Empezamos ganando y terminamos llorando
Fue un año cruel. Comenzó con victoria, ilusión y polenta, termina con derrotas, frustración y dolor. Perdimos amigos, compañeros, parientes. Perdimos la lucha contra la muerte, perdimos la lucha contra el hambre y la pobreza, perdimos en la puja distributiva, perdimos contra el poder económico y los privilegios. Hasta perdimos al máximo héroe popular argentino.
¡Con lo bien que habíamos arrancado! En un solo movimiento cuya genialidad no niegan ni sus más acérrimos opositores, Cristina Kirchner alineó los astros y no hubo Trump que pudiera sostener a Macri. Luego, Alberto Fernandez abrió su presidencia con un lema que resume las aspiraciones de justicia social: “Empezar por los últimos para llegar a todos”.
Pero ahora suena la campana del primer tiempo y la realidad da ganas de llorar. La bronca es tanta que tenemos que encontrar a los culpables. Fue culpa mía, fue culpa tuya, fue culpa nuestra como decían los Cebollitas. Repasemos: el desgobierno macrista, los amagues de Alberto, la justicia mafiosa, el capitalismo global, los traficantes de divisas, los fugadores de capitales, el Fondo Monetario Internacional, los acaparadores de alimentos, nosotros que no hicimos lo suficiente y vos que te quejabas cerveza en mano de todo lo que hicieron mal los demás sin pensar ni un ratito si en este lío por ahí no tenés también tu cachito de responsabilidad .
Hubo cosas buenas y momentos de alegría; hay cosas para destacar, medidas para valorar y leyes para reivindicar, pero para la gente común este fue un año, por decir poco, perdido. Las cifras duelen y la calle duele más. Muertes, pobreza, indigencia, exclusión, desigualdad. Todo en alza. Toda esta tristeza… y la eterna levedad de la política que no siente como propio el dolor del pueblo pobre, que apenas lo racionaliza, que vive en esa irrealidad permanente, defensiva o complaciente, de la que ahora, mal que me pese, soy parte.
Me consuelo con la frase del Che cuando dice que no se vive festejando victorias sino superando derrotas e intento elaborar la frustración con alguna racionalidad política ¿Cómo se llama ese camión que nos pasó por encima? Pienso en seis causas que explican lo que nos pasó:
1. Una peste de proporciones bíblicas que regó de muerte el planeta entero para recordarnos que somos una raza caníbal y destructora;
2. Cuatro años de un psicópata con buenos modales que endeudó, saqueó y empobreció al país a un ritmo prodigioso;
3. Una sociedad intoxicada de ese odio que sembró el genio diabólico de Duran Barba, el periodismo de guerra, el lawfare y la dinámica tribalizante de las redes sociales;
4. El lento arranque de un gabinete loteado, desarticulado, demasiado porteño y bienpensante, con muchos predicadores, algunos pícaros y muy pocos realizadores;
5. La patológica ambición de los sectores del privilegio y de la opulencia que quieren subsidios para ellos pero exigen ajustes para el resto;
6. El drama permanente de una economía bimonetaria que termina siempre aumentando la concentración de unos pocos mientras degrada al conjunto.
También es cierto que todo podría haber sido mucho, muchísimo peor. Con todas sus limitaciones, un gobierno más humano conectó inmediatamente con la angustia del pueblo e intentó cuidar a la gente de la peste y del hambre. Recompuso un sistema de salud abandonado y frenó el colapso sanitario que habría aumentando la tragedia. También se debe destacar la labor ejemplar del multitudinario ejército silencioso que se batió heroicamente en las trincheras del hospital, el comedor y la barriada. Somos eso, somos mejores que el verdugo derrotado y sus terraplanistas motorizados. Pero esa vara es muy baja… ser mejores no nos hace buenos. Ser mejor es bueno, pero ser bueno es mejor. Los ciudadanos, los políticos, los dirigentes de todos los ámbitos de la vida pública, tenemos que ser mejores aspirando a ser buenos: responsables, laboriosos, solidarios, sensibles, valientes, generosos, hospitalarios, amables, honestos.
El Papa Francisco dijo que de esta crisis no salimos iguales: o salimos mejores o salimos peores. Cabe preguntarse, ¿cómo salimos los argentinos? El hombre, dice el proverbio, es animal de costumbres. Nos acostumbramos fácil a llevar mascarillas, saludarnos con el codo y hacer reuniones por zoom. También nos acostumbramos fácil a convivir con la desigualdad, la exclusión y nuestra propia degradación. Desacostumbrémonos. No nos entreguemos a tales normalidades. Que las lágrimas derramadas por tanta pérdida se transformen en el combustible que empuje cuesta arriba el carro de la patria hacia un 2021 mejor.
JG
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