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opinión

Imbancables

elchara

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Para Lacan la pregunta “¿qué es el psicoanálisis?” es una pregunta un poco ploma, pesada, una pregunta equivalente a cargar con un muerto, una especie de trabajo de esos que nadie quiere hacer. Por eso se da el lujo de contestar con la siguiente tautología: “es el tratamiento dispensado por un psicoanalista”. Unos años después dice: “todo el mundo cree saber lo que es el psicoanálisis, salvo los psicoanalistas, y eso es lo molesto. Ellos son los únicos que no lo saben (...) si creyeran saberlo de inmediato, sería grave”. ¿De qué se trata un psicoanálisis? ¿Cuál es el lugar del analista? ¿Cuál es su función? ¿De qué se tratan la neutralidad y la abstinencia? No me conforman las respuestas que ya sabemos y que hemos aprendido y repetido hasta el cansancio. No porque no sean precisas, sino porque no funcionan así en la práctica cotidiana del psicoanálisis, porque no son respuestas aplicables, porque las cosas no son siempre iguales. Por eso me interesa sostener esas preguntas. Son las preguntas que me permiten, sobre todo en conversación con otros, no adormecerme en lo ya-sabido.

La práctica del psicoanálisis, de aquél que más me interesa, es una práctica sin red, sin la red del saber previo, sin la red de la técnica. Si la práctica del psicoanálisis es difícil -y lo es y mucho- es, entre otras cosas, porque no se trata de un saber aplicable. Porque si hay algo que viene a jaquear cualquier saber que se tenga sobre la práctica, eso es la transferencia. La transferencia desbarata todo aquello que creemos que sabemos. Por eso el ejercicio de reflexionar acerca de lo que pasa en un análisis es siempre a posteriori. Dije “red” y pensé que, más que red, un analista es a veces un elefante balanceándose en una tela de araña. Pero quizás, para no llamar a otros elefantes, para no seguir sosteniéndose en la telaraña “de casualidad”, es que creo que hay ciertos saberes que se han extraído del análisis por el que atravesó aquel que ahora se llama a sí mismo analista. Es un saber muy singular: un saber sobre el hecho de que no hay saber sobre la práctica, de que no hay un Otro que nos pueda garantizar el ejercicio analítico. Lacan, insistiendo en su pregunta acerca de cómo se deviene analista, preocupado una vez más por la formación del analista, vuelve otra vez sobre lo que implica la atención flotante, para vociferar “¡cuídense de comprender!” -no ahorrándose decir que es una “categoría nauseabunda”- y recordar que no se necesita una oreja de más sino, por el contrario, “que una de las orejas se ensordezca, en la misma medida en que la otra debe ser aguda”. Está hablando del sentido, pero también se puede pensar en la dimensión comprensiva -en el “te entiendo”-. Quizás ahí haya una clave de lectura para pensar la famosa indicación de no responder a la demanda -que es siempre demanda de amor, que es siempre demanda de incondicionalidad-.

En estos tiempos se usa mucho el binomio bancar-no bancar a alguien o algo -desde un político hasta un jugador de fútbol, desde el despecho de Shakira, pasando por el calor, hasta el fresco y batata: se banca o no se banca como sinónimo de acuerdo o desacuerdo, apoyo o rechazo-. Antes también se usaba como aguantar o soportar a alguien -“no me banco a X”-; no aguantar que ese alguien haga algo -“no me banco cuando X llega tarde”-; esperar a alguien -“bancame que ya llego”-; acompañar a alguien a hacer algo no muy deseable -“¿me bancás en la cena familiar?”-; etc. Se trata, en muchos casos, de soportar, con lo que de dimensión algo sacrificial tiene el asunto. Y entonces pensé en la transferencia y en el lugar del analista de esta forma: ¿Se trata de bancar al paciente, de bancarle todas, de bancarle todo? ¿Qué sería bancar a un paciente? Y pienso en la diferencia entre la psicoterapia, la psicología y el psicoanálisis y quizás también radique ahí: no se trata de bancar cualquier cosa, ni de cualquier manera, porque no se trata de ejercer el poder de ser un bancador, una banca, un banquito, un banquillo.

