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PURA ESPUMA

La paja no es como el trigo

Diego De la Vega (Guy Williams), El Zorro
8 de septiembre de 2024 08:07 h

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“El Zorro luchaba contra esos delincuentes. ¿Por qué? Porque si no llegaban a la ciudad con los bienes… Entonces tenían una pérdida de capital, se comían el efecto de las monedas de oro en ese momento, se lo iban a comer con mayor nivel de precios expresado en oro y, en ese sentido, lo que iba a pasar es que nadie iba a volver a traerles bienes y, entonces, es como si hubieran cerrado la economía, con lo cual hubieran tenido una pérdida enorme de bienestar. Entonces, El Zorro, además, era un benefactor social porque como protegía digamos a… digamos los caminos para que los ladrones no robaran a los comerciantes, entonces, además era partidario del libre comercio, bien liberal. Pero, encima, se peleaba contra monasterios y demás, con lo cual se peleaba contra la autoridad. Se peleaba, digamos, contra el tema de los pagos de impuestos, por lo tanto, o sea, digo… El Zorro era anarcocapitalista, no tengan dudas. Digo, también podría ser anarcocapitalista estar al frente del Estado y ser como el topo del Estado que viene a romperlo, o acaso ¿qué creen que es haber bajado el gasto público 30%?”.

Este minuto de laboriosa transcripción (donde se pierde de vista el sujeto como en las novelas de Samuel Beckett), corresponde al segmento top de viralización de la conferencia para sí mismo que dio el Presidente Javier Milei en la 45° Convención Anual del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas, luego de reseñar brevemente la historia de la representación metálica de las monedas en la historia, y atajarse de los reproches que le endilgaron los zorrólogos por su interpretación lunática del personaje.

La alusión a El Zorro como pionero del anarcocapitalismo es tanto o más enigmática que Diego De la Vega, y no la salva restringirla a la versión de Guy Williams, sobre todo porque quien la invoca vive exigiendo rigor. Pero la cuestión no es El Zorro, el personaje de Johnston McCulley inspirado en William Lamport, un irlandés que tiene más de Pancho Villa y hasta del Subcomandante Marcos que de Murray Rothbard, características que, en la serie protagonizada por Williams, lejos de perderse, se acentúan en la dirección de la vieja leyenda de Robin Hood que instala el folclore del justiciero ilegal, al que G. K. Chesterton no habría dudado en llamar “distributista”.

La cuestión es el modo en el que el Presidente Milei opera sus componentes argumentales, falseando sus descripciones para imponer su mundo mental en el mundo de todos. Describir a El Zorro, como a cualquier objeto o personaje, con el propósito de provocar una adulteración violenta de sus propiedades y a partir de allí ejercer sobre ellos un dominio de invención, enloquece las correspondencias entre las cosas y lo que las designa y, también, los intercambios “normales” entre personas.

¿De dónde saca el Presidente Milei que El Zorro era un protector de caminos? Pudo haber ocurrido algo de eso alguna vez en el orden de los incidentes narrativos menores de la serie, pero no es de ahí que se vaya a extraer el alma del personaje. Sea lo que fuere el personaje conocido como El Zorro, medido en sus altos, sus bajos o en promedio, está claro que no es una patrulla de monitoreo satelital de carga destinada a proteger la propiedad.

Los tremendos saltos mentales característicos de la deriva argumental del Presidente Milei, nos detienen en apenas un minuto en tres estaciones de planetas diferentes. Primero, en la de la descripción ad hoc de El Zorro (dicho así para contentar, desde el llano, su pasión por la supuesta autoridad de lo dicho en latín), en la que lo convierte en lo que él quiere, como si nos dijese que El Zorro es, en realidad, El Hombre Araña. Después, en la de la extrapolación, por la que el salto desde la estación El Zorro nos deposita en la estación Reducción del Gasto Público.

La tercera estación requiere un párrafo aparte. Es la estación Paja, en el sentido de masturbación. Porque, habrán visto, la “ilustración” de la estación Reducción del Gasto Público fue realizada por el Presidente Milei por entre dos y tres empuñaduras figurativas de su “arma”. Más de dos y menos de tres, si se repasa el gesto de su mano, agitada cerca de los laureles de una bandera argentina en la que el sol tiene el peinado, la cejas y la mirada de extraviada del Presidente Milei.

En este caso, el cambio de nivel es extremo. Se abandona el registro “académico”, en el que el Presidente Milei compite con sí mismo y gana siempre y, también, el del sadismo basado en la felicidad de castigar lo que hay detrás de la reducción del gasto público del 30%; y luego se pasa, derecho viejo, al inconsciente, del que sólo puede saberse que no se sabe nada, pero se lo puede interrogar.

Cuando el Presidente Milei sacude su mano de manera inequívoca, lo inequívoco ¿qué significa?: ¿se está pajeando?, ¿lo están pajeando?, ¿está pajeando a alguien?, ¿la reducción del gasto público es una paja?, ¿son unos pajeros los “reducidos” por el gasto público? ¿O está mandándoles un mensaje a sus adversarios, que se hacen la paja mientras él, como ya sabemos, “coge”? Pero a ¿cuáles adversarios les hace el gesto?: ¿a Cristina Fernández de Kirchner, a Miryam Bregman, a Diego Santilli o a Axel Kicillof? ¿O está haciendo, por señas, las biografías autorizadas del Gordo Dan, Agustín Romo y Manuel Adorni?

El idioma presidencial es, en términos estrictos, un arte. Lo artístico radica en su exceso de arbitrariedad, en la imaginación como postulado de realidad y en la obsesión de imponer el mundo propio en el mundo de todos. Y todo sería más o menos llevadero si no fuese porque ese arte se acabó el 10 de diciembre de 2023, el día que pasó a hacer, lisa y llanamente, función pública.

Que el gesto dramático principal del Presidente Milei en su conferencia auto sugestiva ofrendada al Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas haya sido una “cita” de masturbación, agiganta su figura de freak y trae a colación un viejo refrán campestre: la paja no es como el trigo.

En registro bíblico, el trigo se acopia y la paja se quema; y en términos chacareros, la diferencia entre la paja y el trigo es de valor, en el sentido de “moneda”. Un valor por el que no nos deberíamos dejar engañar: una cosa es la paja; y, otra cosa, es el trigo, en el mismo sentido en que el gato no es liebre, ni el bronce es oro. Sobre todo, si en el sistema de representación adoptado para impresionar, hasta la paja es falsa.  

JJB/MF    

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