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PURA ESPUMA Opinión
La conversación

Juan José Becerra Pura espuma rojo

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La conversación (1974), de Francis Ford Coppola, se estrenó un año después de la renuncia de Richard Nixon. Es una obra maestra del sonido. Su artista fue Walter Murch, un sabio de la percepción que también fue el sonidista de Apocalipsis Now (1979), de la que entre otras cosas nos dejó clavada en la memoria la escena conocida como la de la Cabalgata de las Walkirias.

Allí se escucha a Wagner, el motor de los helicópteros y la conversación de los pilotos. Pero, curiosamente, no son tres elementos de presencia simultánea sino un coro de ruidos que se expresan bajo “la ley el 2 y ½”. Laboratorista de la profundidad con que los sonidos llegan a nosotros, Murch probó que nuestro oído es capaz de escuchar “entre” dos y tres ruidos simultáneos. Un tercero ya nos pierde: “a partir del número tres la mente simplemente abdica”.

Esta manera de escuchar entre dos y tres ruidos o voces o músicas a la vez sin llegar a tres, es la clave del sonido de La Conversación, en la que Gene Hackman es un espía profesional que entra por el aro de la paranoia. Tiene que escuchar algo y termina escuchando todo. La historia que cuenta Coppola es la del poder invisible, el poder “de arriba” que ve sin ser visto, un modo delicado de describirlo como un asunto de altura. El punto de vista del poder es el del dron, el del cóndor, al del avión de combate trazando líneas de fuego en picada.

A un nivel individual, y hasta poético, asociado al drama que comienza a envolver a Hackman, lo que se ve es la tentación de escuchar como una experiencia de adicción, tanto o más humana que la tentación de mirar. ¿Puede haber campos más fértiles para la curiosidad que aquellos que permiten mirar y escuchar? Más aun si se lo hace a distancia, con la protección de mirar sin ser visto y oír sin ser escuchado.

Hay algo de artístico en la sordidez del espía. Querer saber, querer saber más, utilizar el disfraz de Hombre Invisible para descubrir qué dicen las personas en diferentes estados de intimidad, es un delito pero, también, para decirlo con ilusión literaria, es un desbloqueo de la organización general de la vida, cuyo corazón no es otro que la apariencia. Porque ¿qué pasaría si el pacto de discreción que cada uno de nosotros asume con la sociedad, con la familia, con el trabajo, con los amigos fuese un día violentado? Imaginemos una vida vivida en el desastre de la verdad.

Pobre Hackman. Por amor al espionaje, terminan espiándolo a él. En ese aspecto, el principal, La conversación está inspirada en el espíritu de El regador regado, de los hermanos Lumiere. Es lo mismo que le ocurrió al desesperadísimo Marcelo D’Alessandro cuando, a la manera de una caída libre, no tuvo más remedio que asomar su cabeza desde la oscuridad de los sótanos. Su descripción tan emotiva, del tipo “mi mamá me mima”, de que Elisa Carrió creía en él merece un lugar en la historia de los cuentos de hadas. Tremendo operador de la sordidez, como debe haber otros tantos, D´Alessandro es el punto en el que el Tren de la Moral choca contra el Tren de los Hechos. Es el error que se comete cuando se quiere viajar simultáneamente en ambos.

Los chats del Grupo Huemul son muy deseables a la hora de elegir un entretenimiento que nos alegre la vida de verano. El humor sin vida, de Salón de Usos Múltiples, que se despliega ahí, más ese bananeo zumbón de tinchos seniors y las coartadas pueriles que imaginan para zafar después de haber sido tan boludos, nos hacen reflexionar sobre la suerte que tiene algunos en la vida.

De ese pinchaje de teléfono al regador regado D’Alesaandro pueden extraerse varias cosas, además del género, que es el de la comedia de la impunidad. La primera, es lo que falta: ¿de qué hablaron estos pescadores de trucha con moscas mientras se turnaban para pasar el lampazo en la Mansión Lewis de Lago Escondido? Eso no está en ningún lado, pero estuvo. Otra revelación es que queda claro quién manda acá. La mansedumbre y el servilismo de los hombres de Estado respecto de los representantes de la corporación Clarín es un espectáculo muy triste. ¿Esta poca cosa es la política? ¿Es que de ahora en más sólo va a haber política de la obediencia? La entrega de estos hombres “fuertes” del poder político y judicial a lo impropio (acá no hay nada propio salvo la obediencia) es una medida de su pequeñez.

Yo sé que esto no le va a gustar quienes sí les gusta recibir transcripciones de pinchaduras en forma exclusiva para regar sus editoriales, pero tal vez sea el momento de pinchar los zapatófonos de todo el mundo y que se pudra todo. Si ya sabemos que la campaña electoral de este año va a estar basada en estas suciedades que, paradójicamente, van a producir un blanqueo de las relaciones entre lo que toda la política hace y dice, ¿cuál sería el problema de proponerle a la época lo que le falta?

Harry Caul, el personaje de Hackman en La conversación, que estuvo a punto de llamarse Harry Call, en un momento va a una especie de convención de tecnología ligada al espionaje. Son artefactos de 1974 muy en la onda Entel, pero se huele que va a ser un rubro próspero. Hay que darle manija a esa veta. Que haya congresos de espionaje en las universidades, charlas de Stiusso en el MALBA, Lollapaloozas del cableado. Que Grobocopatel siembre la patria de micrófonos transgénicos. Hay un mundo por delante. De las pinchaduras hay que decir que no es ni más ni menos que un accidente que vino con el teléfono, en el sentido en que Don de Lillo dijo que las Torres Gemelas ya tenían desde sus cimientos una arquitectura de catástrofe. ¿Y si los teléfonos fueron creados exclusivamente para espiarnos?

JJB                   

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