Las palabras y acciones de Donald Trump rara vez coinciden a la perfección. Si observamos con atención, lo que no dice puede ser tan revelador como lo que dice.
“Desde el primer día, acabaremos con la inflación y haremos que Estados Unidos vuelva a ser accesible, para reducir los precios de todos los bienes”, declaró a la nación antes de su reelección. El presidente estadounidense dijo que el 2 de abril sería “recordado para siempre como el día del renacimiento de la industria estadounidense”, solo para suspender los aranceles una semana después.
Prometió paz en Ucrania el primer día de su presidencia, solo para aclarar más tarde que lo dijo “en broma”; y afirmó que muy pocas personas pueden vencerlo en el golf, solo para que las imágenes de Escocia plantearan preguntas sobre cuán honesta podría ser esa ronda.
Como magnate inmobiliario, estrella de reality shows y activista político, Trump aprendió a adaptar la narrativa a su voluntad, incluso si eso significaba alejarse de la realidad.
Como presidente, esto suele dejar una brecha entre lo que dice y lo que hace. En muchos casos, es más importante seguir las acciones de la administración que el torrente de palabras.
Si usted fuera, por ejemplo, una empresa estadounidense que compra café de Brasil, podría haberse apresurado a importarlo la semana pasada después de que Trump insistiera en que el 1 de agosto era la fecha límite inamovible para la aplicación de nuevos aranceles. “Se mantiene firme y no se extenderá”, escribió el miércoles, horas antes de firmar una orden ejecutiva que estipulaba que, después de todo, los nuevos aranceles elevados para el país entrarían en vigor el 8 de agosto.
Y si usted es un consumidor estadounidense, es razonable que se pregunte cómo es posible que la inflación esté “muerta”, como dice la Casa Blanca, si usted sigue gastando más dinero en alimentos cada mes.
El presidente tiene muchísimo que decir sobre los aranceles. Argumenta que recaudarán billones de dólares para el gobierno federal estadounidense; eliminarán los déficits comerciales con otros países; e incluso castigarán a Brasil por enjuiciar a su aliado, el expresidente Jair Bolsonaro, por supuestamente intentar tomar el poder tras perder las elecciones presidenciales de 2022. La lista continúa.
¿Pero qué pasa con lo que el presidente no dice?
Trump fue reelegido en noviembre pasado tras prometer repetidamente una rápida reducción de los precios para los estadounidenses. Esta promesa constituyó un pilar central de su campaña electoral —una frase recurrente en mítines, entrevistas y debates—, ya que millones de personas tenían dificultades para llegar a fin de mes tras años de inflación.
Toda política tiene un costo. Todo impuesto debe ser pagado por alguien, en algún lugar. Para los consumidores, el Laboratorio de Presupuesto de Yale estima que el impacto a corto plazo de los cambios arancelarios de Trump en los precios equivale a una pérdida promedio de ingresos por hogar de US$2.400.
De lo que Trump no habla realmente sobre el impacto de su agresiva agenda arancelaria en Estados Unidos es de los precios. Una de las pocas veces que ha reconocido que podría exacerbar la inflación le llevó en mayo a una extraña digresión sobre las muñecas. Reconociendo que los aranceles podrían provocar subidas de precios, Trump sugirió que los niños estadounidenses podrían tener que conformarse con tener “dos muñecas en lugar de 30”.
En aquel entonces, según Trump, Joe Biden seguía siendo el responsable de cualquier señal de conflicto en la economía. Ahora argumenta casi a diario que el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell , es el responsable.
El mayor indicio hasta la fecha de que la economía estadounidense se tambalea bajo el mandato de Trump se produjo el viernes, cuando datos oficiales revelaron que el mercado laboral se había estancado este verano. Despidió bruscamente al veterano funcionario encargado de las estadísticas y alegó, sin pruebas, que las cifras habían sido manipuladas.
Con el aumento de los aranceles estadounidenses vigentes para varios países, el presidente y su administración inevitablemente hablarán mucho sobre los beneficios de su estrategia económica. Ya intentan ocultar las evidencias de sus inconvenientes. Incluso podrían plantear la posibilidad de una ayuda , presentada como una señal del éxito de esta política, en lugar de una concesión de que muchos estadounidenses siguen pasando apuros.
Pero si manejás un pequeño negocio que depende del comercio, o vas al supermercado con un presupuesto limitado, la realidad supera a la retórica. Las palabras no pagan las cuentas.