Barriletes soñados entre el humo y el hollín

En 1957, cuando el jazz era refinado y melancólico, una joven de 26 años, casi para sí misma, cantaba: “Un cigarrillo y un poco de alcohol/ y en mi ventana muriéndose el sol”. “Sombra en mi cuarto y en mi corazón”, continuaba con una voz arenosa, que flotaba con deleite sobre el tempo, Eladia Blázquez, en ese temprano blues de Avellaneda, donde había nacido. “Si ella se hubiera seguido dedicando a eso, nosotros nos quedábamos sin laburo”, me dijo una vez Javier Martínez, en el café de la entrada a la galería Apolo. La galería de la disquería Minton’s, donde el baterista era habitué. Y la galería donde, en el primer piso hay un teatro que le da nombre y en el que, 57 años atrás, Manal tocó en la presentación en sociedad del sello Mandioca. Y Martínez fue quien me hizo conocer “Humo y alcohol”.

Crecida con el corazón mirando al sur, quien diez años después se convirtió en la más famosa (¿la única?) de una nueva generación de autores de tango, grababa un disco de dos temas, con el acompañamiento del grupo Los Cuatro del Sur, comandado por el contrabajista Jorge López Ruiz. “Humo y alcohol” (blues, aclaraba entre paréntesis la etiqueta del disco) y, del otro lado, “Si tu volvieras” (esta vez la aclaración era “slow”).

Era la primera vez que Eladia Blázquez grababa canciones propias. Faltaba un poco más de una década para que el blues fuera leído como uno de los géneros del rock argentino, para sorpresa de Manal, sus primeros (segundos) cultores. En 1957, cuando el cool era cool y el existencialismo porteño una posibilidad, una joven de Avellaneda concluía cantando, flotando en el tiempo, “desde que ya no me alumbra tu sol/ me aturdo en humo y un poco de alcohol”. Las dos canciones fueron incluidas más adelante en un LP que llevó como título el de ese blues y donde el resto de los temas tenía el acompañamiento de Jorge Kenny y su orquesta (y ese era el único dato que consignaba la tapa). Lamentablemente no existe registro en ninguna de las plataformas digitales en tanto ese disco, publicado en su momento por RCA, jamás fue reeditado. Eso sí, puede ser comprado en Mercado Libre, usado y a un poco más de 115.000 pesos.

Ese blues en castellano, en rigor, se une, en una misma serie, con varios de los temas que hicieron popular a Eladia Blázquez a partir de los fines de la década de 1960, y, sobre todo, en sus propias versiones, que escuchaban en vivo los que concurrían a los café concerts de la época y que grabó –con arreglos de músicos notables, como Leopoldo Federico y Osvaldo Berlingieri– en un conjunto de discos LP que abrió Buenos Aires y yo. Ese disco fundante, que incluía canciones como “Desnuda la ciudad”, “Sin piel”, “Domingo de Buenos Aires” y “Mi ciudad y mi gente, se publicó en 1970, curiosamente, o no, al mismo tiempo que los primeros simples y el LP inaugural de Manal, donde sonaban ”No pibe“, ”Jugo de tomate“ y ”Porque hoy nací“, esa banda de sonido que otorga otra línea de sentido a la excelente traducción de El Eternauta al lenguaje de las series televisivas, y de la que nadie se ha privado de hablar.
La obra de Blázquez continuó con otros dos discos, ¿Somos o no somos? y Yo la escribo y yo la vendo. Sus tangos, que ella llamada empecinadamente “canciones de Buenos Aires”, pasaron a formar parte esencial del repertorio de los nuevos intérpretes del género y varios de ellos se convirtieron casi inmediatamente en clásicos. Su manera de cantarlos, de flotar en el tiempo y, muchas veces, los acompañamientos –el walking del contrabajo, las blue notes del piano, cuando lo tocaba Osvaldo Berlingieri–, siguieron siendo siempre los del blues. O, eventualmente, los de las lecturas que el jazz hizo de ese lamento del sur profundo de los Estados Unidos.
Uno de esos clásicos tempranos es “Sueño de Barrilete”. Lo estrenó, antes incluso que su autora, Rubén Juárez –otro oriundo de Avellaneda–. La canción ocupaba el segundo lugar en el primer lado de su notable Mi bandoneón y yo, editado en 1969, y en 1971 Susana Rinaldi lo incluyó en otro álbum extraordinario, Porque canto así. En ambos casos era un tango, novedoso aunque tango al fin, si bien Juárez respetaba los desplazamientos rítmicos de la melodía con respecto al acompañamiento que caracterizaban la interpretación de Blázquez, que lo cantaba en vivo desde 1968. Y, por ella, por lo menos al comienzo, era un blues.
Juárez lo cantó con los arreglos y la dirección musical de Alberto García –Mi bandoneón y yo, como toda la discografía original de Juárez, nunca fue reeditado en CD ni existe en las plataformas digitales pero su versión de “Sueño de barrilete” figura en algunas antologías–. Susana Rinaldi lo registró con arreglos de Juan Carlos Cuacci y el acompañamiento del grupo vocal Opus Cuatro. La autora lo grabó con el trío de Leopoldo Federico –él en bandoneón, Berlingieri en piano y Fernando Cabarcos en contrabajo–. “Y he sido igual que un barrilete/ al que un mal viento puso fin./ No sé si me falló la fe, la voluntad/ o acaso fue que me faltó piolín”, dice en el estribillo. En el final concede a ese borde con el expresionismo –o la sobreactuación– tan afín al género en su conjunto y, en particular, a sus manierismos en los años en que se desplazó de los bailes a las tanguerías y café concerts. Pero lo más interesante está en el principio. En ese pasaje cromático del bandoneón tan de policial negro, en la nota larga y gravísima, tocada con arco por el contrabajista, en la manera en que Blázquez se suspende de un hilo para jugar con el ritmo cuando canta, junto con los floreos jazzísticos de Berlingieri, esa primera estrofa: “Desde chico ya tenía en el mirar/ esa loca fantasía de soñar./ Fue mi sueño de purrete/ ser igual a un barrilete/ que elevándose entre nubes/ con un viento de esperanza sube, sube y sube”. Después todo se vuelve más piazzolliano, incluyendo una conclusión deudora, tal vez, de la teatralidad de “Balada para un loco”. Pero en el comienzo, como en “Humo y alcohol”, desde un sur más cercano que el de Louisiana, Blázquez había llegado a plasmar la intuición, en todo caso, de cuál era –o cuál podía ser– la nueva banda de sonido para los pobres corazones que habitaban su ciudad.
DF/MF
2