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Opinión

La cultura viral y virtual en el sendero de las lágrimas

¿Cómo reseñar las pantallas?, una de las preguntas que aparecen después de dos años de pandemia

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Surge una nueva categoría en la semántica de nuestra jerga: “cultura viral”, mientras escucho al cronista de nuestro tiempo, experto sin escalas entre el polvo de cristales de un potrero y la erudición más excelsa. El cronista (la deidad desde ahora) y yo, su aprendiz, nos detenemos en una osamenta preciosa, tersa y aceitunosa que nos explica a Manuel Gálvez en chicano. Tanto la deidad como yo nos derretimos, pero sabemos que ese candor no pasa de esta mesa, que con los días se volverá espeso y ambicioso.

En El Rey, comedor peruano del Abasto, experto en garnish en rosetas sobre ceviches alucinantes, el plato con rulemanes giraba ante una grey de inapetentes que rumbeaba al toilette generando el mojón de toda una generación de intelectualoides a los que la deidad le ha dado trabajo desde entonces (esta cronista incluida). La deidad sabe que hablamos de él. Mi editor y mi editora, y mi colega rosarina talento poético precoz, también. Leemos sus fantasmas. Me dice, una noche en vela, mientras discutimos las escenas políticas en registros plásticos y documentales, “el loco Dorrego, veamos a Dorrego”, y el chicano explicando Gálvez, presten atención, Gálvez en El gaucho de los cerrillos: “Al saberlo, la gente se derramó por las calles. Llenándose las pulperías, y las canciones y los cielos que lloraban la muerte de Manuel Dorrego, hicieron estremecer los corazones de la plebe. Toda la tarde y la noche, gauchos a caballo vitoreando a Rosas. En las casas de los unitarios rezaban las mujeres, y los hombres tendían sus oídos hacia la calle”. 

¿De qué escribo cuando trato de escribir todo en esta columna mensual? Y evito escribir sobre malestar. Evito escribir sobre los fantasmas, evito escribir combativa en Facundo, en Civilización y Barbarie. Evito desnudar el dolor del virus y la hemoglobina del torrente. La deidad despierta en la nostalgia por las alfombras rojas, del tiempo inocuo del intercambio de fluidos, la fisiología de la festividad, dice: “Extraño las alfombras rojas, las avant-première, los cocktails antes y después de las inauguraciones, las vernissage, la joda, las giras, la jauja”, lo que denota, en esa progresión léxica sincrética y altisonante, un in crescendo amoroso de extranjerismos y de festividad extinto. Avanza, así, la temperatura del terciopelo del algodón, de la elegancia de un cuello, de los compuestos volátiles del café y los vinos, de los abrazos tibios. Del apilamiento veloz de los glóbulos rojos en la expectativa del amor entre los cuerpos. ¿Qué pasa ahí? Ante que se aceleran nuestro pulso y nuestros caudales. Cómo se sostiene nuestro esternón enhiesto sin locura. Veo correr a otra velocidad nuestros fuegos. Cuáles son las nuevas velocidades de nuestros canales sanguíneos en las avenidas de nuestros deseos. Los chocolates. Los aromas de los viajes rumbo a otra ciudad en poco tiempo, visitar casas de al lado que se volvieron lejanas en los bulevares cercanos. ¿Cómo emergen las pantallas en la conversación? ¿Podríamos pensar en un nuevo índice industrial y capitalista que se llame “horas pantalla”? Les consulto a los expertos periodistas culturales de distintos lugares del país que están atentos y atentas a la subjetividad de este tiempo. 

Cabría preguntarse junto al cerebro sensible y brillante de Beatriz Vignoli, histórica y célebre poeta y cronista cultural, ¿cómo reseñar las pantallas? O bien preguntarle a Martín Pérez hacia dónde rumbea la edición impresa de Radar. ¡Qué precioso suplemento! Ya piedra angular y acervo transgeneracional de consulta. Fernando García con sus suculentas investigaciones periodísticas. Aparece una lista enorme de profesionales que, con oficio y maestría, cuentan las escenas culturales resistiendo la miopía de la realidad, sorteando el blur de las pantallas: Marina Mariasch desde LATFEM en formato newsletter; María Paula Zacharías apretando un acelerador y recorriendo las artes visuales con perspectiva federal; Daniel Gigena con agudeza y detalle lector a ultranza deteniéndose en pequeños versos estratégicos; Juan Fernando García, distinguido poeta, magisterio docente que cada tanto nos deleita con sus textos críticos agudos; María Moreno siempre, siempre, recomendándome volver a los bares o bien imaginando unirnos ante la boiserie de la Richmond; Juan Pollak remando la fluvialidad litoral; Lorena Misetich entre valles y alturas, desde Mendoza, y la orga de AReCIA moviendo el abispero.

