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Por qué México no se parece a la India (pero EEUU sí)

Transmisión en vivo por televisión de los resultados de las elecciones, en Bengaluru, India, el 4 de junio de 2024. La votación se había llevado a cabo en siete fases desde el 19 de abril. El 8 de  junio el oficialista Narendra Modi juró como primer ministro en Nueva Delhi al inicio de su tercer mandato consecutivo.
9 de junio de 2024 14:22 h

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Es el año con más votaciones nacionales y más votantes en el mundo desde la invención de la democracia electoral competitiva. En 2024 más de la mitad de la población mundial está llamada a votar qué gobierno quiere. Esta semana hay elecciones en la Unión Europea (UE). EEUU está en campaña y en noviembre decidirá cuál bis le gusta más en la Casa Blanca, si el de Joe Biden o el de Donald Trump. Ya hubo elecciones en Indonesia, y el país islámico más poblado del mundo y cuarto en población total del planeta con 280 millones de habitantes, eligió presidente a un (ex) torturador de derecha populista. O eso dicen la oposición y las ONGs que prefieren detener en esa línea del CV del vencedor el análisis de su propia derrota electoral. En la UE la victoria de la derecha identitarista se da por descontada, como en EEUU se anticipa el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en enero tras su triunfo sobre Joe Biden en noviembre.

Por qué el partido de Modi sacó menos votos de los esperados pero el de AMLO sacó muchos más

De los resultados electorales conocidos en la segunda semana de junio, se anticipaban las victorias de los oficialismos en México, Sudáfrica y la India.

En Sudáfrica, democracia parlamentaria, la previsión fue precisa incluso en lo que toca a la proporción del voto ganado por el partido merecedor de la restricta victoria anticipada. El African National Congress (ANC), que gobierna la República desde que apenas treinta años atrás el país celebró en 1994 sus primeras elecciones post apartheid racista, obtuvo una mayoría relativa, que obligará a esta formación política, la de Nelson Mandela en sus orígenes, a negociar para formar gobierno. Y, lo que es todavía más importante, para gobernar.

En México, la victoria de Claudia Sheinbaum, candidata presidencial de la coalición electoral liderada por el partido oficialista Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) fundado por el actual presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), era también indubitable de antemano. Haciendo a un lado la hybris de partidarios de la candidata presidencial opositora Xóchitl Gálvez, que declaraban a la juventud del país comprometida con una regeneración nacional que obligaba a hacer descarrilar el tren maya de MORENA, la nitidez de la superioridad de una candidata mujer sobre la otra fue prevista por todas las miradas.

Inocentes de hybris o exceso, en quienes propiciaban en México votar nuevamente por seis años de MORENA en el gobierno cumplido el sexenio de AMLO en este país sin reelección el volumen de la victoria superó el tamaño de su esperanza. Ganaron mayorías absolutas en las dos Cámaras del Congreso federal. La mayoría de las nueve gobernaciones de estados que renovaban sus autoridades el mismo 2 de junio. La jefatura de gobierno de Ciudad de México.

La deficiencia en cohesión fuerte de Fuerza y Corazón por Mëxico, la coalición opositora derrotada por la triunfante Sigamos Haciendo Historia, tenía entre sus causas el albergar en su interior figuras de dos partidos históricos, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN), que en el pasado han sido jefes de gobierno por sí solos, y rivales entre sí. A ello se agregaba el que Xóchitl Gálvez, la candidata presidencial del espacio político creado ad-hoc para las elecciones, delineara un tercer perfil, novedoso, personal, que reunía, en una mujer, y sin agotarse en ellos, rasgos indigenistas y componentes libertarios.

La exhibición pública de disensos ahuyenta votos posibles, y los pocos votos, a su vez, debilitó los consensos en la coalición liderada por Xóchitl Gálvez y su pobre desempeño electoral. Este comportamiento, determinante de la baja adhesión electoral de la que gozó la oposición, es insuficiente para explicar el triunfo oficialista, por mucho que haya contribuido a determinar sus dimensiones. Pasadas las elecciones, permite entrever algo ahora más importante: la poca cohesión que caracterizará el discurso y el funcionamiento de la oposición durante el sexenio de la presidencia de Claudia Sheinbaum que comienza en octubre.

