ESCALA HUMANA Opinión

Las manos más rápidas que la vista

0

No importa cuándo leas esto: hoy en Buenos Aires están demoliendo. Podría ser una casa de alto valor patrimonial, como la de molduras que aguarda estoica su venta en San Luis al 3100, donde pueden construirse 11 pisos. O podría ser un local singular que roba miradas, como la lencería art déco Casa del Campo en la avenida Santa Fe, que pese a sus apenas ocho metros de frente dará lugar a 13 pisos más retiros. Como si su final no fuera suficiente, en estos meses previos a la obra debe alojar la instalación artística “Entre pozos y amenities”, montada por la desarrolladora. La intervención, que incluye luces de neón de colores y una nave hecha con dos piletas, es “un recorrido en los intersticios entre la estética de una fiesta de demolición y un salón de ventas”, según explica en su web la propia empresa.

Así como existió la Buenos Aires virreinal o la Buenos Aires moderna, nace una nueva Buenos Aires de la que se ignora el destino. Un fenómeno de reconstrucción acelerado al que se le ve el comienzo pero no el fin, entendido este como conclusión pero también como meta. Aunque los vecinos resistan y los periodistas lo cubramos, el cambio avanza más rápido. No llegamos a verlo del todo. La transformación no para. Por el contrario, hay quienes la celebran.

Cuando queramos darnos cuenta, esa esquina enana, ese bar, ese negocio de barrio desaparecieron. La ciudad que se va se pierde en los huecos que no llegan a cubrir los fotógrafos callejeros, los álbumes familiares o las ilustraciones de Natalia Anush Kerbabian de @ilustroparanoolvidar. De repente Google Street View es documento histórico de un pasado cercano pero ya muy distinto.

El organizador es la mano invisible del mercado, las oportunidades de negocio que aparezcan, la normativa que se rige por la altura, ya que la superficie de los terrenos dejó de ser criterio del tamaño de lo que se construye. Así es como una casa de laja y venecitas en Barrio Naón da paso a un edificio de 14 pisos, aunque una mole así tenga poco que ver con un sub-barrio uniforme de pasajes, casas de tejas y manzanas tallarín. En ese lote de apenas nueve metros de frente, el Código Urbanístico porteño (CUr) autoriza a levantar hasta 38 metros de alto. 

El próximo miércoles ese Código cumple cinco años, pero ya envejeció y rápido. Más de 20 organizaciones vecinales exigen que se lo reforme integralmente, incluidos los usos permitidos del suelo, por los cuales algunas zonas residenciales terminaron saturándose de comercios o restaurantes. Siete barrios presentaron además proyectos de modificación para que se limiten las alturas, una de las cuestiones más urgentes, por irreversibles.

Fueron justamente las elevadas alturas el punto que el propio jefe de Gobierno electo Jorge Macri criticó en campaña cuando abogaba por un “equilibrio entre desarrollo y perfil barrial”. En ese momento prometió “repensar” el CUr: propuso limitar la construcción de desarrollos inmobiliarios a las avenidas, pese a que fue su propio partido el que propuso ese Código y el que vendió tierra pública para levantar edificios, como ilustran los proyectos en Costa Salguero y estación Colegiales, entre otros.

A diez días de que asuma, ya se sabe que ese “repensamiento” se postergó al menos hasta marzo. El nuevo texto del Ejecutivo aún no está terminado y no llegará a tratarse en la Legislatura este año. Serán así otros 90 días en los que podrá seguir demoliéndose y construyéndose en altura en todos los barrios de la Ciudad del modo en que se viene haciendo desde marzo de 2019, cuando se reglamentó la normativa.

Antes de su aprobación en 2018, el Gobierno porteño había usado de forma muy particular el paradigma de ciudad compacta y densificada, diseñada para tener cerca el trabajo, el comercio y la escuela. “Necesitamos una ciudad más sustentable y que la gente pueda trabajar donde vive”, había dicho el entonces ministro de Desarrollo Urbano y Transporte porteño, Franco Moccia. Ocho años antes, su antecesor Daniel Chaín había escrito: “La Ciudad actual cuenta con 200 millones de metros cuadrados construidos y, según la normativa vigente, en su territorio se podrían construir unos 300 millones más” (Modelo territorial Buenos Aires 2010-2060).

