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COLUMNA NÓMADE
Opinión

La dialéctica argentina

Las madres y abuelas de plaza de Mayo no son historia, son presente puro
16 de septiembre de 2023 00:13 h

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Estoy en el balcón fumando, es de noche. Hace un rato estaba en una reunión de amigos. Hablábamos de música, de películas, de las tensiones de la vida gregaria, de las dificultades de la pareja, del ego, del precio de las mercancías. Cada persona es una narración, tenemos experiencias individuales, pero buscamos confiar en el otro, no para afirmar nuestras impresiones sino para que la experiencia del otro nos ayude a caminar por el pasadizo oscuro de la realidad. Cargo con una pena o un alegría, la comento, la transfiero. Y eso inicia un camino en el mundo que puede culminar en un poema o en… nada. Cuando uno no sabe qué hacer con la nada, la nada empieza a hacer cosas con uno.  

Estoy en el balcón fumando, es de noche. Dobla por la esquina una ambulancia del Same. Se estaciona en la vereda de enfrente. La luz que oscila, verde y blanca, se refleja en las paredes de la cuadra. Es como si en medio de la noche alguien hubiera activado la iluminación de un árbol de navidad inquietante. De la camioneta bajan dos personas. Están vestidas según el protocolo: unos chalecos naranjas y por debajo uniformes azules, crocs en los pies. No es un delivery, no vienen a traer nada, vienen a buscar a alguien que, uno supone, puede estar desesperado. Chequean las direcciones y tocan varios timbres. Al rato de un edificio sale una pareja de adultos mayores. El hombre está –para mi entender– algo desabrigado. La mujer tiene cruzados los brazos sobre su pecho. Está preocupada. Ella tiene un largo batón, lo que muestra la urgencia. No se vistió, se puso lo que había. Los médicos abren la puerta de la ambulancia y el hombre sube primero –entiendo por esto que es el que está afectado, pero camina bien, no le cuesta subir a la ambulancia– la mujer lo sigue. Despacio, la ambulancia se mueve, pasa por debajo del balcón donde estoy. La calle queda de nuevo en silencio salvo por algunos autos que ralean en la avenida lejana. ¿Cuál es la esencia de este hecho? ¿Cuál de todas las categorías del conocimiento humano en términos filosóficos se han puesto en marcha? ¿En qué pensamiento, en qué teoría, está analizado lo que acaba de pasar? 

Hace días que vengo leyendo Sobre la teoría de la historia y de la libertad, que son las clases que Adorno dictó mientras estaba escribiendo la Dialéctica negativa. Adorno llevaba apuntes a sus clases y de alguna manera, probaba lo que estaba trabajando en su texto con sus alumnos, como si la oralidad –de la que tanto desconfiaba– le diera cierta apertura para pensar, medir su material, pensar con otros. Las preguntas que se hace en estas clases son impresionantes: ¿Cómo el ser humano, que pertenece al orden natural, regulado por leyes, es capaz de obrar con libertad? ¿Cómo ese orden de la naturaleza se une con el de la historia? ¿Existe la idea de un progreso humano de lo cual la historia sería su muestra contundente?  

A Adorno, que según cuenta su discípulo Alexander Kluge no sabía ni siquiera tomarse un tranvía sin tener problemas, entregado a una vida mental, la vida práctica le costaba mucho. Sin embargo en sus estudios de Kant y de Hegel, lo que intenta buscar es una praxis para, desde una posición dialéctica negativa, vivir la vida justa y eliminar la vida falsa. En la tercera lección que da a sus alumnos del libro que acabo de citar, Adorno inicia la clase con un comentario notable: “Damas y caballeros, hoy recibí la noticia de la muerte de uno de mis amigos más íntimos y más antiguos. Es para mí casi imposible concentrarme hoy en esta lección tal como debería en consideración a ustedes y a mí mismo. Pero no quisiera cancelar la clase y les pido indulgencia”. E inmediatamente pasa a analizar –tal vez afectado por el hecho personal que acaba de vivir– algo que le sucedió a él en los comienzos del nacional socialismo en Alemania. Va a ir de lo particular a lo general: “Todo ser humano que como yo, a comienzos del régimen nacional socialista, ha tenido la experiencia de un registro domiciliario, se dará cuenta de que un hecho tal es, para la experiencia, más inmediato que, por ejemplo, la deducción de este hecho sólo a partir de contextos relativamente tan palpables como aquellos que aparecen en el diario, así por ejemplo, que los nacionalsocialistas han tomado el poder, que la policía ha adquirido atribuciones de este tipo y otras cosas similares. Un hecho tal como el registro domiciliario, durante el cual uno no sabe si será o no secuestrado y saldrá con vida, es para el sujeto de conocimiento, algo más inmediato que un saber político general, basado él mismo en el plano fáctico, para no hablar de los así llamados grandes contextos históricos, de los cuales sólo tenemos certezas gracias a la reflexión y, finalmente, a la teoría”.  

 Adorno proponía -siguiendo a Benjamin- algo que no deja de ser sustancial hoy en día en la dialéctica argentina: cepillar la historia a contrapelo, luchar contra el espíritu de la época en vez de unirse a él, enfocar la historia hacia atrás y no hacia adelante. El rechazo de la historia como progreso, la idea idealista de que la historia tiene un sentido, es contra lo que empieza trabajar en sus escritos antes de la Segunda Guerra Mundial. Para Adorno, el presente no obtenía su significado de la historia, era la historia la que obtenía su significado del presente. Las madres y abuelas de plaza de Mayo no son historia, son presente puro en su extraordinaria singularidad: frente a la mostruosidad del totalitarismo genocida, la virtud de la alegría, la no venganza, rencor ni odio. Su impecabilidad parece extraterrestre, pero es humana. Algo de ellas está en nosotros. 

FC

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