Música, salud y locura: la Sputnik V en Charly García
Y un día Charly se vacunó. García ha recibido la Sputnik V en un dispensario de Parque Chacabuco. En rigor, nunca salió del auto. La aguja fue hacia él. El instituto Gamaleya saludó tan estelar inmunización. La ciencia necesita del espectáculo un insólito aporte empírico: imágenes y nombres propios. Antes del bigote bicolor, había divulgado el rostro nonagenario de Mirtha Legrand. Hacía casi un año, Charly tuvo que ser internado en el Instituto Argentino del Diagnóstico de la ciudad de Buenos Aires debido a un cuadro febril alto y síntomas respiratorios. Un hisopado y otros exámenes permitieron comprobar que no había contraído el covid-19. Ya tiene su primera dosis, como millones de argentinos. ¡Y rusa! Justo él que nunca quiso vestirse de rojo.
Más allá que este es un hecho epidemiológico, las entradas y salidas del músico de la institución médica siempre han sido material de la carroña mediática. De hecho, hace 30 años fue llevado a la fuerza a una clínica psiquiátrica del barrio de Palermo después de haber pasado varias noches sin dormir: se dijo que la razón del insomnio (siempre hay algo de razón en la demencia) había sido un febril estado creativo. El historial de sus internaciones constituye un capítulo central de las relaciones entre música y locura en Argentina. Ahora bien, si, como se machacó en 1991, Charly componía sin parar, qué poder ejercía la música sobre él, ¿terapéutico o patógeno (podríamos decir viral)? Quizá las dos cosas.
El romanticismo explotó lo irracional de la música y el rock exhumó esa jerga hasta su absoluta banalización (de “la locura es poder ver más allá” a “yo no quiero volverme tan loco”, “Quiero algo de razón/ No quiero un loco” y, para cerrar esta serie garciana “no pienses que estoy loco”). Recuerda John T. Hamilton en Music, Madness, and the Unworking of Language que música y locura ocupan una misma esfera: no están unidos simplemente por compartir una capacidad de limitar el lenguaje desde el otro lado de la simbolización: constituyen un ámbito enteramente renovado de su uso. Una vez agotada la palabra -ya sea el logos de la investigación filosófica o el verso de la poesía lírica- a Nietzsche sólo le quedó el desvarío y un piano. Cuando la escritura se había vuelto imposible, optó por las improvisaciones. ¿Cómo eran? ¿A través de sus dedos afloraron melodías incomprensible e informes? ¿Modulaciones sin rumbo?
Algo de eso retornó siempre como vulgata ante cada incidente clínico de Charly. Hace casi 30 años, una vez terminado aquel mencionado encierro, se presentó en el estadio de Ferro con Los Enfermeros (puesta en acto de su canción “Raros peinados nuevos”). Llegó al escenario en una ambulancia en cuya puerta se podía leer “unidad de alta complejidad”. Y sí, García era, es, será, una unidad temática compleja (de hecho, Pablo Semán y Martín Liut están impartiendo un seminario de posgrado en la UNSAM sobre su figura: cada inscrito tendrá su propio Charly para diseccionar).
Pasemos por alto sus estados alterados. Sabemos que lo rescató Palito Ortega, histórico antagonista. Levántate y canta, pareció decirle el Lázaro tucumano, cuando todo parecía irremediablemente perdido. Tras su peculiar recuperación, transitó escenarios y hasta ha grabado un disco. La pandemia lo obligó a recluirse. La Sputnik V pinchó su hombro cuando faltan pocos meses para que cumpla 70 años. Al informar sobre el episodio, el Instituto Gamaleya incluyó en su twitter “Hablando a tu corazón”, grabado en 1986. “Compartimos con ustedes su magia”. Habría sido más apropiado adjuntar “Alguien en el mundo piensa en mí”.