¿Qué contar cuando sólo podemos contar las pantallas en las pantallas?

Esta vez conversamos con Osvaldo Aguirre, poeta, investigador, periodista, quien publica en diferentes suplementos culturales de crítica en el contexto latinoamericano. Nos cuenta: “Para mí la cuestión sigue siendo cómo y no tanto qué contar. Historias hay siempre, y como dijo André Gide, ‘todas las cosas ya fueron dichas, pero como nadie escucha hace falta recomenzar’. No me refiero a las formas, a los procedimientos narrativos, sobre lo que existe una bibliografía sobreabundante, sino al punto de vista con que uno percibe lo que ocurre y a la posición que adopta frente a las convenciones sociales, a problemas de la época como el seudo progresismo y la corrección política, a las expresiones del sentido común; en fin, como se decía en otra época, frente a la ideología dominante. Me parece que uno tiene que trabajar en contra de los consensos”.

Carlos Lezcano es periodista gráfico y radial de Corrientes. Tiene una columna de entrevistas y opinión en el diario El Litoral de Corrientes y conduce un programa sobre temas culturales en la Radio de la Universidad Nacional del Nordeste. Nos cuenta en relación a los cuerpos y las pantallas: “Los cuerpos no compartieron el convivio de la presencialidad, pero a la vez, exploraron otros espacios y otros modos no tradicionales para desarrollar las actividades. Al retirarse la presencialidad de los cuerpos de los espacios públicos, las actividades buscaron en el streaming canales nuevos de comunicación. Los periodistas, en este contexto, tampoco pudimos ‘cubrir’ los hechos ya que nos sumamos a la legión de espectadores sin rostro. Esto significó que la búsqueda de los detalles, procesos y climas que generan la presencialidad tengan que ser vistos y analizados desde otro lugar, para mí todavía indefinido, donde la pregunta periodística volvió con más agudeza a nuestro trabajo diario. Es importante señalar que Corrientes no tiene buena conexión de internet y por lo tanto no todos pueden acceder a los hechos culturales”.

Por su parte, Hinde Pomeraniec, escritora y editora de cultura en Infobae, con amplia trayectoria en ámbitos académicos y literarios en Buenos Aires, refiere lo siguiente: “Me da la idea de que se puede contar sabiendo que hay públicos nuevos y revitalizados a partir de la cercanía de las pantallas. Hoy cualquier escritor puede asistir a cualquier festival y todos lo seguimos. Hoy los que no pueden venir a los teatros de Buenos Aires pueden ver las obras a través de las pantallas. El caso de las hermanas Marull, por ejemplo, que hicieron ese documental maravilloso en el Modos Híbridos, a partir de la obra que no pudieron representar todavía en el San Martín, es un caso donde una ve cosas que habitualmente no vería, como es la preproducción y la producción, los ensayos… Me da la impresión de que estamos todos releyendo nuevos modos de comunicarnos, nuevos modos de hacer ver lo que producimos, nuevos modos de hacer leer, la explosión de los podcast y de las newsletter también forma parte de lo mismo. ¿Cómo acercarse en un mundo atravesado por el aislamiento? ¿Cómo acercarse en un momento del planeta donde el terror nos aísla y nos encierra? ¿Cómo acercar lo que uno produce en un momento donde no se pueden acercar los cuerpos? Bueno, se están encontrando modos, no creo que no deje huella. Me parece que la falta de cercanía física va a dejar huella, no solo en el modo de hacer las cosas sino en nosotros como seres humanos. Me imagino que los actores que no están pudiendo mostrar —sobre todo en ellos es donde más lo veo—, los actores de teatro que no están pudiendo acercarse al público, olfatear con la mirada lo que pasa con su trabajo, me parece que eso necesariamente va a dejar una huella”.

