Como en Berlín, saber a qué hora llego no debería ser un lujo

Hay ciertas diferencias que se vuelven evidentes apenas se pisa otra ciudad. Vine a Berlín gracias al Internationale Journalisten-Programme (IJP), una beca que me permite trabajar temporalmente en un medio alemán y ver en acción, desde adentro, cómo funcionan cosas que en Buenos Aires parecen cada vez más un lujo. El transporte público confiable y eficiente, por ejemplo. Pero esta columna no pretende ser una oda al primer mundo. Lo prometo.
Digamos todo. Los trenes interurbanos alemanes tienen muchas más demoras que años atrás. Hay menos colectivos en Berlín por falta de personal. Y tanto huelgas como obras están afectando el transporte público en general. Pero, incluso en un contexto más complicado que antes, la información acá está disponible, es confiable y permite planificar.
Mientras en Buenos Aires la concesionaria del subte Emova lanza con bombos y platillos una aplicación que apenas avisa si hay demora, en la capital alemana las apps oficiales permiten planificar viajes con máxima precisión incluso en este contexto adverso, recibir alertas personalizadas si el servicio se retrasa, saber cuán lleno viene cada coche del tren metropolitano y hasta en qué plataforma tomar el segundo en viajes con trasbordos.

Es otro planeta, sí, pero también es otra idea de lo que significa cuidar el tiempo y la experiencia de quienes viajan cada día. Es verdad que la crisis argentina dificulta la retención de programadores en el sector público, que son los encargados de mantener esas aplicaciones. Pero los datos en tiempo real están, o deberían. Emova los usa para operar el subte.
De hecho, hasta hace algunos años la app del Gobierno porteño Cómo Llego indicaba cuánto faltaba para el próximo subte, si uno buceaba lo suficiente. Incluso supimos desarrollar un predictivo para colectivos, Cuándo SUBO, ahora con menos líneas en tiempo real y menor actualización de recorridos.
Pero volvamos a Berlín. Acá la aplicación oficial Fahrinfo permite no sólo planificar el viaje sino también configurar alertas, tanto por única vez como todos los días. Fue lanzada por la BVG, la empresa pública que gestiona las redes de subte, tranvía, colectivos y ferrys. En esta app se puede elegir cuántos minutos antes de salir de casa queremos ser notificados de cambios en el servicio. Y hasta definir a partir de cuántos minutos de demora deseamos recibir el alerta. Por ejemplo, que nos avise del retraso sólo si supera los cinco minutos, y no si el delay es menor.
Un paso más allá
Cada aplicación oficial alemana de movilidad tiene herramientas que hacen las delicias de más de un nerd del transporte. La del S-Bahn, los ferrocarriles metropolitanos, muestra interrupciones en tiempo real e incluye guías de viajes cortos a destinos turísticos que pueden hacerse en ese modo. La de la VBB, el consorcio de transporte de los estados de Berlín y Brandeburgo, permite no sólo planificar el viaje y ver los eventuales cortes, sino acceder a un mapa en vivo en el que los colectivos, subtes, tranvías y trenes se mueven hacia su destino como en un videojuego, pero con información real.
Sin dudas, una de las apps oficiales más amigables para quienes viajan es la de la Deutsche Bahn (DB), la ferroviaria estatal que, por sus demoras y obras eternas, se gana buena parte de los insultos locales. La app sirve principalmente para viajes interurbanos, pero también permite planificar trayectos dentro de la ciudad, no sólo con estaciones sino con direcciones concretas.
Lo mejor son sus notificaciones en tiempo real dentro de la app. Si se marca un viaje como favorito, aparecen avisos en la parte inferior de la pantalla, con los minutos que faltan para subirse al tren (o bien para combinar con otro, en caso de que el trayecto tenga trasbordos). Hasta figuran los números de plataforma de ascenso y de descenso desde el vamos, los servicios incluidos, la demanda esperada y, en caso de demoras, en qué horario debería haber llegado la formación a cada estación y cuándo efectivamente arribó.
Además de estas aplicaciones oficiales, están las que ya conocemos y que operan también en otras ciudades, como Citymapper, Google Maps y Moovit. Estas dos últimas, disponibles en Buenos Aires, funcionan mucho mejor en Berlín, porque tienen datos en tiempo real y no sólo un cronograma de servicios programados.
Antes de las apps
La amplia disponibilidad de datos en tiempo real es anterior a las aplicaciones. Entre lo que más me sorprendió cuando conocí esta ciudad en 2014 están los carteles con predictivos (hoy ya presentes, con altibajos, en parte del transporte público del AMBA), que en el subte berlinés indican no sólo cuántos minutos faltan para la próxima formación sino, además, cuándo llegan las de las líneas de combinación, para saber si corremos o no a nuestro próximo subte. También hay carteles similares en estaciones de tranvías y de colectivos.
Hoy esos tres modos de transporte también tienen dentro de sus coches pantallas TFT (un tipo de LCD), que muestran datos clave como la próxima estación, combinaciones posibles, tiempos de espera y demoras.

Los S-Bahn más modernos ostentan pantallas con información similar, aunque mucho más anchas. Y, desde octubre, indican en seis estaciones cuán llenos vienen los coches de la próxima formación, para poder subirse al que esté más vacío. Para determinarlo usan el sensor “Lightgate”, una barrera lumínica en la zona de vías que escanea el paso del tren con un haz apenas visible. Cuantos más pasajeros hay, menos luz ingresa. Eso se transmite a la pantalla de la próxima estación.
¿Magia? ¿O ganas de que la población no sólo se traslade sino que lo haga más cómoda y viva mejor? La diferencia no es sólo tecnológica y económica, sino también de enfoque. Mientras en Buenos Aires se celebra una app que apenas cumple con lo mínimo, en Berlín los recursos disponibles se ponen al servicio de la experiencia del usuario con un nivel de precisión y detalle que revela una visión completamente distinta sobre lo que significa gestionar el transporte público.
Lo que se perdió no es sólo una aplicación. Es capacidad. Como me decía el especialista en visualización de datos Andrés Snitcofsky: los gobiernos se quedaron sin gente que sepa hacer. Porque pagan mal. Porque muchos de los que sí saben, ahora están trabajando para el sector privado o directamente afuera. Porque las herramientas que funcionaban, como la interfaz de datos de transporte en tiempo real, dejaron de mantenerse. Y las que aún existen tienen reseñas de dos estrellas y quejas por fallas básicas.
Pero, además, la tendencia actual es hacer menos aplicaciones e integrar datos en las que realmente funcionan. Por eso, si no hay fondos, hay que invertir lo poco que haya en generar y abrir datos en tiempo real, y que las apps o servicios sean desarrollados por la comunidad y/o los privados.
Datos hay. Los tiene Emova, que debería compartir toda la información disponible en tiempo real. Y los tiene –o debería– el Estado en general. Ahora “sólo” falta poner voluntad, capacidad y una política pública clara para dar información que, en pleno deterioro del transporte público, les mejore la vida a quienes viajan todos los días.
KN/DTC
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