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Perdón que interrumpa Opinión
Épica contra la Justicia y ajuste silencioso: las dos líneas paralelas del Frente de Todos

Perdón que interrumpa

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 La agenda judicial es como el esqueleto de la polarización. Si no puedes con tu enemigo… mándalo en cana. La justicia es el terreno terminante de la rivalidad. No alcanzan las urnas, porque los votos van y vienen. Y si para unos la justicia es la sangre prometida de las clases dominantes; para otros es la última trinchera de una República perdida. Sobre este empate de años Netflix produjo la serie del “caso Nisman” que dejaba las cosas exactamente iguales. “Entretenidísima”, con Stiuso como artista exclusivo, y sin tanta conclusión sobre si fue suicidio o crimen. ¿Cómo contar el caso que rompió todo sin romper nada? Queremos la justicia pero no queremos la verdad. Judicializar todo para que nada cambie.

Retorno de esa agenda, entonces, con su fuerza televisiva, con abogados, panelistas, servicios, trolls que repiten nombres que hasta hace diez minutos la mayoría desconocía (Bruglia, Ramos Padilla, Pepín Simón, Luciani) y que se vuelven de golpe imprescindibles para entender el presente. Un secreto de la coca-cola. La Argentina en un expediente. Esta mecánica circular es el motor de nuestra política sobre un contexto que cambia: vivimos ahora una crisis mayor y en pendiente, una crisis extraña, llena de versiones contrastes e imágenes, con un Estado sin dólares, con informales que usan Mercado Pago, con restoranes llenos en cenas que no se sabe si son “la última cena”, con 6 de cada 10 chicos pobres, con una inflación que prendemos velas para que no llegue a tres dígitos.

Cristina chorra, Macri vos sos la dictadura. En los enunciados está el carozo de la polarización. No solo los valores que defiende cada parte de la sociedad (cuánto Estado, cuánto mercado, etc.), sino el sostenimiento incondicional del prejuicio sobre el otro. Pero la judicialización de la agenda –cada vez más enroscada– en un país que judicializa todo, donde a las causas les crecen causas (la causa de la causa, como la AMIA, que empieza con el atentado y termina con el encubrimiento), tampoco está exenta de ser ninguneada por quienes señalan su lejanía con los problemas concretos de la gente de a pie en la crisis. Una “tercera posición” que plantea que la agenda judicial es la autonomía de la política porque “en la cola del Chino nadie habla de eso”. Una tercera posición de quienes marcan que esa agenda está disociada de la sociedad. Una voz que completa el coro.

Y para colmo se trata de la “obra pública”, eso que Jorge Asís llamó “inmoralidad originaria”, es decir, la recaudación y financiación de la política, frente a la que Cristina se defendió de última también con un último sentido corporativo: estamos todos manchados. Y como dice Martín Kohan acá: “Es como si dijéramos que hay que elegir entre lawfare o maniobras turbias con la adjudicación de la obra pública. ¿Y si hubo corrupción en la adjudicación de obra pública y también hubo lawfare?”. Myriam Bregman, Miguel Pichetto, Facundo Manes o Gerardo Morales por distintos motivos pararon la pelota. Una trotskista, un peronista no kirchnerista, un outsider y un radical.

Analicemos en base a tres preguntas el nuevo capítulo de esta serie infinita y el alegato contra Cristina que llevó las cosas más lejos.

¿Qué organiza esto en la oposición?

Su problema. La oposición empuja dos lógicas simultáneas y a veces contradictorias. 1) Ganarle políticamente a Cristina para volverla a ella y a su movimiento irrelevantes a través de las urnas; 2) “meterla presa”, extirparla a ella y a su movimiento del “cuerpo social” a través de los juzgados y causas muchas veces tan espectaculares como flojas de papeles. Pero las dos cosas no funcionan a la vez. El círculo vicioso de la oposición es su propia trampa: la promesa de sacar de la cancha al otro alimenta la fidelidad de los propios pero no alcanza para lo primero, para ganar en las urnas, donde hay que buscar argumentos económicos y racionales con los que pescar votos menos fieles y ofrecer, ¡a la vez!, una política capaz de llevar adelante una agenda económica sólida. Pero cuando quieren extirpar el kirchnerismo y no se conforman con ganarles (cosa que hicieron muchas veces, siendo que ni el kirchnerismo ni CFK tienen un invicto electoral), cuando quieren “matar” a Cristina… la reviven. Y todo pareciera funcionar en esa paradoja. Si la proscriben, la hacen candidata. Si le ponen una valla, le organizan la marcha. Si la judicializan, le resuelven la política. Un juego de espejos infinito. Y porque parece una pulsión tanática: no querer las reglas del juego en las que ganarle, sino inventar unas reglas del juego en las que extirparla.  

