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Opinión
A 70 años de la Fusiladora

Desperonización y descristinización

Lonardi y Rojas encabezaron el golpe de 1955 que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón.
16 de septiembre de 2025 09:37 h

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Un día como hoy, hace exactamente 70 años, se produjo un golpe de Estado que derrocó a Perón. El golpe inició un proceso conocido como “desperonización”. El decreto 4161 de 1956 fue el símbolo institucional de esa política: prohibió la sola mención del nombre de Perón o de Evita, las imágenes, los himnos y cualquier manifestación pública de la identidad peronista, bajo amenaza de cárcel. La proscripción fue absoluta: buscó extirpar al peronismo del tejido cultural de la Nación.

Sin embargo, no se trató solo de la proscripción política y la persecución a dirigentes, sindicatos y militantes, sino también de un fenómeno social más complejo: muchos dirigentes peronistas dejaron de hablar de Perón. Desde luego, el miedo es un factor que juega siempre; también el oportunismo, la conveniencia, los posicionamientos personales o fraccionales. Sin embargo, también existieron cuestionamientos -no necesariamente acertados pero sí legítimos- que precedieron al golpe. Las diferencias con el líder podría resumirse en sus dos extremos: los que rechazaron la vía del “5x1” y los que rechazaron la consigna “entre la sangre y el tiempo, prefiero el tiempo”.

Tras el golpe, la propia masa -que había llenado la Plaza de Mayo días antes- sufrió un fuerte reflujo. Si bien no tardaron en aparecer núcleos de resistencia activa, buena parte del pueblo peronista quedó desorientado, disperso o atemorizado y tardaron años en recomponer la fuerza colectiva que mantuvo viva la identidad hasta el retorno de Perón. Los primeros focos de la Resistencia Peronista, como el levantamiento de Valle, fueron ahogados con fusilamientos clandestinos, disciplinando por un tiempo la resistencia.  

En ese contexto, el silencio, la autocensura, el miedo a portar una foto o cantar una marcha fueron parte de esa primera etapa. La desperonización no fue sólo una política represiva del Estado; también fue la consecuencia de la fragilidad de las certezas en tiempos de derrota. En ese ambiente surgió el neoperonismo. 

Hoy, setenta años después, asistimos a un intento de “descristinización”, que no se inicia con un golpe militar sino con un largo proceso de desgaste que derivó en un golpe mediático-judicial. En este caso, el instrumento es otro: no un decreto, sino una sentencia. El fallo que inhabilitó a Cristina Fernández de Kirchner a ocupar cargos públicos tuvo la misma lógica que aquel infame decreto: la voluntad de apartar a la figura central de la política argentina mediante un mecanismo institucional que busca legitimar la exclusión. 

Si en 1955 se prohibía pronunciar un nombre, en 2025 se impidió que otro nombre figure en la boleta. En su exilio domiciliario, Cristina sufre similares limitaciones que Perón en Puerta de Hierro. El contacto con el pueblo y su rol de conducción se encuentran intervenidos por coacciones ilegítimas del partido judicial que cumple el mismo papel que el partido militar.  

La operación es similar en sus objetivos: despojar al pueblo de la posibilidad de elegir a su dirigente, forzar un vaciamiento de representación popular mediante la proscripción y provocar una ruptura interna entre las distintas posturas en torno a cómo encarar la vida política. La historia nos permite anticipar lo que puede suceder si cometemos el mismo error. 

La inhabilitación de la mismísima presidenta del Partido Justicialista, la columna político-electoral del Movimiento Nacional, no cambia las reglas del juego… impone un juego nuevo, ilegítimo y tramposo. Este accionar se refleja también en las últimas maniobras de la Justicia, que le impedirán a Cristina votar en las próximas elecciones de octubre, a pesar de que, según la sentencia de la jueza federal subrogante de Río Gallegos, Mariel Borruto, la inhabilitación para ocupar cargos públicos, no anula su derecho de participar en los comicios. Aún así, la Cámara Nacional Electoral revocó el fallo por “incumplimientos de los procedimientos legales establecidos”. 

“Sin Cristina hay Peronismo”, Gerardo Milman. 

