La cuarta revolución
De repente apareció en mi radar de consumidor de imágenes acompañadas de voces el ex secretario de Macri, Darío Nieto. No le había prestado la debida atención al affaire de espionaje en el que le quedaron enredados los tobillos con unos cables de acero, quizá debido a mi desinterés literario por el policial político. Pero ahora que lo vi en varios videos, activé los frenos de la contemplación y durante varias horas entregué mi vida a observarlo.
Ver a alguien nuevo inaugurando sus dones parlantes en en el escenario de la discusión nacional renueva los corazones de los curiosos. Más si lo hace con semejantes ráfagas de confianza en sí mismo, afirmando cada letra, cada coma formulada y dándonos, como si todo lo anterior fuese poco, la solución para acabar con la corrupción y el Estado lelo de la Argentina.
En las últimas semanas, Nieto, que es legislador del congreso porteño, irrumpió como una tormenta de convicción para contarnos básicamente dos cosas: un problema antiguo; y una solución rápida mediante la aplicación tecnológica Blockchain.
El problema es la ineficacia y la opacidad y la arbitrariedad y las trampas y hasta la existencia en sí del Estado nacional que, según un compost de estadísticas extraídas un poco del BID, otro del FMI, acumularían “alrededor” del 7% del PBI en pérdidas evitables. Escribí alrededor entre comillas porque no alcancé a ver el criterio ni la lógica ni las fuentes que sostienen ese porcentaje mítico (Nieto no cita ninguna), mayor a la inversión pública destinada a la educación, o a la salud o al transporte.
Pero hecho el problema, hecha la solución: la aplicación Blockchain. Según el entusiasmo sobrenatural de Nieto, esa herramienta es una Pelopincho en el Sahara, capaz de terminar con la sangría de dineros públicos que se van por acción u omisión de los funcionarios. Y ¿cómo vamos a innovar la administración si no a través de “hackear al Estado”?
Hay tres videos virales de Nieto explicando esta “cuarta revolución” impostergable. En uno, de 45 segundos, dice que el Estado “tiene que adaptarse o morir”, lo mismo que se le pide al yaguareté. Los otros dos son mejores, de los cuales el de un minuto tiene 13 furcios, mientras que el de un minuto y 16 segundos tiene 17.
Esta página no tiene nada contra los furcios. ¿Quién no los comete? Pero podríamos detenernos en las causas a las que parecen obedecer, que no deben ser atribuidos a imperfecciones de tipo fonoudiológicas sino a una emulación de estilo, o de clase.
Exactamente igual que su jefe Macri, enemigo jurado del silabeo que viene erosionando de manera incesante las bases del idioma nacional, Nieto comprime tal vez por admiración a su referente el interior de algunas palabras, bloqueando sílabas completas y sustrayéndole funciones para alterar la música natural de la lengua como quien habla con una papa o un puré de papas en la boca: “dustrial” por industrial; “usidá” por velocidad, “la” por ola, “pogamació” por programación, “teligen” por inteligencia, etc.
Es como si las letras o las sílabas fuesen monedas que se le caen de los bolsillos por el camino mientras habla en el sentido en que alguien pudiera correr con la lengua. La maniobra verbal es sin dudas un homenaje a la rítmica, la métrica y la conmovedora lucha de Macri por honrar a Cervantes. Podría ser, en función de una misma vertiente de idolatría, lo que se conoce por tributo artístico: Ejemplos: tributo a Arjona, tributo a Sabina, tributo a Queen, etc.
Pero en medio de esta llamativa estilización en formato de copia fiel (lo que le da la razón a Proust: el estilo es deseo de imitación), ocurre un fenómeno emergente ligado a cierta neurosis de contenido, o sea al despertar monográfico de una pasión a la que el mundo debe ser reducido.
Dos tuits de hace unos días cargan los tanques de oxígeno liquido de la fe: “En Argentina más de 35 mil palos verdes se pierden por ineficiencia y corrupción en el Estado y la obra pública. Esto con Blockchain no pasa”; “La idea es que esta sea la primera de muchas iniciativas y que sirva para que se replique a nivel provincial y nacional. Podemos #HackearElEstado incorporando cada vez + tecnología”.
En otros dos nos explica en lenguaje mitad pop, mitad críptico (es para que creamos que entendemos mientras eso no sucede), que podemos imaginar a Blockchain como “un gran libro contable digital donde se registran transacciones y datos de forma 100% segura, transparente, trazable y descentralizada”; y que una red de Blockchain pública “sería el equivalente digital a escribir en piedra”.
El entusiasmo de Nieto es legendario. Tiene mucho del cruzado o el pionero que acaba de desembarcar en las costas vírgenes del futuro. ¿Tendrá también carácter? ¡Claro! Y es fuertísimo, exactamente el mismo que el de Mauricio Macri, lo que llega a las alturas del milagro o la leyenda al entonar la frase “Es una locura” cuando alguna realidad lo contradice y ya no podemos saber dónde está el original y dónde la copia; dónde está digamos Van Gogh y dónde su copista, Paul Gachet.