Ese paradigma entra en crisis cuando es cada vez más difícil acceder a una vivienda tanto para comprar como para alquilar. En barrios donde la construcción florece, el metro cuadrado a estrenar promedia los 2.500 dólares (Villa Devoto, Coghlan, Chacarita, Parque Chas), o bien supera ese monto ampliamente (Colegiales, Núñez, Palermo). Así, el boom desarrollador actual funciona como reserva de valor más que como creación de oferta habitacional.

El mismo secretario de Desarrollo Urbano porteño Álvaro García Resta ha admitido que “la mayor cantidad de obras en construcción obedece a una corrida al ladrillo para que no se deprecien los ahorros”, es decir, “tiene un origen económico-financiero”. 

Un poco de CUr por acá, un poco de ausencia de crédito por allá, un poco de alquileres por las nubes por todos lados: chau eslogan de ciudad compacta, bienvenida paradoja. Aunque los edificios proliferen, los porteños se ven obligados a mudarse a la periferia, a desplazarse a mayores distancias, a depender de un transporte que no está completamente bien planificado o bien a usar el auto. 

Lejos quedaron los tiempos de “voluntad pública proyectual sobre la ciudad” del que habló Andrés Gorelik en su libro La grilla y el parque (1998). En la época de la expansión territorial de 1887, la Ciudad fijó sus límites actuales y así pasó de 4.400 a más de 18.000 hectáreas, territorio que “no fue ocupado al mero designio de la especulación inmobiliaria o la modernización técnica”, destacó en su texto el arquitecto e historiador urbano.

Hoy la falta de una planificación centralizada deja todo en manos del mercado, que a su vez concentra su desarrollo en el norte porteño —donde hay más inversión y circulación de capital— y relega el sur, que carece de ese flujo. Es tal la falta de disimulo sobre ese rol que, cuando hace poco se trató el cambio de los límites del Distrito del Vino en la Legislatura, se lo hizo en la comisión de Desarrollo Económico en lugar de en la de Planeamiento Urbano.

Mientras tanto, Macri Primo prevé fusionar Desarrollo Urbano y Transporte en un Ministerio de Infraestructura, un término que genera suspicacias tanto como expectativas. Por un lado, el presidente electo Javier Milei amenaza con frenar la obra pública. Por el otro, es la inversión en infraestructura acorde a la magnitud del boom inmobiliario la que justamente está faltando. 

Para comprobarlo, no hace falta irse a un barrio denso como Caballito, del que me mudé cansada de los cortes de luz, gas y agua. Las fallas en los servicios se ven cada vez más seguido en barrios históricamente menos densos, como Villa Devoto, Villa del Parque, Villa Santa Rita, Villa Ortúzar o Parque Chas. Allí llegó el nuevo proceso de construcción deliberada después de que otros barrios más ricos, como Belgrano o Núñez, se quedaran sin lugar.

El resultado: una peor calidad de vida, que se ve también en menos luz solar por la sombra de las torres, en menos verde por la invasión de los pulmones de manzana, en materiales poco durables. Incluso en menor pretensión estética: se pierde no solo la belleza de los detalles únicos —la diversidad de las casas bajas— sino también la armonía en la uniformidad de ciertas series de edificios, como los complejos de casas obreras devenidos barrios no oficiales o la línea constante de cornisas en Alem, Diagonal Norte o Avenida de Mayo.

Para disimular hay intervenciones artísticas como en Casa del Campo. Pero, más a menudo, una simple pintada culpógena de negro: de ese color tiñen los frentes las desarrolladoras antes de plantar bandera en el lote y demoler lo que haya. El relieve identitario se borra y ya es difícil saber si lo que funcionó allí fue la lencería más famosa de Palermo, el súper barrial frente a la estación de Villa del Parque, un taller de refrigeración en una esquina de Ortúzar o un restaurante histórico como El Trapiche en Palermo.

KN