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Canadá, South Park, Cataluña y la guerra de la India

El jueves 21 de septiembre, para aumentar la seguridad, recibió refuerzos la policía que custodia las oficinas del Consulado General de India en la ciudad de Vancouver, en Columbia Británica, Canadá. El goberno canadiense acusó a la India de enviar los sicarios encapuchados que asesinaron a un canadiense de religión sikh y militante separatista punjabi en esa ciudad costera del litoral del Océano Pacífico.  En la foto, el oficial de policía apoyado sobre su patrullero, luce el turbante y la barba de los adultos varones  sikh.

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Ni una vez fue Canadá protagonista de estos Panoramas americanos semanales, ni una vez mereció algún gran titular en la portada de elDiarioAR este país que ni siquiera juega al fútbol. En una de sus dos lenguas oficiales (la otra es el francés) se suele decir que la tierra canadiense es uneventful: ahí no pasa nada. Esta semana, algo pasó, pero los aliados de Canadá lo tratan como siempre: como un no acontecimiento, un non-event: ahí no pasó nada. El lunes 18 de septiembre, el premier progresista Justin Trudeau denunció ante el Parlamento que a plena luz del día dos agentes indios encapuchados habían baleado a un ciudadano de Canadá en un parking de Surrey, suburbio de la ciudad y puerto de Vancouver. De religión sikh, militante por la independencia del estado de Punjab, catalogado como terrorista por la India, el canadiense Hardeep Singh Nijjar había muerto tres meses antes, el domingo 18 de junio, sentado en su camión, antes de arrancar, a la salida de un servicio religioso en su templo.

Canadá expulsó a un alto diplomático indio por su presunta participación en el asesinato del canadiense Nijjar, de religión sikh y líder militante por el separatismo de Punjab, único estado indio de relativa homogeneidad religiosa sikh en un país de mayoría hinduista. Como respuesta a la expulsión ordenada por Ottawa, el gobierno de Nueva Delhi expulsó a un diplomático canadiense, y quedaron suspendidas las visas de entrada a la India para la ciudadanía de Canadá.

Los judíos de la India

Menos de 39 millones de personas viven en Canadá. Casi un millón de personas entre ellas son de religión sikh. Una religión moderna, nacida a fines del siglo XV y extendida por un área cuyo territorio hoy se extiende del noroeste de la India (hindu) al este de Pakistán (musulmán). Un monoteísmo nuevo entre el politeísmo hindú y la fe islámica, que une una fe práctica, dirigida a los asuntos mundanos y cotidianos, y el culto de un dios desencarnado.

La partición de 1947 de la India británica entre los actuales Estados enemigos de India y Pakistán tuvo un efecto de reagrupación para los sikh: la comunidad de Pakistán migró en su mayoría a la India. De la diáspora exterior, Canadá ha sido el destino predilecto, seguido por Gran Bretaña, Australia, EEUU.

Peyorativamente, llamaron a los sikhs 'los judíos de la India', por su Dios uno y único, por su idoneidad para los negocios. Forman en Canadá una comunidad opulenta, cuyo voto es buscado, en el bipartidismo de la política nacional, por conservadores y liberales. El actual premier, el liberal Justin Trudeau, ha sabido contar con cuatro ministros sikh en su gabinete.

Democracia contra democracia

Es una rara acusación, la de Canadá a la India. Poco oída: una acusación de democracia a democracia. Aun un dictador como Augusto Pinochet, cuando asesinaba en la Argentina o EEUU, asesinaba nomás a chilenos, como el general Carlos Prats o el ex canciller Orlando Letelier.

La acusación es, sobre todo, inoportuna, riesgosa. Pronunciada en los instantes mismos cuando Occidente corteja con intensidad y eufemismo a la India y a su gobierno nacionalista hindú. Del país más poblado del mundo, que acaba de ser el cuarto en llegar a la luna, aspiran hacer nuevo socio asiático estratégico y comercial. A la vez un reemplazo económico de la China, y una defensa y muralla militar contra una República Popular de renovada belicosidad y de novedosos desfallecimientos productivos y organizativos que brotan en frentes diversos e inesperados.

Los espías que vinieron del frío

En Washington y en Londres, en Canberra y en Bruselas, en Tokyo y en Wellington, la solidaridad con Canadá fue escasa. Y equívoca. La comunicación de que esperaban el resultado del curso de la investigación se perdía, asfixiada, entre elogios al subcontinente indio como locomotora de un futuro de bonanza compartido con EEUU, Gran Bretaña, Australia, Japón y Europa. Con la India, Japón y Australia, EEUU integra desde 2007 el Quad o Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QSD), una conversación permanente (no alianza formal) de estas cuatro potencias miitares, cuyo tema dominante es China. Durante la última cumbre del G-20, de la que fue anfitrión, el premier nacionalista hindú Narendra Modi había invitado a los cuatro países del Quad a la india para los festejos del 26 de enero, Día de la República, y había pedido a Joe Biden que fuera el invitado principal y presidiera la reunión y condujera el diálogo durante el encuentro.

Estar con la India, gusta ahora insistir Occidente, es alinearse con las democracias, contra las autocracias. Aunque, llamativamente, este año el presidente norteamericano erradicó de su vocabulario esa antinomia favorita -que contraponía Kiev a Moscú, Bolsonaro a Lula, republicanos a demócratas- del discurso que el martes 19 pronunció en el Palacio de Vidrio neoyorquino cuando la apertura de la Asamblea General de la ONU. En cambio, Joe Biden incluyó un congratulatorio saludo al gobierno de Nueva Delhi, confiable socio estratégico en el Indo-Pacífico.