Nieto habla de Blockchain como el bombero que entra el incendio a señalar con el índice de su guante luminiscente la escalera de evacuación. La velocidad a la que habla, y la dramatización de la urgencia, nos presentan a un hombre que se debate, y con él también nosotros y toda la humanidad, entre la vida y la muerte. Dice: “Blockchain, Metaverso, Criptos”; “descentralización al palo, acceso infinito a la información, 100% de trazabilidad”; “millones de empleos nuevos”; “fin del chamuyo y los privilegios”; “se acaba el choreo de la obra pública, los planes a cambio de favores”, etc.
Fascinado por la actividad de Nieto como corredor vocacional de Blockchain, me identifiqué con su voluntad y su ignorancia cuando leí este tuit del 6 de mayo: “Recién estuve en una charla de computación cuántica. Les juro que no entendí nada de nada”. Así que lo llamé a Enrique Chaparro, matemático, presidente de la Fundación Vía Libre y especialista en seguridad en sistemas de información.
Lo voy a glosar, y citarlo allí donde sea necesario no salirme de la senda de seriedad que quisiera adquirir mientras escribo esto, destinado a ofrendárselo a Darío Nieto para que seamos dos los que de no entender nada pasemos a entender algo, así hablamos con algún conocimiento de causa de Blockchain y nos vamos bajamos del Dumbo de calesita de la afirmación.
Chaparro asocia “la cuarta revolución”, de la que Nieto es líder y yo un discípulo cantado porque tengo tendencia a la compra de espejos de colores, con la “tecnoilusión” que hizo de la economía del capitalismo posindustrial una cultura Ponzi. Y lo ilustra con una analogía: “Por ejemplo, Metaverso es una venta de humo indigna de la Generación Zoe. A ese nivel, Cositorto es Oxford”.
El padre no reconocido de la criatura Blockchain es Ralph Merkle, que hace casi cincuenta años inventó un sistema criptográfico de clave pública. Por lo que -como diría macedonio Fernández – “el mundo fue inventado antiguo”. ¿Y qué es esa criatura que enciende la pasión de mi líder, Darío Nieto? Según la descripción de Chaparro destinada a dummies como yo y Darío, se trata de una manera de garantizar que un registro (un dato) no sea alterado debido a que está organizado por un mecanismo de “árboles”, de modo que cada dato dependa del anterior y condicione al que lo sucede. Tocás un árbol, y desarmás el bosque.
La “novedad”, que evita el doble gasto que pudiera realizarse con una moneda virtual, cuajó en el nicho de las criptomonedas. Pero las contras se abren como un pavo real. Se destacan los costos energéticos, que son siderales. Para realizar una transacción de bitcoin, hacen falta 2215 kwh de energía eléctrica, casi 8 veces lo que consume una casa de familia por mes. Para no hablar de la huella de carbono, o de la chatarra electrónica que esta moneda “limpia” deja a su paso (384 gramos por transacción), lo que acelera el volumen de los basureros contaminantes.
En la percepción de Chaparro, instalar Blockchain como instrumento del Estado en nombre de la transparencia es “enormemente costoso en términos de recursos para un beneficio que, en el mejor de los casos, es difuso”. ¿Por qué? Porque la inquietud que surge es política.
Blockchain es un “registro distribuido”, perfecto, y puede valer para unificar criterios de control y transparencia en una organización privada, pero en el nivel de lo público, el Estado estaría relegando su autoridad y su rol de garante, es decir su responsabilidad. En dos palabras, se estaría sustituyendo la democracia representativa por la asamblearia. Pero, ¿quién dice que sería verdaderamente asamblearia y no derivaría en la concentración, como ocurre con la acumulación de criptomonedas sin que Blockchain pueda evitarlo, en el caso de que lo deseara su espíritu?
Me cansa trabajar para Nieto, pero lo hago por él y la sociedad argentina, que se merecen un país sin corrupción. Pero Chaparro pincha el globo de la cuarta revolución: “¿Se podrían ver a través de Blockchain los sobreprecios de los contratos públicos, o las ejecuciones tramposas? ¿Qué pasa si en una ruta la calzada es de un espesor desparejo? ¿En qué puntos se mide? ¿Y si en algunos tramos es cinco centímetros más angosta que en otros?”.
A Nieto y a mí nos dejó duro ese comentario, y nos quedamos pensando qué podría pasar si en el futuro, algún Presidente de la Argentina presionara a una empresa española para comprarle personalmente, que sé yo, seis parques eólicos en Chubut y Miramar, por decir algo, y luego de los vendiera a la compañía china Goldwind. ¿Sonarían las alarmas de Blockchain?
Vuelvo a uno de los videos de Nieto (soy adicto a los héroes), el que dura un minuto, y creo que es el que más me gusta. Es aquel en el que lo vemos con un golpe de zoom in ponerse la campera en cinco cortes a lo largo de 15 segundos, saltando de una locación a otra, de algún modo “saliendo” del interior de un think thak en el que está totalmente solo hacia la calle, esa selva donde se hace la realidad o se la sustituye por algo mejor. Tiene algo del Philippe Marlowe de Bogart, yendo a hacer justicia donde no la hay, afrontando los combates desiguales. No pasa nada si en su discurso hay palabras enteras dinamitadas por dentro. Las palabras siempre sobran, y se las lleva el viento. Lo que importa es imponer una voluntad.
JJB
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