos necesitamos unos a otros. En una época en la que la mayoría de los estadounidenses quiere ver una acción climática seria, muchos políticos nos fallaron y socavaron a los que lo están intentando. Nosotros mismos debemos responder por los que nacerán la próxima semana y la próxima década y el próximo siglo, que necesitan un planeta vivo y floreciente en toda su exquisita diversidad de suelos, criaturas y seres humanos. No tenemos derecho a robarles a ellos ni a los jóvenes que se asoman a un futuro caótico su derecho de nacimiento. No los representamos, pero podemos representarnos a nosotros mismos, como personas solidarias con toda la vida. Con ese espíritu, nos unimos a quienes ya han declarado la emergencia climática alrededor del mundo, e invitamos a todos a unirse a nosotros.

Rebecca Solnit es columnista de The Guardian US.

Terry Tempest Williams es escritor, naturalista y activista.

Traducción de Julián Cnochaert

RS/TTW

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