Las elecciones de 2023 tienen en agenda temas que ponen al kirchnerismo contra las cuerdas (de ahí también sus mutaciones discursivas sobre los planes, la economía bimonetaria o la reunión con Melconian). Muchos hablan de algo “difícil de tragar” dentro y fuera del peronismo: hay consenso para un ajuste. Dos grandes temas de discusión son tarifas y planes sociales, y se asocian a herencias de la “década ganada”. Quizás también eso explica el desahogo de la militancia de estos días, no sólo en contra del alegato contra la vice, sino también como exorcismo de estos años duros con Pandemia, crisis, internas, derrota electoral, con la entrega del timón económico a Massa, sin soluciones a la vista, un relato que es pasado porque estos años no serán relatados. Es un reverdecer no sólo hacia la protección de una líder, sino también bajo el signo de otra paradoja: dar cauce a la mística con un gobierno y un presidente que no la alimentó. En quienes participaron de las movilizaciones el fin de semana también hay un desahogo por la época, por el ajuste, por una realidad que no encarna sólo el macrismo.

Muchos de los derechos a “defender” van siendo perforados por la misma economía, por abajo. Un tuit de Coronel Gonorrea provoca: “El debate sobre los derechos laborales ya se dio en silencio hace años y se resolvió del modo más previsible: reforma laboral por mano propia”. La judicialización replica un síntoma de impotencia de una política que puede transformar cada vez menos la realidad. ¡No achicar el Estado! Pero se achicó la política. 

La oposición y su tendencia a “representar demasiado” a sus bases intensas incuban el plus de no conformarse con derrotar al kirchnerismo (cosa que electoralmente hicieron muchas veces), sino en dejarse llevar por esa oferta de sangre prometida, como se vio en Larreta y la provocación absurda de las vallas. A Larreta lo “desnudan” diciéndole que es como Macri en una suerte de crítica nostálgica a unos tiempos en que Larreta no quería ser como él. Ahora el intendente espera la nominación de Macri. Si le dicen Larreta sos Macri, él gritará que sí. Pero la extirpación del kirchnerismo que ambicionan naufraga en que es la extirpación de una parte de la sociedad. La Argentina es más de un pueblo y hay un pueblo que reconoce en ella por lo pronto la expectativa de un piso defensivo: si hay una reforma laboral será con resortes, si hay crisis económica cuidará el consumo interno, etc. La democracia es respeto al adversario y a la parte de la sociedad que ancla ahí su estructura de sentimientos.   

Desde 2002, desde esa “segunda transición democrática” tras la crisis, el kirchnerismo gobernó quince años a este país (aunque el pedido de condena diga 12 y se borren los 3 del Frente de Todos). De modo que no es una excepción (como suelen tratarlo) del sistema político. A esta altura podemos exagerar y decir que es el sistema político. Y que las comunicaciones de López que fueron reveladas muestran las raíces ocultas en las que todos son parte de un sistema. ¿Conclusión? Un país en el que la política de los polos “representa demasiado” a sus bases intensas camina sobre el sendero finito de una crisis para la que nadie propone acuerdos o soluciones. Bloqueados, judicializados, representados y sin mucha esperanza. Nadie hace o dice lo que no esperan que haga, todos tribuneros. Al final, ¿las redes sociales producen políticos que no saltan sin red?

¿Cómo hacer Historia?

La diferencia entre el viejo partido militar y la metáfora de este “partido judicial” es grande pero que no escape un detalle: un problema histórico (y nada menor) del anti peronismo era que no le podía ganar en las urnas al peronismo. El invicto histórico. Pero el peronismo entró a la democracia justamente perdiendo las elecciones. La condición innata de “mitad más uno” fue desafiada desde 1983. Y ahí fueron sus transformaciones. De partido de la justicia social a partido del orden. De igualdad a gobernabilidad. De partido de los trabajadores a partido de los pobres. Un peronismo pendular para la democracia argentina.

A pesar de la “relación tóxica” entre Justicia y kirchnerismo y de esta misma causa-piedra del escándalo, si miramos la política de los últimos largos años diríamos que más que proscripción con Cristina hubo un problema de dependencia y obsesión. De hecho, este rasgo se acentuó durante el gobierno macrista, porque fue su juego colocar a Cristina en el centro. Era la apuesta de Durán Barba y Marcos Peña, mentores de la larga estrategia electoral. Una extraña proscripción del siglo XXI: estaba prohibido no nombrarla. Como un decreto 4161 invertido. Querían producir con su figura sobre-expuesta un triunfo por saturación. Manipularla, más que prohibirla. Que todo girara alrededor de ella porque la centralidad de Cristina en su juego de amores y odios intensos permitía tapar la economía y argumentar el ajuste. En espejo, podemos decir que lo mismo hizo Cristina con Macri hasta que “logró” que le ganara. Y de hecho en 2021 los macristas detectaron el mecanismo, en espejo, viralizando el “ah, pero Macri” como reflejo discursivo oficialista. ¿Y cómo los había vencido CFK en 2019? Corriéndose ella unos centímetros con una fórmula, en ese entonces, “mestiza”.

