QUÉ ESCUCHAR

Ivan Lins, el cartomante

0

No fue la primera vez. Esa cantante de poco más de metro y medio de estatura, que giraba sus brazos mientras cantaba –por algo la llamaban “eliscóptero”– descubría nuevos compositores y ellos, sabiéndolo, empezaron a crear para ella. Elis Regina elegía como ninguna, lo que interpretaba lo convertía en éxito ­y lo mismo sucedió con una canción llamada “Madalena” y con un joven nacido en Río de Janeiro, educado en Boston y capaz de moverse con la misma naturalidad en el samba y sus herencias y en el jazz. Se llamaba –se llama– Ivan Lins, fue interpretado por Sarah Vaughan, Ella Fitzgerald y Quincy Jones entre muchos otros, fue imitado hasta el hartazgo y Miles Davis proyectó alguna vez hacer un álbum doble con sus canciones. Ayer, a los 78 años, acaba de sacar un nuevo disco.

Con el título My Heart Speaks, algunas de las letras traducidas al inglés por la cantante Jane Monheit (que participa como invitada en la canción “Rio” –originariamente “Rio de maio”–) y suntuosos arreglos de Kuno Schmid para la Orquesta Sinfónica de Tbilisi, Georgia, el álbum muestra al mejor Lins. Un autor que define a la revista inglesa Jazzwise su concepción de las canciones como “música que funciona con las palabras” y, por supuesto, hace mucho más que eso.

A un poco más de medio siglo de aquella “Madalena” con la que Elis cerraba su disco Ela, publicado en 1971 y que él había incluido en Agora, su primer álbum, de un año antes, Lins se considera un “compositor político” y explica que la mayoría de sus obras en conjunto con el letrista Vitor Martins, compuestas durante la dictadura que había comenzado en 1964, “eran metafóricas, estaban casi siempre en clave”. “Madalena” no. Era una canción de amor: “Mi pecho se dio cuenta, que el mar era una gota comparado con mi llanto”, decía.

“Escuchar una canción mía cantada por Elis Regina me transformó, me abrió un camino. Una vez que uno sabe que algo puede ser cantado y que puede sonar como sonaba algo cuando lo cantaba ella, es inevitable que uno empiece a pensar teniendo en cuenta esa posibilidad”, recordaba en 2005, en ocasión de una de sus visitas para actuar en Buenos Aires. “Mi generación llegó cuando ya había un terreno ganado; cuando ya había una música brasileña poderosísima y bella”, me contaba en una entrevista realizada para el periódico Página/12. “Y eso provoca una vocación inequívoca por el arte, por la música, por la creatividad. Las ganas de hacer lo que uno hace nacen, en gran medida, de las ganas colectivas. Hubo un momento que creo que fue irrepetible, en que había una gran libertad, un gran deseo por hacer cosas nuevas y, al mismo tiempo, un gran respeto por nuestros maestros, que estaban allí nomás. Crecer con la tutela de Joâo Gilberto y de Tom Jobim no es poca cosa. Además, en muy poco tiempo sucedió de todo: la bossa nova, el tropicalismo, la MPB (música popular brasileña), una manera de hacer canciones que registraba la influencia de los Beatles y, después, del jazz, pero que seguía sonando brasileña.”

La primera actuación de Lins en Buenos Aires fue en 1984, en el Luna Park, y tuvo como partenaires a León Gieco, Pedro Aznar, con quien interpretó a dúo “Setembro” y Luis Alberto Spinetta, de quien cantó “Maribel se durmió”.

En su nuevo disco hay otras dos cantantes invitadas, la consagrada Diane Reeves y la joven Twanda, reciente ganadora de la Competencia Internacional de Canto “Sarah Vaughan”. Y también aparece en un tema, “Missing Miles” –que no tiene letra– el notable trompetista Randy Brecker. “Parte de la magia de la canción popular es que, una vez que salen de la cabeza de alguien, son un poco de todos”, afrimaba Lins en aquella entrevista. “Hay algo, una esencia, que persiste en todas las versiones, por más sorprendentes que sean. Eso, en todo caso, es lo que pertenece al autor. Pero tampoco es que le pertenezca en el sentido de propiedad. Es algo que él ha lanzado para que estimule, para que provoque cosas en el intérprete, para que lo lleve a hacer su propia música. Las canciones viajan, de unas personas a otras.”

Las canciones, en efecto, viajan. La que da título al nuevo álbum ya había aparecido, al igual que “Congada Blues”, en un disco del trompetista y compositor Terence Blanchard ­–el autor de la ópera Fire Shut Up in My Bones, estrenada en la Metropolitan Opera House de Nueva York en 2021– totalmente dedicado a la obra de Ivan Lins.

 Otras dos canciones vienen de la época de la dictadura, “Nâo há porque” y “Corpos”, un valsecito aparentemente ligero cuya letra habla de los desaparecidos (“Intenté saber, intenté en mí, intenté en vos, intenté en todos, en el barro, en el lodo, en la fiebre y el fuego, existen más cuerpos, o muertos o vivos, entre vos y yo…” Lo que une al disco, además de la voz creativa de Lins, en la impecable producción de George Klabin, fundador del sello Resonance, que publicó el disco y que, hasta ahora, se había dedicado a la curación y restauración de material histórico. Lins decía que si su música sucede en un clube de jazz y ante un público de jazz, es música de jazz pero que si sucede en otra parte deja de serlo. Estas palabras del corazón son una prueba palpable –una más– de la valoración que el mundo del jazz hace de él. “Uno no es muy consciente de los cambios”, reflexionaba Lins en Buenos Aires. “Hay rumbos que se buscan y otros que no; que aparecen, simplemente. Y a veces uno no los ve mientras eso sucede sino mucho después. Creo que cada vez tengo más músicas en mi cabeza y que eso, inevitablemente, se nota en mis canciones.” Y es cierto.

DF