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Análisis

La segunda vuelta de las presidenciales en Ecuador podría ser un caso único en la historia regional: izquierda contra izquierda

La participación fue récord el domingo en la primera vuelta de las elecciones presidenciales ecuatorianas, a pesar de las demoras de más de una hora para votar y de las insuficientes medidas de bioseguridad para prevenir el contagio del COVID-19

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“Va a ser como en Argentina”. Así anticipó el balotaje ecuatoriano del 11 de abril el candidato vicepresidencial del correismo. Cuando temprano en la mañana del lunes le pidieron a Carlos Rabascall en Punto Noticias de Pichincha Comunicaciones cuál era su mejor hipótesis, no vaciló. Según el compañero de Andrés Arauz en la fórmula de Unión por la Esperanza (UNES), “Alberto Fernández en las PASO tuvo una gran ventaja sobre su primer rival, en segunda vuelta mucho menos, pero de todos modos finalmente se impuso con claridad”. En las elecciones del domingo, la coalición UNES, escrutadas más del 90% de las actas, se imponía con el 32,2% de los votos sobre las otras 15 candidaturas que el domingo compitieron por la presidencia y le sacaba 13 puntos consensuales a la segunda fuerza más votada.

La sorpresa que nada parece capaz de mitigar, el terremoto o tsunami en la política ecuatoriana, ha sido quién ganó ese segundo lugar. Todo indica que Arauz deberá enfrentar al líder indígena Yaku Pérez del Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik (MUPP-18) que obtuvo, contra todo pronóstico, el 19.81% en la elección. Con unos 15 mil votos atrás sigue el banquero Guillermo Lasso del frente electoral que formó su propio partido CREO con el Partido Social Cristiano (CREO-PSC) y a quien todos los sondeos anotaban como el contendiente inevitable del economista Arauz para dirimir la presidencia, en una añosa, limpia, esquemática polarización de izquierdas y derechas, de socialismo del siglo XXI  versus la clásica economía ¿social? de mercado. En cambio, por primera vez en la historia de Ecuador, y de la región, el electorado deberá elegir presidente entre dos fuerzas que se autodenominan de izquierda.

Las sorpresas son, sin embargo, todavía mayores, y las desmentidas de las expectativas mucho más profundas de lo que hasta ahora han gustado reconocer en público unos y otros candidatos. Los perdedores incrédulos, pero también los súbitos ganadores, se han esforzado diligentes ante cámaras y micrófonos, con buen éxito muy dispar, por declarar que desde siempre habían calculado que las cosas iban a seguir el curso que efectivamente siguieron y por ofrecer rigurosas interpretaciones esotéricas de sus propios dichos anteriores de modo que quedara en claro su profesionalismo como profetas políticos nacionales. El desenlace descontado por todas las voces para la fecha del domingo era la decantación preparatoria para un desempate entre dos alternativas tan nítidas en sus doctrinas antagónicas como mayoritarias en los números que las alejaban del resto de las opciones. Pero al virtual empate técnico entre el candidato indígena (gran ganador) y el candidato banquero (gran perdedor), se sumó a la lid un novedoso jugador, el empresario Xavier Herbas, candidato de Izquierda Unida (ID), cuya gravitación ningún radar había detectado ni calibrado, y que obtuvo el 16,01%  de los sufragios. Viene cuarto en la lista de los ganadores, pero el segundo y el tercero tienen casi la misma cantidad de votos cada uno, y Hervas tiene casi el mismo número que Pérez o Lasso.

Aun en el momento en que comunicaban no sin desconcierto los resultados del conteo rápido revelados a las 21.00 en una elaborada ceremonia pública por el Consejo Nacional Electoral (CNE), muchos medios seguían titulando “polarización” a pesar de que la votación cuyos números daban a conocer había demolido la creencia, preservada a lo largo de una campaña de la que había sido a la vez el principal sostén argumentativo, en que había dos polos de atracción excluyente que organizaban el horizonte y le proveía previsibilidad.  No quedaron delineadas una primera y una segunda mayoría, sino una mayoría y tres minorías de masa casi equivalente. Y tampoco es automático, ni por ahora inferible con certeza, que líderes, coaliciones, movimientos, partidos y electorados –niveles, a su vez, con variables grados de conexión entre sí según el caso, las regiones, los grupos- vayan a alinearse contumaces para la segunda vuelta a un lado y otro del eje socialismo / neoliberalismo.

Fue aquella, sin embargo, la grieta que los dedos índices de los dos candidatos que se sentían predestinados a reñirse la presidencia en la segunda vuelta no cesaron de señalar en el suelo ecuatoriano en la campaña para la primera que culminó en las elecciones del domingo 7 y en una voluntad popular que se desentendió del zanjón que le señalaban. Más aún, esa grieta había sido la base del discurso de la oposición correista desde que el presidente saliente Lenin Moreno, después de triunfar en las elecciones de 2017 gracias al respaldo de Correa, diera vuelta las alianzas: el vencedor se alió con el perdedor Guillermo Lasso, adoptó una política económica ortodoxa, se endeudó con el FMI; se alejó de China y se acercó a EEUU al punto de firmar una suerte de TLC bilateral.

No les pareció riesgoso a la coalición de izquierdas UNES ni a la coalición de derechas CREO-PSC montar dos campañas de formas simétricas entre sí pero fondos repugnantes entre sí. La campaña del Miedo y la campaña de la Nostalgia. Para Guillermo Lasso, había que optar por la razón y la fe (de las que era el doble concesionario exclusivo) porque si no Ecuador, que ya había tenido bastante con ser el Ecuador de Correa, se iba a convertir, gracias a la desdolarización y el oportuno financiamiento de las guerrillas colombianas que todavía operan en las selvas, en la Venezuela de Nicolás Maduro. Para Rafael Correa, cuya imagen fotográfica en tamaño natural pegada y recortada en sus bordes sobre un soporte de cartón acompañó a Arauz por la costa y por la sierra hasta que se lo prohibieran, el electorado debía responder en esta elección del domingo una única pregunta, según lo dijo inmediatamente después de conocido el resultado del CNE en entrevista con el periodista Jimmy Jairala: ¿qué prefieren, volver a los años en que crecieron con la Revolución Ciudadana, o repetir los años que sufrieron con Lenín Moreno?

