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QUÉ ESCUCHAR

Contigo. Conmigo

Chico Novarro

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Contigo y conmigo. Dos palabras, una más usual que la otra, más bolerística –o más latinoamericana- por su uso del tuteo. Dos canciones compuestas más o menos en la misma época, una de ellas incluida en un LP propio, de 1976, y la otra estrenada en 1979, por Daniel Riolobos, en un festival de la OTI que ganó por una diferencia de 40 votos. La primera, “Algo contigo”, inauguró para la poesía una pregunta: ¿cómo se llaman los versos de 20 sílabas? La segunda, “Cuenta conmigo”, formulaba un pedido en forma de ofrecimiento y, por añadidura, lo hacía con el estilo de una argumentación teórica. Y es que Chico Novarro era original casi sin quererlo.

Hubo, al principio, dos Novarros. Uno alto y otro bajo. Y un dúo mexicano, de cierta celebridad a mediados de los sesenta, llamado Las hermanas Navarro. Y hubo un productor ecuatoriano, Ricardo Mejía, que, en Buenos Aires, fundó El Club del Clan. Se trataba de un programa televisivo destinado a imponer, junto con el sello RCA Victor, un conjunto de nuevas figuras, “la nueva ola”, que abarcaban un mundo estético sumamente heterogéneo donde cabían desde los remedos locales de Rita Pavone, de Elvis Presley o de los ídolos centroamericanos y colombianos de la canción melódica o la cumbia. De allí surgieron Palito Ortega, Violeta Rivas, Johnny Tedesco, Nicky Jones, Jolly Land y Lalo Fransen. Y también el dúo al que Mejía bautizó, evocando al nombre de las hermanas mexicanas, Los hermanos Novarro. Uno, el alto, fue El Largo Novarro y el otro, el que se llamaba Bernardo Mitnik y había nacido en una colonia judía en Santa Fe –y el único de los dos que aún importa– se convirtió en Chico Novarro. Tocaba también la batería en los clubes de jazz. Fue, en ese entonces, compañero de ruta de grandes del género como el Gato Barbieri  y su hermano Rubén. Contaba que el Gato le dijo una vez que creía haberlo visto en la televisión. Novarro, el chico, le dijo que se trataba de un hermano que se le parecía mucho. “No es que me diera vergüenza”, explicaba. “Es que el ambiente del jazz era muy cerrado”.

Fue por ese entonces que creó, desde la nada, dos de los grandes éxitos populares de la época, ambos dedicados a animales: “El camaleón” y “El orangután”. En ambos ya aparecían su increíble talento como versificador y un sentido del humor que podía explotar tanto para el lado del disparate como para el del cinismo más profundo, que no lo abandonaron jamás y que caracterizaron a sus mejores obras.

En muchos aspectos, Novarro era lo que, en la ciudad que adoptó como suya, se identificaba con un atorrante: alguien capaz de sobrevivir a cualquier circunstancia. Y, en el campo de la canción, de hacerlo con una imaginación desbordante, se tratara de un tango modélico como “El cordón”, de un bolero extraordinario como “Dejarme ir” –que los argentinos Horacio Molina y Georgina Díaz, y la brasileña Naná Caymmi grabaron en español, en diferentes épocas, Dvajan en portugués (con el título de “Vida real”), y la pianista y cantante Eliane Elias como “Let me Go”–, o de esa desconsolada “Carta de un león a otro” que, como excepción (no solía cantar aquello que no hubiera compuesto ella misma) estrenó y grabó María Elena Walsh en 1973 y, una década después, Juan Carlos Baglietto, en la mejor versión imaginable, plena de teatralidad y desamparo, incluyó en su segundo disco, titulado tan sólo con su apellido..

“Todo ese cariño que tú me juraste/ poquitito a poco lo metamorfoseaste”, podía cantar con desparpajo, anticipando en muchos años aquel maravilloso “la epistemologaba” de Les Luthiers. O ese brillante giro en que, en la segunda estrofa de “El orangután”, decía: “de pronto el orangután le dijo a la orangutana/ termina ya tu banana,/ te invito a pasear en liana”. Por supuesto, es muy distinto, y notablemente más serio, lo que sucede en ese diálogo, en sí mismo disparatado, entre un hombre y el cordón de una vereda: “Si te habrás mamado de alquitrán/ de pucho y celofán de correntada/ panteón de rata enamorada/ que cruza sin mirar el callejón”, cantaba en “El cordón”, creado en 1971 y estrenado el año siguiente en un espectáculo de café concert llamado “No le vengo a vender”. El tango hablaba de la ciudad, del paso del tiempo y de su propia mitología –como todos los tangos, podría decirse–, pero lo hacía interrogando al más antiguo de los testigos de la urbanización. “Contame un poco más del tiempo aquel/ en que el tranvía te afeitaba,/ cuando la noche era un festín/ de taco y de carmín en la enramada./ Hablame del zaguán y el verso aquel/ que se llevó la alcantarilla/ si en este mundo sin orillas/ el único peatón, cordón, sos vos”, cantaba Novarro en el final.

“Algo contigo” y “Cuenta conmigo”, junto con el posterior “Arráncame la vida”, que formó parte de un espectáculo de la directora teatral Betty Gambartes, que él protagonizó con Andrea Tenuta en 1991, fueron posiblemente los últimos clásicos de un género que, para ese entonces, ya había dado mucho de lo mejor de sí. Fueron llevados al mundo de la salsa, cantadas como para sí, sobreactuadas, e incluso banalizadas o desafinadas por intérpretes tan variados como el propio Novarro, Ana Belén con Rubén Blades, Vicentico y Andrés Calamaro entre muchos otros.

Hubo, desde ya, otros grandes autores de boleros tardíos, entre ellos Armando Manzanero que despertó al género –y a Luis Miguel– con “No sé tú”. Pero, ¿quién otro que Novarro podría haber comenzado con una sentencia infinita –y sus exactos acentos en cada uno de los pulsos musicales– como “¿Hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo?”, seguida por “¿Es que no te has dado cuenta de lo mucho que me cuesta ser tu amigo?”. Es cierto que hay una pequeña pausa en esos versos y podrían tomarse, cada uno de ellos, como un octosílabo seguido de un dodecasílabo –en cualquier caso, una medida de “arte mayor”– pero lo cierto es que el sentido los une. ¿Es que acaso alguien que no hubiera sido él habría podido imaginarse un ruego de amor que incluyera, como si de una conferencia se tratara, ese “por ejemplo” que se intercala entre “si se te ocurre”  y “enamorarte”? ¿O es que acaso algún otro podría haber declarado su amor diciendo “y si resulta que no resulta mi sistema de quererte, cuenta conmigo nada más que para siempre”?

DF/MF

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