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ESCALA HUMANA

No estamos listos para tanta lluvia

A la falta de ropa apropiada se le suma el estado de las veredas, que en buena parte tienen baldosas sueltas o rotas.

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“Acá llueve más de abajo para arriba que de arriba para abajo”, solía decirme una periodista riojana, nostálgica de la tierra semiárida que dejó atrás para venir a esta ciudad. Buenos Aires con lluvia es un campo minado. Hay que esquivar las baldosas que “escupen”, eludir los paraguas de gente poco habituada al objeto, chequear qué transporte está frenado por cascadas. Tras los temporales de estos meses, estoy segura de que mi colega jamás extrañó tanto su soleada provincia natal. 

Con La Niña y su sequía, nos olvidamos de cómo era ver llover por tanto tiempo. Hoy con El Niño instalado y semanas enteras de agua concentrada, recordamos que no estamos preparados ni para la precipitación excesiva ni para la moderada. Ni en lo micro ni en lo macro. Ni a escala humana ni nacional.

Es cierto que por estas pampas somos adeptos al lamento, y eso no escapa a la lluvia. Basta un poco de agua caída para que cancelemos actividades y nos quejemos de cosas que podrían solucionarse con ropa adecuada. El escritor y traductor Daniel Tunnard, inglés nativo y porteño adoptivo, me da perspectiva: “Siempre me hizo gracia que cuando acá llueve se suspendan cosas, porque en Inglaterra nunca lo había visto. Allá llueve constantemente, aunque sin la fuerza que hay acá”.

Pero también es cierto que los recientes temporales son mucho más grandes que nuestra tendencia a exagerar: ráfagas de hasta 150 kilómetros por hora, rayos que hacen sonar timbres, precipitaciones de todo un mes concentradas en horas. “En promedio mensual no llueve mucho más, pero cada tormenta es mucho más intensa”, me apunta el meteorólogo Leandro B. Díaz. La lluvia llega toda junta como quien cobra una deuda.

En Víctor, la única paragüería porteña que aparece en Google, crecieron tanto las ventas como las reparaciones. La última vez que fui, la sequía amenazaba a este local de 66 años que llegó a vender juegos de cubiertos con tal de sobrevivir a nubes flacas. Ahora, en cambio, desfila por allí la misma cantidad de gente en una semana que sumando la de todo enero y febrero. 

A Víctor Fernández, su dueño, no le hace falta ver por la ventana para constatar que llueve. Lo sabe con solo atender clientes. “No hay un consumo preventivo de paraguas. Vienen a comprarlo en el momento en el que lo necesitan y no antes”, me cuenta en este local de Almagro casi Boedo. También recuerda que casi no se usan pilotos y mucho menos galochas, esos cubrecalzados hechos de tela impermeable. Ignoro si es algo global o sólo parte de nuestra idiosincrasia. Sólo sé que…

… No estamos listos para tanta lluvia. A la falta de ropa apropiada se le suma el estado de las veredas, que en buena parte tienen baldosas sueltas o rotas, aunque esta sea la ciudad con más recursos del país. Las bocas de tormenta tapadas hacen crecer en las cunetas charcos que parecen piletas y obligan a los peatones a bajar a la calle para esperar a cruzar: si aguardan en la acera terminan empapados por los autos que doblan. Las paradas de colectivos tienen techos pequeños que no alcanzan. Y los choferes, cuando llueve, no paran en cualquier esquina, aunque así lo establezca el Código de Tránsito y Transporte de la Ciudad.

No estamos listos para tanta lluvia. El estado del tiempo se usa más como tema de charla de ascensor que como factor en la prevención y la planificación urbana. Mientras el país es presidido por un negador del cambio climático, el Servicio Meteorológico Nacional opera con diagrama de emergencia tras el despido de 48 trabajadores la semana pasada.

No estamos listos para tanta lluvia. La poda de los árboles, cuando está mal hecha, los hace más vulnerables al viento, punto demostrado en la tormenta del 17 de diciembre, que hizo caer más de 600 ejemplares. El corte de raíces para pasar cables subterráneos ya venía agravando el panorama.

No estamos listos para tanta lluvia. Falta colmar las veredas de “jardines de lluvia”, una alternativa a la alcantarilla que drena agua hacia el subsuelo y demora su llegada al sistema pluvial, como se hace en San Pablo o Montevideo. En lugar de eso, se suma cemento. Los nuevos edificios se comen los pulmones de manzana y restan extensión a una superficie absorbente ya de por sí escasa. Y las intervenciones oficiales, como el proyecto Calles Verdes, no impactan en el poder de retención hídrica porque son demasiado chicas.

No estamos listos para tanta lluvia. En el último temporal, el agua en la Villa 20 llegó a la cintura y 50 familias perdieron todo. Los vecinos denunciaron que no hubo plan oficial para reponer lo perdido, aún menos para prevenirlo: tuvieron que desobstruir los desagües ellos mismos. Hoy son ellos los que se organizan para remar la emergencia. 

No estamos listos para tanta lluvia. Las obras de infraestructura no alcanzan y las que había en proceso hoy duermen. En el norte porteño, resta licitar una parte del proyecto hidráulico para aliviar los efectos de un posible desborde del Medrano, el segundo arroyo entubado más importante en territorio porteño. 

Porque, aunque no la veamos, el agua estuvo y está: en el río al que le damos la espalda, en las lluvias que retornan y en los cursos subterráneos. Mientras la ciudad se empapa, una cosa está clara: hay que prepararse para lo que el cielo nos traiga, que no son fuerzas sino agua. La capacidad de respuesta puede marcar la diferencia. Que tanta lluvia ya no nos sorprenda.

KN/MT

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