Desde Córdoba, Eugenia Almeida, escritora y periodista cultural especializada en literatura, refiere: “Las pantallas en las pantallas... Yo me hago preguntas en relación a toda la población que no llega a conectarse a las pantallas, más que las problemáticas que tenemos aquellos que hemos visto transformado nuestro trabajo, nuestro acceso a la información y a la cultura, y ya no lo podemos hacer de cuerpo presente, sino a través de un dispositivo. Tengo preocupaciones en torno a eso, pero lo que más me preocupa es la enorme proporción de la población que no tiene ningún acceso a un dispositivo o a una conexión de wifi, eso sí me preocupa, porque me parece que hay mucho trabajo por hacer en relación a garantizar y a promover el acceso, no solo a poder disfrutar de bienes culturales sino a poder producirlos. Pienso en los talleres, en los espacios de producción, que en este momento no pueden llevarse a cabo para cuidarnos, y en toda la gente que no puede sustituir eso por una pantalla, por su situación económica, porque el sistema lo expulsa… Creo que esa es mi mayor preocupación en este momento”.

Se suma a la reflexión Virginia Giacosa, periodista y editora de la Revista REA de Rosario: “En un tiempo en que las pantallas, la virtualidad y lo digital lo ocuparon todo, desde REA reponemos cierta idea de origen y reconfirmamos una cosa: ni el macrismo ni el coronavirus nos obligaron a caer en la web, siempre quisimos ser ‘digitales’. Aunque hijxs del ‘papel’ y de las redacciones, somos una revista digital y no renegamos de eso. En todo caso tratamos de optimizar esa factura y darle un toque diferencial. Como dice Pablo Makovsky, coeditor de REA, sería realmente una mezquindad negarle esos hipervínculos a quien lee. Por eso, mientras hay medios que quieren retener a su público dentro de una nota, a nosotros nos importan los desvíos —la palabra ‘rea’ indica eso, ir por los márgenes, por el descarrío—, que quien lea pueda irse, volver, ampliar, seguir, renovar el contrato de lectura”.

Ana Paula D’Atri es de Santa Rosa, La Pampa; trabaja de periodista cultural en el diario La Arena desde hace 9 años. Actualmente edita el suplemento cultural Caldenia. Ante la pregunta ¿qué contar cuando solo podemos contar las pantallas en las pantallas?, responde: “Todo se puede contar. Las personas siguen viviendo, y los y las artistas —que también son personas jaja— siguen trabajando. Creo que hoy se pueden explotar las historias, en el buen sentido del concepto. Las personas están conectadas 24/7 a las pantallas y una buena historia puede cambiarle el día. Detrás de cada artista hay una historia para contar, y eso creo que es súper lindo y atrayente para el público que nos lee o escucha”.

Desde Tucumán, formalizando una red sorora a través de la artista Alejandra Mizrahi, contacto a la periodista y activista Milagro Mariona, también editora del diario La Nota, quien me cuenta: “Hay historias en las pantallas, pero también exploramos las que están detrás. Cómo impacta la pandemia en la cultura y en quienes la producen, la afectación económica a la industria cultural, el rol de los Estados ante este nuevo escenario.  Visibilizar las estrategias de supervivencia y sostenibilidad de los proyectos creativos, el cruce de fronteras que permite la virtualidad. Mantenernos como un ojo crítico capaz de relatar las transformaciones de un sector cultural golpeado y removido hasta su esencia. Abordar las nuevas expresiones que emergieron durante la pandemia, vinculadas a la denuncia de vulneración de derechos, pero también aquellas que son testimonios de la ‘nueva normalidad’ a la que nos vimos confinados de un momento a otro”.

Florencia Coll es periodista y directora de un periódico feminista transoceánico: femiñetas. Su proyecto editorial es un lugar de resistencia porque define una urdimbre de relaciones tanto en los contenidos como en el soporte, y existe gracias al mano en mano, al papel, a los viajes entre América Latina y España. Le preguntamos: ¿Podríamos decir que es un proyecto analógico con contenidos multimediales? ¿Cómo ves el futuro del periodismo cultural rumbo a la virtualización de las relaciones? ¿Cómo gestionás desde la incertidumbre? Nos responde: “Pienso mucho en cómo y qué nos depararán estos segundos años 20 a la hora de encontrar formas de contarnos. Si siempre van a estar las imágenes, las ilustraciones en nuestro caso, las palabras, los retazos, el collage. En definitiva, me pregunto si continuarán nuestros interrogantes y algunas certezas sobre lo que deseamos contar, cómo hacerlo y qué necesitamos leer o escuchar”.

Vuelvo al roce de mis sábanas, descanso pocas horas de la pantalla, de sus mezclas aditivas lumínicas incandescentes, para poner en letargo las retinas del fulgor. Vuelvo al papel opaco de otros tiempos, y espero que mi editora dignifique el abismo del trabajo.

LS

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