Con esa frase impresa en un escrito legislativo -nada más y nada menos que un proyecto de ley- donde se anticipaba el intento de asesinato contra Cristina, Gerardo Milman inauguró la versión contemporánea del neo-peronismo: un intento de pergeñar una farsa que contenga la forma pero no la esencia del Movimiento para finalmente destruirlo. 

El primer neo-peronismo fue una estrategia que, por un tiempo, tuvo considerable éxito dentro de la Argentina para contener a las fuerzas del Movimiento Nacional y Popular. Ex ministros, dirigentes sindicales, gobernadores, intendentes, militantes buscaron en esa posición mecanismos de supervivencia. Las motivaciones de cada cual son inescrutables. No eran todos “traidores”. Muchos buscaban lo mejor para el pueblo y la clase obrera en momentos de turbulencia. 

Tanto es así que la historia revela cómo fueron cambiando las posiciones con el devenir de los acontecimientos; algunos incluso, después de las dudas iniciales, fueron vanguardia de la resistencia. Otros que adoptaron la línea dura en un comienzo, se sumaron a las filas del sello legalista Unión Popular. Me viene a la cabeza la metáfora que me enseñó un hombre de mar, Juan Carlos Smith, Secretario General del Sindicato de Dragado y Balizamiento: en tiempos de turbulencia, los tripulantes pasan incesantemente de un lado a otro del buque. 

Volvamos a Gerardo Milman. El conspicuo represor macrista marcó el programa descristinizante del poder real. La tentativa de asesinato inducido con una campaña sistemática de instigación a la violencia física contra Cristina fue un primer paso. Fracasada esa variable, llegaron las nuevas instrucciones del poder real desde el Diario Clarín, su pasquín oficial: “la bala que no salió y el fallo que sí saldrá”. Finalmente, la escribanía de ese mismo poder -sita en el Palacio de Tribunales- rubricó con tres firmas y en tiempo récord la proscripción. Que siga el peronismo, pero sin Cristina. 

El peronismo sin Perón -la desperonización- es análogo al peronismo sin Cristina -la descristinización—. Noto que no se dimensiona adecuadamente la gravedad política de la proscripción de Cristina. No se trata de la postura de tal o cual dirigente; lo noto en muchos actores influyentes dentro del movimiento -dirigentes, comunicadores, intelectuales- como una tendencia desviada frente a un golpe del enemigo que ninguno de nosotros creó. No lo señalo desde una posición de certezas absolutas ni de superioridad moral, mucho menos en clave internista; simplemente quiero remarcar que esto está sucediendo y debemos registrarlo. 

Pero la frase de Milman tiene una segunda parte que expresa el núcleo de la estrategia: “Sin peronismo, sigue habiendo Argentina”. Aquí está el quid de la cuestión. Correr a Cristina es el primer paso para destruir el peronismo. Es posible que, de triunfar esa estrategia, seguirá habiendo Argentina… pero será una Argentina antidemocrática, injusta, dependiente y colonizada. La Argentina que quiere Javier Milei. 

El funcionamiento del movimiento cuando su líder está proscripto es siempre complejo. No es lineal, no se resuelve en blanco y negro, ni se trata de buscar culpables, cazar traidores o ensalzar leales. Es un proceso de búsqueda de síntesis, donde conviven el desconcierto, la adaptación y la resistencia. Entre la traición explícita y la verticalidad absoluta hay una enorme gama de posiciones, errores, aciertos, debates, discusiones; todo derivado del caos creado por el poder. Nuestro desafío es transitarlas dignamente. 

Esa dignidad que requiere la acción política en un régimen ilegítimo tiene dos dimensiones inexorables: combatir la descristinización y evitar la parálisis. 

La lectura de este artículo en clave internista sería la negación de una de las dos tareas, así como la cancelación de un aporte al rediseño de una estrategia prospectiva, nacional y popular.  

Un futuro con Cristina libre y presente. Un futuro con trasvasamiento generacional y social diseñado junto a Cristina como intentó el propio Perón. Un futuro con peronismo, actualizado en su doctrina, remozado con nuevas representaciones. Un futuro con Argentina Justa, Libre y Soberana. 

Podemos lograrlo. 

MC

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