También vimos que estos días funcionaron en paralelo las referencias al Juicio a las Juntas para encarcelarla y al 17 de octubre para liberarla. Invocaciones al espíritu de la historia. El Juicio a las Juntas es una escena tan histórica como irrepetible sobre delitos imprescriptibles. Sentaron en el banquillo a los comandantes y la democracia empezó cuando un simple empleado de justicia dijo “señores de pie” y la Junta Militar se puso de pie. Pero la física del Estado daba en ese mal llamado “Nüremberg argentino” un resultado original: el ejército vencedor se juzgaba a sí mismo, porque el orden civil asentaba el poder sobre esos hombres armados que debían subordinarse. Si en los años ochenta el militar leal era el chiste del general Aláis, un 3 de diciembre de 1990 detrás de un árbol el general Martín Balza disparaba con un Fal a los amotinados. Su medalla de héroe de Malvinas se completaba con la de la democracia. Pero volvamos. Casi medio siglo antes, el 17 de octubre fue el puntapié de un movimiento instituyente y democratizador: los trabajadores ingresan al sistema político, el peón de campo logra su estatuto, cualquier hombre o mujer no le baja la mirada al patrón, el pueblo vuelve a las urnas y años después las mujeres votan por primera vez. Contra las ansiedades una mecánica sencilla: primero el acontecimiento, después el mito. No sabemos la fecha de lo que hacemos. La historia, en ciertas cosas, vive de carambolas. Las dos menciones (el Juicio a las Juntas, el 17 de octubre) podríamos decir que aluden a momentos que fijan reglas constitutivas, las del Estado de derecho y las de la justicia social. Pero estos no son momentos constitutivos, más bien al revés: como si quisieran construir en los hechos un grado cero pero esos hechos sobre los que quieren construir sólo pudieran hablar del malestar con el presente.

¿Qué organiza esto en el oficialismo?

Cada vez que judicializan a Cristina previsiblemente le otorgan centralidad, vuelve a su hilo narrativo, reencuentra la épica. Y de paso reducen la interna latente del Frente de Todos. Pero hay algo más de fondo. Mientras todo esto ocurre, aparece el nombramiento del viceministro Rubinstein como la pieza macroeconómica que faltaba y se consuma a la luz del Boletín Oficial la serie de ajustes que Massa avisó en público. Llegó el señor tijeras. En el primer toqueteo al presupuesto hay recortes en Salud, Educación, el Procrear y en los fondos que se pueden girar a las provincias.  

El resultado de esta semana muestra algo que hasta ahora no se terminaba de ver: cómo procesa el kirchnerismo hacer el ajuste que el gobierno necesita sin perder su proyecto biográfico. Sin manchar sus “páginas”. Con dos líneas paralelas. Cristina retoma su épica contra la justicia y el gobierno hace el ajuste detrás. “Todo da vueltas, casi ni se toca”, decía la canción “Giros”. Una sensación circular y paralela. Como si esas líneas pudieran no tocarse. Entonces, esta semana se articuló la política económica y el kirchnerismo bajo la forma de una “perfecta disociación”. Por un lado “enfrentan el poder real” mientras se impone una racionalidad económica que no está en su repertorio. Dos cosas al mismo tiempo que hasta ahora se contradecían quizás porque lo que la Argentina necesita no está en el ADN de esta política engrietada. Una semana sostenida en dos líneas paralelas: épica y ajuste. Dos palabras que finalmente organizaron al oficialismo esta semana aunque nos deje con puntos suspensivos.

Las preguntas entonces, recaerán sobre el hombre que esta semana estuvo en las sombras. ¿Massa pierde poder? ¿Cómo concilia el fundido del peronismo en la épica de Cristina mientras él hace “la tarea”? ¿Qué pasará el día que empiecen a pasar las boletas de servicios por debajo de la puerta? La centralidad de Cristina le permitió tapar al gobierno la realidad de su economía. También diremos que eso es una foto y una moneda en el aire, y que el ímpetu de militancia kirchnerista puede ir por más (contra él). Y que a dos cuadras de los cuatro microclimas argentinos los precios siguen subiendo, los pobres siguen llegando y los restoranes siguen llenos. Sonido de época: el Califato de la crisis. Política y sociedad, a ver quién grita más fuerte. De fondo se oye la camioneta destartalada que amplifica por el parlante: “compro, compro, compro televisores, heladeras, lavarropas…”

MR

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