Un analista no es un Dios, ni un superhéroe -aunque algunos quieran ponerse en ese lugar, aunque muchos vendan esa imagen-. Una cosa es estar dispuestos a atajar los efectos de la transferencia -incluso la transferencia negativa- y otra muy distinta es tener que bancarlo todo. Pienso entonces en esos terapeutas (o en las personas en general) que se ubican como madres o cuidadores o tutores de los pacientes -y de los otros- siempre. Y pienso en que no hay mayor ejercicio de poder que el de mostrarse dispuestos a bancarlo todo, a ser una especie de frontón donde se pueden tirar todas las pelotas que se pretenda, a poder con todo. Un analista también participa de lo imposible, no puede todo, no tiene todo. No es que no quiere, es que no puede, es que no tiene. Si la neurosis insiste en sostener a un Otro que todo lo puede, que todo lo tiene -y que si no da es porque no quiere y no porque no tiene-, está claro que si un analista todo lo puede y todo lo banca, estaría neurotizando la transferencia a la vez que eternizándola. En ese sentido, me gusta cuando Colette Soler habla de las “tentaciones del psicoanalista”, diciendo: “el riesgo de ser seducidos por la transferencia: seducidos, más precisamente, por la demanda del neurótico que se despliega en la transferencia (...) hace creer en la consistencia del Otro, y esa credulidad corre pareja con la idealización del partenaire”.

Un analista no “banca” todo: también puede enojarse, también puede decir basta, también puede poner condiciones más explícitamente. Y no se trata, en esos casos, de cuestiones personales, se trata de cuestiones transferenciales. Un analista no banca todo, no porque no deba, no porque no quiera, sino porque no puede. También está atravesado por la imposibilidad, también está atravesado por los límites del cuerpo, del tiempo, del dinero. Si la demanda de alguien es ser bancado en todo, la respuesta de un analista, la de no bancar todo, no es aleccionadora, no se trata de eso. Se trata de poner en acto la imposibilidad, pero ni siquiera como estrategia. Se tratará, en todo caso, de formular, en un análisis, la pregunta de por qué alguien pide ser bancado. Lo otro de eso es creerse una excepción, es tentarse en el espejismo transferencial, es dejarse sugestionar por el poder que otorga la transferencia. Quizás en esas demandas se juegue la idea de que el analista está para hacer el bien, para bancar, para ser un banco -también-. Como si los analistas fuéramos seres sobrehumanos a los que nada nos perturba, nada nos importuna, nada nos afecta, como si no participáramos de lo mundano -por otro lado, la intención del bien logra sólo cortocircuitar un análisis-.

Un analista no es un ser incondicional. Porque no existen los seres incondicionales, solo la demanda construye y pide un otro incondicional. A veces creo que la demanda de ser bancado en todo implica una demanda de ser reconocido como un ser impedido. Alguna vez Lacan dijo: “Proponer ayudar a las personas significa el éxito asegurado y la clientela detrás de la puerta. El psicoanálisis es otra cosa”. Eso no significa que el psicoanálisis no ayude, sino que no se ofrece como eso. Y en épocas de influencers y tiktokers que todo lo saben y todo lo enseñan, que se aprovechan de la desesperación de los que sufren ofreciéndoles ayuda, el psicoanálisis me sigue pareciendo especialmente honesto.

Colette Soler dice que un analista “es un objeto muy inquietante porque es un sujeto transformado en el sentido de cierta liberación, ¿de qué? No de trabas al goce, ni de castración, ni tampoco de falta en ser. No está liberado de todo eso (...). Pero sí está liberado de las presiones del Otro, al menos en parte, alejado de esas presiones. Esto no lo resuelve todo, pero lo libera de identificaciones que lo gobernaban y desde las cuales se lo podía gobernar”. No ser gobernado por el ideal de persona que ayuda y que las banca todas -o por cualquier ideal de analista-, es, sin dudas, mucho mejor para un análisis.

Pienso ahora en las personas -no hablo del análisis- que demandan ser bancadas en todo, de cualquier manera, poniendo sus dificultades siempre en primer término, casi como un modo de presentación de sí mismas. Y pienso que eso no deja de ser un modo de manipulación en el que se transfiere todo al otro. Un otro que, si no accede a bancarlo todo, es porque no está a la altura de esas expectativas. Son las personas que suelen decir “me desilusionaste”. Son las personas que terminan siendo las más imbancables.



AK

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