Los pescadores del Caribe temen verse atrapados en la “guerra contra las drogas” de Trump frente a Venezuela

En la terminal pesquera de Otaheite, en la costa oeste de Trinidad, los pescadores están ocupados limpiando sobre las mesas la pesca de esa mañana. En el lugar se amontonan pilas de caracolas y de pequeños cebos. Fondeadas en la costa, las embarcaciones pesqueras, de madera y con forma de canoa, se balancean con las olas.
El día está tan despejado y la isla tan cerca del continente sudamericano que en el horizonte es posible ver las montañas de Venezuela. El golfo de Paria, que separa a los dos países, está engañosamente tranquilo. Muchos en el Caribe temen una tormenta inminente.
Estados Unidos ha enviado ocho buques de guerra y un submarino al sur del Caribe en los últimos meses con la misión de combatir el tráfico de drogas, según la Administración Trump. Un despliegue que ha destruido varias lanchas rápidas cargadas supuestamente con droga, causando la muerte de al menos 17 personas, según la Casa Blanca. No está claro si el número de embarcaciones atacadas son tres o cuatro.
Expertos de la ONU y organismos de derechos humanos han calificado los ataques estadounidenses de ejecuciones extrajudiciales. Los gobiernos caribeños pertenecientes a la alianza comercial Alba (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, patrocinada por Venezuela) condenan el despliegue de EEUU, que denuncian como una “violación flagrante” del derecho internacional.
Otros países de la región han mostrado su apoyo a EEUU. La Armada de República Dominicana ha colaborado con las fuerzas estadounidenses para localizar una tercera embarcación, en la que murieron tres personas. El presidente de Guyana, Irfaan Ali, pidió prudencia, pero también dijo a The Guardian que su Gobierno apoyaría cualquier medida que acabara “con el crimen transnacional y las actividades ilegales”.
La primera ministra de Trinidad y Tobago, Kamla Persad-Bissessar, también ha acogido con satisfacción la presencia naval estadounidense. Pero en Otaheite los pescadores dicen que ahora tienen que andar con más cuidado. Phillip es uno de ellos. Lleva más de 18 de sus 30 años dedicado a la pesca y dice que no tiene ninguna intención de dejarla, pero le preocupa que los trinitenses puedan verse envueltos en la violencia. “Venezuela está en guerra con Trump, así que parece que también está en guerra con nosotros; el riesgo es complicado porque no se sabe si nos atacarán o no”, advierte.
La retórica de Estados Unidos ha avivado aún más el temor de que los pescadores puedan convertirse en daños colaterales. El propio Trump admitió que los buques de guerra probablemente “también estén deteniendo a algunos pescadores”. Después de eso, su vicepresidente, JD Vance, indicó que él no iría a pescar al Caribe.

Las autoridades de Trinidad y Tobago han tratado de tranquilizar a la población. El líder del gobierno de Tobago, Farley Augustine, ha dicho que Estados Unidos no está operando en aguas de la isla y que los pescadores que antes se quejaban de intrusiones en sus aguas deberían sentirse más seguros. “Ahora deberían estar más contentos que nunca porque hay un elemento disuasorio”, planteó.
Los argumentos de Augustine son un reflejo de los de Persad-Bissessar. A diferencia de muchos gobiernos del Caribe que ven en las maniobras militares de EEUU una amenaza para la paz y la seguridad, la primera ministra trinitense ha dado su apoyo al despliegue militar insistiendo en que la intervención estadounidense solo puede ayudar a Trinidad y Tobago, que el año pasado figuró entre los países más violentos de América Latina y el Caribe. Los únicos que se oponen a este despliegue, dijo Persad-Bissessar a los periodistas, son los que se benefician de manera directa o indirecta del tráfico ilegal de drogas.
Los pescadores están siendo más cautelosos con la distancia a la que se adentran en el mar. Si esto se prolonga, podría afectar a la disponibilidad y encarecer los precios
Pero en Maracas Bay y Las Cuevas, lugares de encuentro de lugareños y turistas al norte de Trinidad, los barcos se alejan ahora menos de la costa. En lugar de seguir la ruta tradicional hacia el oeste, en dirección a Venezuela, se dirigen ahora hacia el este, cerca de la costa de Trinidad. “Nadie quiere arriesgarse”, dice un lugareño.
El veterano Hopsing, con 40 años de experiencia en el mar, trabaja en la terminal pesquera de Claxton Bay, en la costa oeste de Trinidad. Opina que la presencia militar estadounidense ha tenido, como mínimo, un efecto positivo. “Los piratas eran un problema, pero eso se ha acabado; ahora hay barcos vigilándonos”, señala. “La guardia costera no hacía nada, Trinidad no tiene una policía buena ni un ejército bueno”.
El pescador Dave Johnson, de la localidad de Mayaro, teme posibles consecuencias. “Como país, nunca hemos tenido problemas con Venezuela; ahora, con esto que está saliendo en los medios, algunos pescadores tienen miedo de arriesgarse a ir a donde suelen ir... No queremos que la guerra se intensifique”, apunta. Para Johnson, la cuestión va más allá del dinero: “Si no tuviéramos pescadores, ¿cómo comeríamos pescado? La comunidad pesquera aporta mucho”.
Los economistas locales han advertido de las consecuencias que una disminución en las capturas podría tener para Trinidad. Según la Oficina Central de Estadística, los precios del pescado en agosto ya eran un 9,5% más altos que en el mismo mes de 2024. El profesor de Finanzas Vaalmikki Arjoon cree que una reducción sostenida en el número de salidas puede aumentar la volatilidad del suministro. “Sería un error que la guardia costera o el ejército obstaculizaran las actividades legales de los pescadores que necesitan sus capturas diarias para sobrevivir”, avisa.
El sector exportó el año pasado un total de 83,6 millones de dólares trinitenses (unos 10,46 millones de euros). El promedio anual en el último lustro supera los 90 millones de dólares trinitenses (unos 11,26 millones de euros). La industria pesquera solo representa el 0,6% del PIB, pero es esencial para las comunidades rurales. Las interrupciones acarrearían costes tanto económicos como sociales, según explica Arjoon, por el encarecimiento en los mercados mayoristas y minoristas, y por el aumento en las primas para asegurar los barcos.
El sector de la restauración también está siguiendo de cerca el problema. Umesh Meena, chef y propietario del lujoso Meena House, dice que el suministro no se ha visto afectado por el momento, pero que está preocupado. “Los pescadores están siendo más cautelosos con la distancia a la que se adentran en el mar. Si esto se prolonga, podría afectar a la disponibilidad y encarecer los precios”, recela.
Traducción de Francisco de Zárate.
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