La coalición que representa a la Revolución Ciudadana, el movimiento de izquierda que impulsó desde la década pasada Rafael Correa, y que verbalmente es el equivalente a lo que ‘Proceso de Cambio’ significa en la Bolivia de Evo Morales, retuvo el indiscutido primer puesto y el liderazgo que le asegura un núcleo sólido, invariable, de militantes y partidarios. Entre las 17.00, cuando se difundieron las encuestas de boca de urna de Clima Social y de Cedatos y las 21.00, cuando se hizo público el conteo rápido del CNE, militantes y candidatos de UNES cantaron “¡Primera Vuelta! ¡Primera Vuelta!”, debidamente esperanzados de que una victoria directa, sin balotaje, estaba inscrita para ellos en las actas que faltaba contabilizar. “Mi inmensa gratitud al pueblo ecuatoriano. Cuatro años de persecución, cuatro años de difamación, se pelean por cuál es el segundo lugar, pero nadie duda de cuál es el primer lugar”, resumió más sobriamente Correa en la misma entrevista, cuando se supo que el techo definitivo de UNES sería más bajo y no más alto que el del conteo rápido.

A medida que se conocían más datos de la jornada electoral, y que el recuento progresaba, dos presunciones se fueron esfumando o matizando. La primera presunción preocupante concernía a irregularidades más o menos deliberadas que esperarían agazapadas al electorado los centros de votación, e inconductas en el interior del CNE. A las 18.50 se cayó el sistema, pero la intermitencia duró no muchos minutos, y no tuvo continuación. En esos minutos las redes sociales vibraron con el adelanto apocalíptico de un fraude que no ocurrió. Los observadores de la Internacional Progresista, como otros, hicieron la evaluación de una elección que resultó en suma más razonable de lo que razonablemente temían. El segundo augurio de mal agüero demostró ser, mucho más indubitablemente, erróneo. En estas elecciones, donde el voto es obligatorio, y 13 millones de ciudadanos, sobre una población total de 17 millones y medio, el ausentismo fue más bajo que el promedio, cuando se lo había pronosticado más alto. En las elecciones anteriores, el promedio era del 20%, es decir, de cada diez votantes, ocho no votaban. Pero ese número de ausentes en las mesas electorales incluye a un número muy elevado, y mayoritario en este grupo, de migrantes, que siguen figurando en el padrón electoral territorial de Ecuador porque no se inscribieron, o no pudieron inscribirse, en consulados ecuatorianos en el exterior para poder así emitir su voto. Si el ausentismo del domingo fue aproximadamente del 17%, esto significa, según estimaciones, que, descontado el porcentaje de migrantes, de 100 votantes que efectivamente puede acudir a su mesa preasignada, porque su domicilio real sigue estando en suelo ecuatoriano, sólo 5 faltaron a la cita electoral.

Los resultados obligarán a cambiar las estrategias de campaña, pero, más hondamente, a reevaluar el diagnóstico sobre cómo se está procesando en el Ecuador actual la conflictividad social y dónde está ubicando cada votante o grupos o clases de votantes aquellos conflictos que consideran claves a la hora de decidir el voto. Y cómo evalúan el pasado más largo y la memoria más corta.

En el pretérito más reciente, dos hechos tuvieron enormes consecuencias en esta elección. Uno fue la rebelión popular de octubre de 2019 que reclamó la preservación de los subsidios para el combustible que el gobierno había derogado. Con la presidencia, Correa no le había transmitido a Moreno la bonanza, porque los precios de los hidrocarburos, y por lo tanto los ingresos nacionales por las exportaciones ecuatorianas, se desplomaron. Esta es la causa que movió, sin justificarlo, el desplazamiento a la derecha del sucesor de Correa. Esa rebelión, reprimida sangrientamente, logró sin embargo sus objetivos, y su mérito fue de la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador). La esperanza que puso en marcha influyó de manera determinante en que un líder indígena fuera uno de los grandes ganadores del domingo. La CONAIE se había distanciado de Yaku Pérez, de limitado protagonismo en octubre de 2019, pero apenas conocidos los resultados, salieron sus referentes a los medios para prestar  su apoyo. Y para  recordar que  en el triunfo había sido por completo indiferente, según el líder indígena  Leonidas Iza, la figura y el nombre del candidato presidencial.

El otro hecho es la pandemia: la gestión de la salud de Moreno fue tanto o más deficiente que la gestión económica. Especialmente en Guayas, la provincia del puerto de Guayaquil y del banquero Lasso, aliado estratégico de Moreno. Esto generó que sea Arauz quien se haya impuesto en la costa. Y que parte del electorado de Lasso migrara al joven empresario Hervas, cuyo partido ID es menos izquierdista de lo que su nombre exhibe, y es más bien de centro derecha.

Para la segunda vuelta, Pérez deberá buscar al electorado de Lasso, con el que lo une su histórica oposición a Correa. Y Arauz al de Hervas, con el que lo aúna el desencanto con la ortodoxia económica y el repudio de la gestión de Moreno. El reordenamiento no será sólo de los discursos, sino de los replanteos de prioridades. Con la elección del domingo, Ecuador ha declarado que es un país en construcción.

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