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Opinión

Cuatro revoluciones para la Argentina

¿Por qué no exigirle a toda la dirigencia, y esperanzarse en que logre, acuerdos para resolver una crisis que ya lleva varias décadas?

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En el último cuarto del Siglo XX Argentina fracasó en la construcción de un proyecto de desarrollo más o menos compartido y el Siglo XX no perdonó. Nos dejó afuera. El resultado es la foto de país de hoy: pobreza estructural creciente, pérdida de mercados de exportación, densidad empresarial en retracción y un círculo vicioso entre deuda y déficit. 

A dos décadas del comienzo del nuevo siglo, Argentina sigue atascada en el siglo pasado. No hay tiempo para llorar sobre la leche derramada. Tenemos que movernos rápido para revertir la situación. Eso requiere hacer cosas de manera muy distinta de acá en más. 

¿Hay motivos para ser optimistas, en medio del peor momento de la pandemia y luego de tres años de recesión en Argentina? Sí. Algo que mostró la crisis sanitaria es que estuvimos mejor cuando la dirigencia logró acordar un camino en la búsqueda de un objetivo. ¿Por qué no exigirle a toda la dirigencia, y esperanzarse en que logre, acuerdos para resolver una crisis que ya lleva varias décadas?

Hay otra buena noticia: no somos los únicos que tenemos que reinventarnos. Todo el mundo lo está haciendo o lo tiene que hacer para empezar a delinear este siglo. Cuando el calendario marcó el año 2000 no estaba todavía claro cuán diferente sería el futuro. Hoy ya no quedan dudas: la revolución tecnológica hará que nada sea igual en las próximas décadas. Los productos y servicios que consumiremos, la forma de producirlos en una economía que tenderá a la des-carbonización, las nuevas formas de trabajo y sus nuevas regulaciones, el uso y la protección de nuestros datos (el commodity de este nuevo tiempo), el papel de la mujer en la sociedad, nuestras relaciones interpersonales: cada aspecto de nuestra vida sufrirá de aquí al 2050 una profunda transformación. 

En ese marco, los líderes del mundo se preguntan cuál debe ser el camino al desarrollo en el siglo XXI. Nadie lo tiene del todo claro, salvo por la negativa: no tendrá nada que ver con lo que conocemos. 

Como lo que viene es totalmente nuevo, requiere ideas también novedosas. Como nunca en las últimas generaciones, la incertidumbre implica una oportunidad: es un nuevo comienzo para todos. Y aunque es cierto que Argentina trae a cuestas una mochila pesada por las últimas décadas de fracaso económico, el país sigue de pie y tiene muchos activos productivos y humanos para encarar el nuevo desafío de repensarnos.

En los próximos dos años y medio vamos a tener dos elecciones, la de medio término de este año y la presidencial de 2023. La política está avanzando hacia un cambio generacional que hará que seguramente accedan al poder figuras criadas en democracia, conscientes del fracaso de la dirigencia en lograr los acuerdos elementales que todo país requiere para desarrollarse. Este tiempo va a ser el marco temporal ideal para intentar hacer algo diferente, sentarse a pensar lo nuevo y proponer ideas capaces de entusiasmar a una Nación que zigzaguea entre la crisis y la ausencia de futuro.

Argentina está llena de atributos positivos sobre los cuales forjar nuestra Nación en el Siglo XXI. Una tierra fértil capaz de producir proteínas para 400 millones de personas anualmente; una reserva de energía única en el mundo como Vaca Muerta con un recurso clave para la transición energética; una capacidad de desarrollar biotecnología que está en la frontera del conocimiento, como el trigo anti-sequía de Bioceres; una tradición y un legado industrial que viene de saberes consolidados; empresas que son ejemplo de capacidad tecnológica (esta semana fue noticia una de ellas, IMPSA, capitalizada por el gobierno provincial y nacional); un capital humano que se destaca en la región y puede competir en productividad con el mundo.

¿Qué políticas públicas puedan recrear el espíritu épico que supimos tener en distintos momentos de nuestros 200 años de historia?

Se me ocurren al menos cuatro “revoluciones” a las que nos podemos comprometer.

  1. Una revolución educativa, desde el nivel inicial hasta el universitario, que realce oficios y tecnicaturas, y re-cree la movilidad social ascendente: adaptar el mito de “m’hijo el doctor” a “nuestrx hijxs programadores”.
  2. Una revolución científico-productiva que, en homenaje a Houssay, Leloir y Milstein, impulse a la ciencia básica y la ciencia aplicada y la integre al entramado productivo. La pandemia mostró la enorme capacidad para transformar desarrollo científico en productos innovadores y exportables.
  3. Seguir haciendo punta en Latinoamérica en la revolución feminista en marcha. Garantizar una creciente igualdad de oportunidades. El principal desafío será atacar la desigualdad en las tareas del cuidado: representan el 16% del PBI y caen enteras en las espaldas de la población femenina.
  4. Y finalmente, tener un rol activo en la revolución verde. Esto implica tener una estrategia inteligente en al menos dos frentes: quedar entre los pocos jugadores que crearán las tecnologías que se necesitan y buscar formas de transición energética que impacten positivamente en nuestro sistema productivo.

Algunos de estos temas se empiezan a debatir de manera incipiente en el Consejo Económico y Social creado recientemente y ya son objeto de políticas que piensan diferentes áreas del Estado. Pero el diferencial, si queremos hacerlo distinto esta vez, es lograr  traducir proyectos e ideas en acuerdos multi-sectoriales y multi-partidarios que generen cursos de acción concretos con metas realizables; sin zigzags, sin marcha atrás.

CC

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