Análisis

El poder, siempre en otras manos

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En su intenso alegato político ante los jueces de la Casación, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner reafirmó una idea que es constitutiva del kirchnerismo: ningún poder político es suficiente.  Es un principio básico para la construcción -la reconstrucción hablando en tiempo presente- de una hegemonía política. Casi una cuestión teórica.

Se ha dicho otra veces: el kirchnerismo ha prosperado en buena medida sobre el entendimiento de que el poder está siempre en otras manos. Los “poderes permanentes” a los que aludió la vicepresidenta, “poderes fácticos” en la nomenclatura tradicional, que se entrecruzan de modo perverso para condicionar a la política de las mayorías y alterar su rumbo.

En este diseño, este poder “real” encuentra su representante, su brazo ejecutor, en el espacio que hoy ocupa la oposición. 

Semanas atrás, el titular de la Cámara de Diputados Máximo Kirchner lo expresó con más claridad durante su discurso de cierre del tratamiento del aporte excepcional a las grandes fortunas, conocido como impuesto a la riqueza. “Ustedes son el poder”, les reprochó entonces a los diputados de la oposición. “Pueden haber perdido una elección, pero ustedes defienden y son el poder en la Argentina”. Kirchner acudió incluso a la leyenda bíblica de David contra el filisteo Goliat, que en la significación popular representa el triunfo del débil contra el poderoso. Lo que apenas oculta la paráfrasis del líder de La Cámpora es que para el kirchnerismo el poder nunca es suficiente y siempre es necesario acumular más. 

El Poder Judicial es en este ordenamiento una pieza especialmente codiciada. La vicepresidenta ha elevado el nivel de competencias de la justicia, a la que considera sin dobleces parcial, cuando le atribuyó responsabilidades en el endeudamiento de la República en línea con las que en el pasado han tenido, por ejemplo, las Fuerzas Armadas.

El mensaje político encriptado en el alegato de la doctora Kirchner es en favor de una reforma integral de la justicia, mucho más profunda, como ya anticipó públicamente, que la ensayada por el presidente Alberto Fernández. 

No está claro qué se propone la vicepresidenta. Pero una iniciativa de este tipo anticipa nuevas y más agudas tensiones. El avance sobre uno de los otros poderes del Estado no se corresponde en la realidad con el poder político real que ha acumulado hasta el momento la coalición en el gobierno. El presidente Fernández y ella misma se han mostrado impotentes frente a objetivos más modestos, como remover e imponer a un procurador general. La expresidenta acaso aún imagina construir una hegemonía como la que disfrutó durante su apogeo. Pero ese tiempo parece haber terminado y difícilmente regrese.

WC