Aun en este acontecimiento totalmente radical, Canadá no quebró la discreción: su protagonismo no fue activo sino pasivo. El protagonismo de las víctimas, y de las peores víctimas, sin resiliencia, sin promoción al status de sobrevivientes. Si ninguno de los aliados de Ottawa apoyó a Trudeau, tampoco ninguno lo desmintió, ni destiló escepticismo o relativismo. El premier canadiense aseguró que su denuncia se sostiene en evidencia consistente y coincidente de los 'Five Eyes', los servicios de inteligencia coordinados de Canadá, EEUU, Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelandia.

Un país frío, próspero, tedioso, una población progre, multicultural, arcoirisiada, de rencores en sordina, una dirigencia que ha legalizado el consumo de drogas y la asistencia al suicidio. La escena internacional agradecía, al parecer, este papel de segunda fila que desempeñaba a medida el Canadá, ex colonia británica que reconoce como su rey y jefe de Estado a Carlos III, potencia industrial integrante del G-7, aliado perfecto de EEUU. Canadá, país más extenso y vacío, dependiente del país superpoblado al sur, de la superpotencia super armada y super rica que llega a los trópicos. Pero también, Canadá país mejor educado, con menor desigualdad, con educación y salud públicas, con seguridad social: país 'más europeo'. Ser el Canadá de Brasil era un objetivo enaltecedor que alguna vez se nos señaló en el firmamento como la mejor estrella que pudiera guiar a la Argentina. En la serie animada South Park, para imaginar una guerra ponzoñosa, abusiva y absurda, como los coflictis de la administración republicana de Bush Jr, inventaron una película con una (fabulada) American-Canadian War.

Recambio de las élites coloniales, tradiciones de las dirigencias poscoloniales

Tanto el Canadá como la India vinieron a ser colonias plenas del Imperio Británico como resultado de una derrota francesa. La Guerra de los Siete Años (1756-1763) había sido ya una Primera Guerra Mundial europea, con batallas y masacres extendidas a América y Asia. Dos paises políglotas, pero anglófonos. Además de ser 'la mayor democracia del mundo', el que la India hable inglés es una de sus ventajas competitivas sobre China en el espacio global.

Tradicionalmente, Pakistán es aliado de China, y la India de Rusia (y antes de la URSS). Sendas alianzas a las que Islamabad y Nueva Delhi deben los auxilios científicos y tecnológicos que hicieron del país hinduísta y del musulmán dos miembros de número en el club extra-oficial de las potencias nucleares. De Rusia parece haber aprendido y adoptado la India, si las presunciones de Trudeau se demuestran verdaderas, el súbito envalentonamiento de enviar agentes a apagar opositores en el extranjero.

En las décadas de 1970 y 1980, el separatismo punjabi actuó por la vía violenta. Con un brazo armado, como lo fue ETA para el separatismo vasco en España. En octubre de 1984, Indira Gandhi murió asesinada por dos guardaespaldas sikh. En junio de 1984, la premier india había ordenado la operación militar Blue Star. Con taques y ametralladoras, tropas del Ejército indio irrumpieron en el Templo de Oro de Amritsar, para eliminar a los separatistas que encontrado refugio y santuario en el templo más sagrado de la religión sikh. Dejaron ocho centenares de víctimas, entre las cuales un centenar de mujeres y otro de niños; en el incendio, quemaron sagradas escrituras sikh. En noviembre de 1984, conocido el asesinato, revueltas callejeras hindúes mataron a 11 mil sikhs en toda la India, de los cuales 3 mil murieron en la capital Nueva Delhi. Cuarenta años después, en su conjunto, el separatismo del Punjab ha empezado a lucir más semejante al soberanismo nacionalista catalán. Es un independentismo, que lucha por la aceptación india de un referéndum vinculante que decida el futuro de 30 millones de sikhs.

El separatismo de los ricos y las catástrofes de todos

Como el del País Vasco y como el de Catalunya en el Reino de España, como el de la Padania en la República Italiana, como el del Flandes neerlandófono en el Reino de Bélgica, como el de Rio Grande do Sul en la República Federativa de Brasil o el de Santa Cruz de la Sierra y la medialuna oriental en el Estado Plurinacional de Bolivia, el separatismo sikh de Punjab en la India es un separatismo de los ricos. Por el contrario, la posición dominante en Canadá en contra de los separatismos tiene su origen en la violencia armada, durante la década de 1960, de un separatismo de los pobres: el de Québec, el de la entonces todavía culturalmente y económicamente relegada población francófona, todavía sufriente de la larga sombra de la derrota de Francia en la Guerra de los Siete Años.

En España, una nueva investidura de Pedro Sánchez depende del separatismo catalán. Para formar gobierno y evitar la convocatoria de nuevas elecciones generales, la izquierda necesita una mayoría mínima y que sin embargo sólo podría fraguar si cuenta con la buena voluntad de la magra representación parlamentaria de la más virulenta y derechista minoría separatista catalana. Necesita el PSOE que Junts x Catalunya pacte con Madrid y que en la votación del Ejecutivo español en la Cámara de Diputados, se abstenga. Para ello el líder socialista viene cortejando, desde la distancia, a Carles Puigdemont, el líder de JxC prófugo en la localidad belga de Waterloo -y quien, como el popular kingmaker argentino Javier Milei, también usa peluca. Por una trágica coincidencia, también las alianzas nuevas que busca comprometer Occidente temen las demoras o estropicios que les cause la muerte de un separatista, un miltante punjabi asesinado en un suburbio de Vancouver.

AGB

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