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PANORAMA DE LAS AMÉRICAS

Brasil, de Moro a Bolsonaro y después: Vá com Deus, Lava Jato!

El presidente Jair Bolsonaro cuchicheando con su entonces ministro de Justicia, el ex juez Sérgio Moro, primer coordinador del "grupo de tarefas" Lava Jato

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La explosión encandiló como un ¡BANG! de historieta mientras incendiaba, pero acabó sin un solo sollozo. Cuando el jueves último, el grupo de tareas judicial Lava Jato dejó de existir, nadie salió a las calles en Curitiba -ni en ninguna otra ciudad de Brasil-. Durante las presidencias de Dilma Rousseff, y, derrocada esta, de Michel Temer, cada fin de semana -en cada grande o pequeña megalópolis- desahogadas juventudes unánimes y sin jefes abrían las grandes alamedas, por donde pasa el hombre libre, para construir una sociedad mejor. Cada manifestación era festejo de una batalla ganada y regocijo anticipatorio de la victoria final en una guerra total, el triunfo de la disciplina ética sobre la corrupción política. Cuando el resorte de las movilizaciones son los derechos individuales, el léxico de guerra es el lenguaje de la acción colectiva. Si esto es lamentable, no es menos irónico. Tanto entonces como ahora -en tiempos de pandemia-, sociedades civiles, sin práctica para ningún autosacrificio por el bien común, aplauden el sacrificio por interpósita persona.

En un vocabulario que no cambió ni una sola palabra de Donald Trump a Joe Biden (a veces nada mejor que un salto para afianzar una continuidad), médicos, enfermeras y trabajadores esenciales están en el frente de un combate a muerte contra un enemigo silencioso. Son héroes, como Sergio Moro lo fue en una lucha en la cual esas masas de víctimas de la sobriedad cruel del desengañado descubrimiento de la irrealidad de privilegios y expectativas no habían demostrado ninguna eficacia. Dotada la magistratura por el Estado del PT de más amplios e inexpugnables  poderes y medios como nunca antes, el juez del Lava Jato pudo ser el héroe y el santo sin miedo y sin reproche para quien la única injusticia intolerable era la impunidad y el único bien auténtico el castigo del mal, y cuya legitimidad brotaba de la ilegalidad de los otros. En los tribunales y en las avenidas se borraban los distingos, ya inútiles, entre el juez que hace del combate a la corrupción su máxima bandera y -haciendo avanzar un expediente se eleva a modelo de patriota heroico- el magistrado que toma decisiones jurídicas controvertidas o repugnantes en nombre de una cruzada judicial que se llamaba operación Lava Jato.

Brasil, como EEUU, tiene destino y vocación de exagerar. Llegado a la Casa Blanca, no le faltó tiempo a Biden en su primera semana para hacer cambios en la decoración. Le devolvió los cables a la telefonía del Salón Oval (inalámbrica en la presidencia Trump) y mandó archivar un juego de copas de cristal talladas con la inscripción “Presidencia N° 1 del Mundo”.

En Brasil, el nombre Lava Jato con el que en 2014 fue bautizada la operación, alude a un lavadero de autos donde un cambista amañaba también lavados de dinero que estaba en el origen de la investigación y de las delaciones premiadas, pero significa también una magnificación industrial y mecánica del más modesto y desnudo operativo Mani Pulite de los fiscales de Milán que, en 1992, destruyeron el sistema de partidos italiano y abrieron el camino poder para un independiente, el megamagnate de los medios Silvio Berlusconi.

Con el Lava Jato, llegaría a la presidencia el actual presidente brasileño, otro independiente, Jair Messias Bolsonaro, quien al asumir en 2019, le ofreció al juez Moro -que había abandonado su juzgado- el cargo de super ministro de Justicia.

Moro aceptó. Retrospectivamente, se volvía más sólido el argumento de que el Lava Jato había sido un medio judicial para castigar a enemigos a los que no se podía vencer electoralmente. Sin la prisión de Lula en abril de 2018, que hizo caer su candidatura, era menos segura la presidencia ganada por Bolsonaro en noviembre. La historia del cazador y de las presas bien elegidas se vuelve más nítida.

Tres reformas procesales instauradas por el PT fueron las mejores armas de Moro: la delación premiada, la aplicación de la prisión preventiva por tiempo indeterminado para delitos que no eran de sangre y la ejecución (o el principio de ejecución) de las condenas en primera instancia sin esperar a la segunda instancia (los condenados por un juez esperaban en la cárcel común qué decidía el tribunal de alzada). Los dos primeros métodos habían sido usados en Italia en los 90. Nunca se aplicó el tercero en la Justicia italiana. 