De ahí que el cuerpo de Charly, tan maltratado, tan metonomizado, quedó en el medio de la guerra mundial de las vacunas. García no dijo nada al respecto. Una radio le preguntó a la enfermera que le dio la inyección cómo lo había escuchado. La voz de Charly también habla de cuerpo presente y sobre un pasado para pensar. La primera evidente cualidad de la voz es que se desvanece el momento en que se produce. El canto fija esa cuestión de la temporalidad en otro orden. Pero la voz de un cantante tiene también una historia, otro rango de la duración que es material y, a la vez, configura la memoria de los oyentes. En la voz de García, en su tránsito del falsete cristalino (cómo olvidar “No te dejes desanimar”) a la completa afonía, se arma como un relato sonoro de los últimos 40 años de este país. La historia de cómo fue perdiendo armónicos es, también, la de la pérdida de nuestras ilusiones, el paso de “bienvenidos al tren” al “no voy en tren” y luego, en ambulancia. Roland Barthes escribió su artículo “Musique en jeu” en 1972 cuando en Buenos Aires sonaba “Canción para mi muerte”. Y decía ahí que el grano de la voz es “de manera directa el cuerpo del cantor, que un mismo movimiento trae hasta nuestros oídos desde el fondo de sus cavernas. sus músculos, mucosas y cartilagos, y desde el fondo de la lengua eslava, como si una misma piel tapizara la carne del interior del ejecutante y la música que canta”. Algo más que un timbre. Un cuerpo oído habla su lengua materna. Y así lo vemos a Charly con nuestros oídos.
Podemos encontrar otro arco de su auge y caída en la literatura. En 1979, bajo la dictadura, Ricardo Piglia lo ubica ambiguamente como portavoz del malestar al citar en Respiración artitficial un segmento de “La grasa de las capitales”, que atribuye jocosamente a Spinetta: “no se banca más”. Pero 30 años después, Fogwill le asigna otro lugar en Vivir afuera. Ya no es acá un héroe cultural: “el chofer le contaba que habían internado a Charly y que un compañero suyo lo había llevado en ese mismo taxi, totalmente drogado, sostenido por dos guardaespaldas”.
La salud de Charly tiene algo de asunto público. Como si se tratara de una auscultación social orientada por las usinas del chisme. A comienzos del siglo XIX, el francés René-Théophile Hyacinthe Laennec inventó el estetoscopio para escuchar el cuerpo de los pacientes. Su tratado explicaba por qué había que interpretar aquello que sonaba. La auscultación, nos cuenta Jonathan Sterne en The audible past, se diseñó en un momento en que la medicina atravesaba un gran cambio epistémico. El estetoscopio, que, como los tocadiscos, fue primero mono y luego estéreo, devino el símbolo del poder del diagnóstico del médico. La escucha, una herramienta de la razón. Escuchar a Charly es, desde hace tiempo, otro modo de encontrar evidencias de anomalías fuera del consultorio.
En el contexto pandémico habrá un nuevo modo en la que sus canciones podrían intervenir en la vida de sus fans, ocasionales o imprevistos oyentes. A principios de este año, Spotify obtuvo la aprobación de una patente para una tecnología que estaría en condiciones monitorear y grabar el habla y el ruido de fondo de los usuarios para, de esta manera, curar y recomendar música. Más de 180 artistas -una coalición que incluye a Access Now, Fight for the Future, Union of Musicians and Allied Workers y organizaciones de derechos humanos- firmaron una carta abierta en la que pidieron a la empresa que se comprometa públicamente a no utilizar, licenciar, vender o monetizar esta patente. “Esta tecnología de recomendación es peligrosa, una violación de la privacidad”. Tom Morello (Rage Against the Machine/ Audioslave) dijo: “No puedes rockear cuando estás bajo constante vigilancia corporativa”. Un portavoz de Spotify respondió en abril: “Nuestros equipos de investigación y desarrollo están constantemente imaginando y desarrollando nuevas tecnologías como parte de nuestro ciclo de innovación. A veces esas innovaciones acaban implementándose en nuestros productos y otras veces no”.
Pero podría ser, y en ese caso, un día cualquiera, la app escucharía tu furia contenida y te sugeriría “Demoliendo hoteles” o, si estuvieras mal y solo, cansado de llorar, surgiría la propuesta de “De mí”. Pero el algoritmo podría humanizarse y llevarte por error a “El amor espera”, una canción oscura, la de un hombre en picada. Ese Charly hace 19 años cantaba algo que conecta de algún modo con la noticia celebratoria de su vacunación: “yo me hago el muerto/ Para ver quién me llora, para ver quién me ha usado”.
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