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Opinión

Maternidad: la última resistencia del para siempre

Maternidad y mandatos

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En tiempos en que se valora la autonomía y la capacidad de ad­aptación, tener hijos es una decisión a largo plazo que no se corresponde mucho con los ideales flexibles de las sociedades contemporáneas. Incluso las instituciones que prometían ser “para siempre” hoy tienen cláusula de rescisión; los hijos no. ¿Qué vino a cambiar para madres y padres la pandemia de Covid y su aislamiento obligatorio? Varios estudios mostraron algo en absoluto novedoso: que durante la cuarentena las mujeres dedicaron más tiempo que los varones al cuidado de los suyos (casi con independencia del modelo de familia). Una confirmación de esa relación “privilegiada” con la crianza que culturalmente se atribuye a las mujeres, que se ocupan de más cosas y tienen una mayor “carga mental” respecto a sus hijas e hijos.

Según un estudio del INDEC sobre el impacto del Covid en Buenos Aires, de agosto a octubre de 2020, en los hogares de dos o más miembros las mujeres aumentaron un 64% el tiempo que le dedican a las tareas domésticas. Y en el 74,2% de los hogares con menores a cargo, la dedicación principal al apoyo escolar también quedó a cargo de las mujeres. Sin otro mundo que el familiar y el virtual, sin posibilidad de ver a sus pares, los niños, niñas y adolescentes requieren de mucha más atención. Y no importa si las parejas viven juntas, se divorciaron, trabajan fuera o dentro de sus casas, son las mujeres las que “más se encargan del tema”. La cultura del cuidado es cosa suya, “les sale mejor”: lo hacen desde hace siglos.

En el 74,2% de los hogares con menores a cargo de Buenos Aires, la dedicación principal al apoyo escolar quedó a cargo de las mujeres

De la mano del feminismo, el problema de la división sexual del trabajo se había instalado en el último tiempo en más de una sobremesa familiar y la “deconstrucción” de muchos varones iba en ascenso (aunque con mayor convicción entre las nuevas generaciones). Pero lo que trajo el Covid es una tragedia a gran escala y el temor a la muerte -con razón- se instala. ¡A coger que se acaba el mundo! (no, mentira: a pesar de los “pandemic-boomers”, los indicadores muestran que hasta el sexo se resintió en la pandemia). Es que ante semejante incertidumbre, como se suman esfuerzos para cuidarse del virus, también se relajan otras voluntades… algo así como: “Amor, cuando termine la cuarentena me deconstruyo, pero mientras cuidá a los pibes y cocinate algo. Te juro que me vacunan y arranco, pero ahora no sigamos cambiando las cosas”. Ante tamaño quiebre de la vida tal como la conocíamos, es tranquilizador volver al status quo. Y acá la cosa se pone más complicada. Porque como consecuencia de la pandemia, las mujeres también fueron expulsadas en mayor medida del mercado de trabajo. Al comienzo, el aislamiento hizo que el conjunto de la población económicamente activa bajara; pero cuando el mercado laboral estuvo más abierto, los varones pudieron reinsertarse más que las mujeres.

Además, no importa si cumplen actividades esenciales, trabajan online en piyama, están desempleadas o son amas de casa, algo es inédito: nunca antes habían tenido que convertirse en “maestras en domicilio” de sus propias hijas e hijos. Claro que también hay padres que se encargan con exclusividad de esas tareas (son el 16% según el estudio del INDEC), y su situación es similar a la de la mayoría de las madres: no dan más. Enseñar implica una suma de saberes pedagógicos que madres y padres no pueden suplantar. No es su oficio; no estudiaron para eso. Al cumplir ese rol deben confrontar una faceta de sus hijos/as que muchas veces no soportan (ni tendrían por qué soportar) y también de sí mismos: su propia educación, sus saberes, sus (in) capacidades: nadie tiene una buena experiencia al respecto. Al mandato de la “buena madre” se le sumó una exigencia más: la puesta en escena virtual del ámbito privado -y ahora educativo- real.

Además, la escuela en casa trajo aparejado otro problema: el de la privacidad de los adultos y en especial de las madres. Mientras antes de la pandemia se esforzaban para que los más chicos no estuvieran demasiado “conectados”, hoy se enfrentan a que la conexión pasó a ser una obligación y son pocas las familias donde todos sus integrantes tienen un dispositivo electrónico propio. Si tomamos en cuenta que desde la cuarentena los problemas laborales alcanzaron al 48,3% en los hogares en los que viven menores (ya sea por despido, suspensión, no reincorporación o disminución de ingresos) las familias tienen poca capacidad para comprar nuevos aparatos. Así, teléfonos y computadoras que hasta hace poco eran “personales” pasaron a circular entre chicas y chicos porque no hay clave, huella digital o bloqueo que valga cuando llega la clase por zoom o el mail con las tareas.

En EEUU ya se habla del problema de la salida masiva de las mujeres del mercado laboral y se lo compara a cuando los varones volvieron de la guerra y la figura del ama de casa fue exaltada

A esto se suma un aspecto actual poco explorado del que quizás no se habla por pacatería, negación o simple invisibilización: las parejas que viven “en familia” pero ya no comparten entre sí un vínculo sexo-afectivo, aunque sigan conviviendo por imposibilidad para sostener dos hogares (son más de las que parecen). Esos acuerdos privados suelen implicar salidas tácitas o explícitas con terceros/as, que la pandemia también vino a truncar. Y si bien cómo ver a un/a amante no parece lo más acuciante para resolver, puede pasar que ese estilo de vida les permitía sostener una convivencia armoniosa. Y la pandemia también barrió con esa posibilidad. Esto, a su vez, cambió la vida de madres y padres que actualmente no están en pareja: los teléfonos en un pasamanos de tareas, los mensajes imposibles, las salidas canceladas, además de que cualquier encuentro cercano por fuera de la “burbuja” implica un riesgo para el resto de la familia.

En suma: mujeres desbordadas, con riesgo de no retomar un trabajo asalariado por tener que ocuparse de tareas domésticas y de cuidado, puestas a educar sin las herramientas necesarias (con poca o nula colaboración masculina) y a reproducir de manera forzada un modelo de “madre y ama de casa full time”. En EEUU ya se habla del problema de la salida masiva de las mujeres del mercado laboral y se lo compara a cuando los varones volvieron de la guerra y la figura del ama de casa fue exaltada para que las mujeres que habían salido a trabajar volvieran de buena gana con nuevos electrodomésticos al hogar. Sólo que ahora no hay aspiradoras de premio, sino el apremio de tener que hacerse cargo de sus hijas e hijos con las escuelas cerradas, sin poder contar con trabajo doméstico (que no obstante también siempre está a cargo de otras mujeres) o de ayuda familiar (ya que abuelas y abuelos fueron asilados por su seguridad). Una vieja consigna feminista decía: “No es amor, es trabajo no pago”. ¿Les suena?

EZ

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