Mario Wainfeld: un tipazo

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Se murió Mario Wainfeld, y duele. Lo conocí leyéndolo, en su etapa de la revista Unidos –solo la gente de mi edad recuerda esa revista política–, que era excelente, la única forma digna de procesar el peronismo de la derrota de 1983. Acompañé a ese grupo por varios años, en la senda del Chacho Álvarez y el Frente Grande, hasta que fue Frepaso y fue Alianza y decidí abrirme –sólo me faltaba votar a De la Rúa–, a esa altura del partido. En el interín, seguía leyendo el trabajo de Mario, siempre crítico, siempre incisivo, siempre comprometido: su peronismo era el que había sido el mío, aunque yo había dejado de creer en él. Después del 2001, me entrevistó un par de veces para hablar de fútbol y violencia –yo, admirado–, como siempre me pasó con cada periodista al que respetaba, que nunca fueron demasiados. Una vez me invitó a su programa de cable, El Destape, que compartía con Roberto Navarro. Esa noche me dijo: quiero hablar con vos. En un café, me propuso ser su columnista semanal de deportes en “Mario de Palermo”, su programa de Radio de la Ciudad. Tardé dos segundos en decir que sí. Estuve desde 2004 a 2007, cuando el macrismo barrió con todos nosotros. Mi vida periodística tiene dos hitos: esas columnas semanales y las quincenales que, luego, escribí para Crítica entre 2008 y 2010. Con Mario, todo era fácil, porque su humor y su alegría hacían felices hasta los lunes por la mañana, lunes otra vez. Y porque era un feroz futbolero, de esos a los que la conversación del lunes les resultaba esencial.

Después, nos cruzábamos de casualidad; intercambiamos algún mensaje ocasional. Sospecho que mis peleas con la gente de 6-7-8, especialmente con Sandra Russo, no ayudaron. Él siguió fiel al kirchnerismo, yo me distancié cada vez más. Como soy tímido, no quise escribirle para continuar la conversación. Fue un error. Hoy me doy cuenta de que hubiera querido saber cómo veía todo lo que se vino y todo lo que se vendrá, pero fuera del micrófono y el diario, mano a mano. Su honestidad intelectual era perfecta para eso.

Mi mejor anécdota fue cuando, en tiempos de la columna semanal, Aníbal Fernández, que era ministro del Interior, amenazó en un nota con demandarme por calumnias –yo había dicho que él no podía solucionar la violencia en el fútbol porque era parte del problema. Mario me dijo: “si te llega la carta documento, me avisás, porque desempolvo el diploma de abogado y te defiendo yo”.

Mario era eso: un tipazo.

LC