Vanguardia tecnológica y retaguardia social

Este sábado fuimos a ver el cielo, ahí por el Parque Centenario, donde la Asociación de Amigos de la Astronomía –una organización comunitaria no estatal– desarrolla una actividad extraordinaria sobre la base del trabajo voluntario de aficionados apasionados por las galaxias, estrellas, planetas y asteroides… por el cosmos. Quiero agradecerles por lo que nos mostraron y por el cariño sorpresivo que recibí. Se los agradezco de corazón.
Quedé absolutamente impresionado por la pasión de personas, sobre todo jóvenes, que hacen y divulgan ciencia, que muestran la belleza del cielo, que sostienen una institución centenaria con su telescopio estrella, el Gautier de 1882, todavía magnífico y todavía operativo, que llegó a la Argentina para observar el evento astronómico extraordinario del tránsito de Venus del 6 de diciembre de 1882, que permitió determinar datos como la distancia de la tierra al sol;
Los miembros de la asociación que custodian la historia y divulgan la ciencia astronómica, –desarrollando cursos, talleres, eventos de observación– también promueven la innovación construyendo sus propios telescopios o buscando –y detectando– nuevos asteroides como parte de una red internacional de aficionados sin cuyo trabajo el mapa estelar tendría muchos menos objetos celestes de los que tiene actualmente.
La semana pasada también conocí, casi por casualidad, la Estación Astrofísica de Bosque Alegre que, con el apoyo del gobierno provincial, sostiene la Universidad Nacional de Córdoba –donde fui a presentar el libro Argentina Humana–. Después de un ascenso de media hora, llegué a la cima de una sierra donde se divisa una enorme cúpula y un paisaje mágico; allí no solo se forman futuros científicos sino que se promueve el turismo astronómico. Nahuel atendía desde la vieja usina; estudiante de veintipocos, recibía una beca para bancar su carrera a cambio de ese trabajo.
En Argentina existe un complejo astrofísico y aeroespacial que está a la vanguardia del mundo, principalmente gracias a técnicos, científicos y trabajadores altamente capacitados por la universidad nacionales y los centros públicos, privados y comunitarios de investigación. A esto se le llama “estructura científico tecnológica”.
También tenemos nuestra Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) que orienta el ecosistema a través de su Plan Nacional –es decir, el gobierno–; para la ejecución, la estructura científico tecnológica y el gobierno se unen a empresas privadas, públicas y mixtas: multinacionales como Astrium, Thales Alenia Space y Honeywell; nacionales como GNC Galileo, AESA, DTA, TENARIS, Metalmecánica Del Plata; mixtas como Veng e Invap o públicas como Fabricaciones Militares y ARSAT.
Así, la Argentina desarrolló estaciones de observación y procesos de conectividad digital, junto decenas de satélites y cohetes cuyos productos estelares son el ARSAT-1 (2014) –en órbita–, ARSAT-2 (2015) –en órbita–, ARSAT-SG1 –desarrollo paralizado por el gobierno antinacional– o el Proyecto Tronador que estaba a pasitos de convertirse en el primer lanzador completo que nos hubiera permitido la soberanía espacial suficiente para poner en órbita nuestros artefactos.
Esta sinergia virtuosa entre (1) el gobierno planificador, (2) el sector productivo y (3) la estructura científico-tecnológica –que incluye instituciones públicas como las universidades y el CONICET pero también organizaciones comunitarias como la Asociación de Amigos de la Astronomía y centros de investigación– fue planteada como la base de una estrategia de desarrollo nacional por el gran tecnólogo argentino Jorge Alberto Sábato. El concepto lleva hoy el nombre de “Triángulo de Sábato”. Sábato era parte de un un grupo más extenso y heterogéneo de pensadores (conocidos en su conjunto como PLACTED) que allá por los ‘70 propusieron formas de poner la ciencia y la tecnología al servicio de lo que hoy denominamos Desarrollo Humano Integral de la República Argentina.
Todavía estamos maravillados por lo que nuestros científicos, técnicos e investigadores lograron observando las profundidades del mar; también podemos asombrarnos de lo que lograron observando el espacio, por ejemplo los mega proyectos astronómicos como el Pierre Auger de Mendoza. Incluso podemos mirar el microcosmos de los átomos gracias al extraordinario desarrollo del sector nuclear argentino… todo con una larga lista de etcéteras.
Lamentablemente, hoy sufrimos las políticas de un gobierno antinacional, reaccionario, retardatario, retrógrado, atrasado y necio que quiere destruir el principal vector de desarrollo nacional: vanguardia tecnológica y retaguardia social. Son los verdaderos pobristas en el peor sentido de la palabra: quieren un país cada vez más pobres con ricos cada vez más ricos.
Así como debemos proteger el principio mismo de Justicia Social contra la prédica abierta de la injusticia como virtud, debemos preservar la idea de desarrollo nacional soberano frente a las políticas de saqueo como el RIGI con su triple flexibilización [laboral, fiscal, ambiental] que nos condenan a un maldesarrollo basado exclusivamente en el extractivismo de nuestro recursos naturales.
Son —si se quiere— estas dos puntas de nuestra visión política las que están en juego en la batalla cultural: por un lado, un sistema científico, tecnológico y de innovación que permita proyectar altos niveles de desarrollo económico y geoestratégico, basada en el valor agregado por la capacidad cognitiva de los trabajadores de mayor calificación; por otro, una retaguardia social que haga efectiva la agenda socioeconómica de Tierra, Techo y Trabajo, sumando salud y educación como condiciones para satisfacer necesidades básicas e igualar las oportunidades de progreso, retroalimentando así, de forma intergeneracional, el proceso de desarrollo integral.
JG
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