Las Indias Orientales

Se ha comparado con decidida velocidad, en los últimos meses, al presidente de México con y el primer ministro de la India. Dos líderes septuagenarios, de alta popularidad retenida en vísperas de las elecciones de junio al fin de sus mandatos: primero (y único) para AMLO, segundo (y penúltimo) para Narendra Modi. Se vio en México, país federal con 130 millones de habitantes, una reducción a escala de la India, país federal con 1400 millones. Desde The Economist a Le Monde, se leen piezas que rezuman del mismo regusto que produce comparar y ver dos países gobernados por dos partidos populistas, MORENA y el Bharatiya Janata Party (BJP, Partido del Pueblo de la India), caracterizados por recurrir a los planes sociales e incurrir en la tentación del culto por la personalidad de líderes personalistas.  Es cierto que en las food stamps (los cupones del Estado intercambiables por comida) que completan la dieta de hasta 800 millones de personas en la India está impresa la imagen de Modi. Uno y otro sacaron a millones de personas de la pobreza (la imagen es así de personal, en quienes denuncian todo personalismo). Uno y otro practicaron la austeridad fiscal y cuidaron las cuentas públicas del Estado (el gobierno de Modi es a la vez, en estas descripciones, tan populista como es neoliberal y pro-business).

A todo lo anterior se unen caracterizaciones más ciertas en el caso indio, y menos indiferentes. A Modi y a AMLO se les atribuye desagrado por la prensa libre. A esto cabe responder, sin entrar en detalles: la prensa es libre en México y no, no lo es en la India.

Hay otro rasgo de diferencia, que este panoramista juzga clave para prever el desempeño electoral en las democracias de los países federales al menos. Una posición de preminencia que no es ni universal ni mayoritariamente reconocida. Es el poder de la inflación para movilizar y decidir el ‘voto pobre’. En países de alta informalidad de la economía, el desempleo es difícil de medir y su influencia difícil de cuantificar aunque no de subestimar. La inflación es fácil de medir, y conocer, en México y la India. Y es más alta en la India, y sostenidamente alta, que en México. La presidenta electa Claudia Sheinbaum, en su primer discurso, al aceptar la victoria, anunció que el gobierno, cuyo Tesoro jamás acudirá al Banco Central, seguirá de cerca la inflación.

El actual gobierno de otro país federal, la Argentina, parece orientarse por pareja fe en la importancia determinante y el valor heurístico de la inflación para determinar los números actuales y futuros de popularidad y participación electoral favorable.

A quién le importa la inflación

Modi y el actual presidente norteamericano, el demócrata Joe Biden, insisten en la creación de empleo de sus gobiernos. En el caso de EEUU, es cierto. En el de la India, menos. A lo largo del tiempo, el gobierno del BJP ha destruido millones de empleos. Porque el desarrallo que promueve, que ha colocado al país como 5ª economía mundial, no genera puestos de trabajo, a diferencia de lo ocurrido en China. Genera desigualdad, y en la India el 1% de la población concentra el 40% de la renta. El FMI corrigió, a la alta, las previsiones de crecimiento indio para 2024, que colocó en un 7,6 por ciento. Los sectores que generan más riquezas no son los que generan más empleos indios. Están en el sector servicios y en la tecnología, no en la manufactura. La agricultura aporta sólo el 15% del PBI indio, pero concentra el 44% de la mano de obra. La participación de las mujeres en el mercado de trabajo es ínfima.

Intolerancia no es una película muda

Si se pudiera resumir en una sola palabra el mayor cargo en el centro del plexo de reproches que la oposición mexicana formula al presidente AMLO, es intolerancia. Así lo ven; es opinable, pero es una cuestión de grados. La intolerancia es constitutiva, o indisoluble, del BJP. El partido del premier indio Narendra Modi representa a la población india que se reconoce hindú, a la comunidad de la religión hinduista mayoritaria del 79,8% país según el censo de 2011. Y que predica y practica diversas formas de intolerancia contra la comunidad islámica, el 14,1% según el mismo censo.

La India, dice Modi, se liberó del dominio colonial británico en 1947. Pero nunca acabó de liberarse del anterior dominio colonial islámico, que trajo al país creencias foráneas y extrañas y antimodernas que siguen ahí. Si, de alguna manera, el país se deshiciese de 147 millones de personas de fe islámica (censo de 2011), todo sería mejor para los números de la economía de todos en la India: esta afirmación excesiva no es sin embargo excesivo sobreentender en el discurso de Modi.

En EEUU, la inflación es baja según el gobierno, pero alta según las encuestas de intención de voto. Esto es bueno para las perspectivas del septuagenario Donald Trump. Entretanto, la retórica de la revancha y la intolerancia (no sólo anti-inmigrante) crece en el discurso del virtual candidato oficial republicano para las elecciones presidenciales del martes 5 de noviembre. Esto, asegura David Brooks, columnista del New York Times que completa la línea de puntos entre la India y EEUU, es bueno para que el octogenario demócrata Joe Biden gane un segundo mandato. Alcanzado un punto de no retorno, sugiere, la intolerancia empieza a perder votos, no a ganarlos.

AGB

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