En 2013, las grabaciones (legales) en un Lava Jato (lavadero de autos) de Brasilia incriminaron al doleiro que tenía ahí mismo una oficina (legal) de cambio de dinero. Pero este doleiro era un valijero que transportaba dinero (ilegal) entre los contratistas de obra pública, el directorio de Petrobrás y el poder político. Aquí, la Fiscalía de la capital brasileña empieza a aplicar un método no legal, aunque ¿cuán ilegal?, a insinuarle al preso que toda la familia podía quedar presa, o ser interrogada, o imputada como encubridores... Es decir, que correría el riesgo o de ser encarcelada o de recibir las atenciones espontáneas de los implicados en los casos que se estaban investigando, para asegurarse de que estuvieran callados como tumbas...

El doleiro acepta ser delator premiado -mientras el Estado cuida a su familia- y lo trasladan bien lejos de Brasilia: al sur más 'limpinho', a Curitiba, en el estado de Paraná, uno de los dos o tres más ricos del Brasil. Nueve empresarios de nueve constructoras son arrestados y tres directores de Petrobrás encarcelados. La investigación llegó a involucrar a cincuenta políticos, legisladores y gobernadores estaduales. 

Los partidos políticos implicados eran siete, los tres más importantes -por los montos de dinero- eran: el PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño), el PP (Partido Progresista, un partido de derecha nacido en la dictadura), y el PT. El equipo de Curitiba (como en Italia el equipo de Milán en los 90s), Moro y su fiscal Deltan Dallagnol, se convirtieron de la noche a la mañana en estrellas massmediáticas. Habrían ganado cualquier casting en la tevé de EEUU como protagonistas de un docudrama judicial , dijo en 2016 el historiador marxista británico Perry Anderson. La unión o alternancia del premio a la delación y de la prisión preventiva indeterminada eran como la zanahoria y el palo: el interrogado podía elegir... Eran, son, métodos legales en Brasil, uno y otro.

En cambio, el filtrar a la prensa y a los medios información sobre investigaciones en curso es absolutamente ilegal, en Brasil al menos -aunque los de Milán lo hicieron abundantemente, y los de Curitiba sistemáticamente-. Desde un comienzo, estas filtraciones fueron selectivas: sólo se referían a figuras del PT, y casi exclusivamente iban al medio más opositor (por amarillismo antes que por convicción, acaso), el semanario ilustrado Véja. Cada semana había una filtración nueva, y el día antes de la elecciones de 2014, la tapa de esta revista de actualidad, con las caras enfermizas de Lula y Dilma sobre tenebroso fondo negro, informaba “¡Ellos sabían!” En la primavera de 2014 el escándalo de Lava Jato alcanzaba un clímax mediático.

Rousseff  fue reelecta, e inició una política de austeridad, en parte para mostrar un rostro más pro-mercado, en parte porque los precios de las exportaciones de Brasil (como los hidrocarburos) estaban ya en caída libre, y eran la base de la financiación de todo (de ahí comían la constructora de Marcelo Odebrecht y el resto, y el dinero a su vez retornaba y financiaba la política, en flujos y reflujos constantes, pero el caudal total bajaba, porque entraban menos divisas...). La política de austeridad alarmó a los pobres  y no contentó a las clases medias ni a las grandes empresas ni a los mercados...

Aquí apareció un fenómeno nuevo, que el PT en el gobierno nunca había vivido: la nueva derecha tomó las calles de las ciudades (como el Tea Party en tiempos de Barack Obama). Una nueva derecha de jóvenes de clase media, que estaba asqueada de la corrección política del PT, pero también de los socialdemócratas: les parecía que era un bozal para tapar la verdad, y una cucarda que los políticos se otorgaban a sí mismos. No eran proletarios u obreros de clase media y treintañeros o más bien cuarentones y aun quincuagenarios desplazados por la globalización (como la base electoral de Trump y en parte del Brexit), sino que eran la juventud del país, que advertía el fracaso de la democracia social.

¿Por qué había que estar contentos con haber tenido un presidente científico social, otro ex obrero metalúrgico, y otra ex guerrillera, si no había servido para nada, y los habían atiborrados de mentiras piadosas por cadena nacional? Porque lo de los millones y millones arrancados de la indigencia y de la pobreza era sencillamente un traslado de las ganancias de las exportaciones a los sectores con menores recursos, a los cuales a su vez se dotaba de crédito para comprar bienes de consumo, cuya industria ligera era alimentada por esas compras y esos créditos.

El control estatal -que debía recaudar más y más- crecía y se refinaba cruelmente. Estos movimientos crecían en las redes sociales: Vem Pra Rua, Movimento Brasil Livre, Revoltados On Line. Lo que encontraron en Moro, lo reencontraron en Bolsonaro, que ya era, directamente, un capitán del Ejército. Antes pensaban que encarcelar presidentes era republicano, y no pierden la buena conciencia al admitir que la República fue el mejor camino para dotarse del gobierno que preferían, y que tiene amplias posibilidades de ser reelecto en 2022.

AGB

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