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Pasado, presente y futuro de la pandemia

Coronavirus

Ramiro Albrieu / Megan Ballestry

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En su clásico Un Cuento de Navidad, Charles Dickens narra la historia de un hombre infeliz quien, durante la Nochebuena, recibe la inesperada visita de tres fantasmas. Cada uno representa un período bien marcado de su vida: el pasado, el presente y el futuro. Recorriendo su propia historia a través de anécdotas, recuerdos y ventanas al porvenir, surge en el protagonista tal rechazo a su propio futuro, que decide accionar sobre el presente para torcer el curso de los acontecimientos y forjar un destino mejor. Trazando un paralelismo con Argentina y el manejo de la pandemia podríamos preguntarnos: ¿Qué nos diría el fantasma del pasado sobre las decisiones tomadas en los últimos meses? ¿Adónde estamos ahora?, ¿Qué tenemos que hacer en 2021 para minimizar los costos de la pandemia? Arriesgamos aquí algunos aprendizajes posibles.

El fantasma del pasado mostraría que la apuesta inicial fue a cuidar la salud por sobre todo. Desde la política pública la estrategia buscaba eliminar el riesgo sanitario y por ello se impuso un confinamiento que se diferenció de los aplicado en buena parte del mundo por su profundidad y su extensión.

El fantasma del pasado también nos diría que al comienzo se sabía poco sobre cómo administrar la pandemia, y luego hubo espacio para aprender. Aprender sobre el rol central de las estrategias de testeo y rastreo riguroso de contactos para contener los contagios. Aprender sobre las tensiones entre la salud y la economía, que se hacían más evidentes al extenderse la duración de la pandemia y el confinamiento, y sobre la necesidad de moverse de una estrategia de eliminación a otra de administración de -o convivencia con- el virus. También que la estrategia de confinamiento permitía contener el riesgo sanitario sólo para el segmento de la población que en sus hogares contaba con los mecanismos de prevención y mitigación adecuados; para el resto, “quedarse en casa” sólo podía incrementar el riesgo de contagio. Logramos, contaría el fantasma del pasado, mantener al sistema sanitario lejos de situaciones de estrés o colapso. Y logramos también una mayor colaboración entre las distintas instancias del sector público, y entre el sector público como un todo y el sector privado. Pero tanto en la política pública y las prácticas del sector privado, continúa el fantasma, el aprendizaje fue relativamente lento. Y el resultado de estos nueve meses será de un doble alto costo: sanitario en términos de cantidad de contagios y económico en términos de caída del PIB y suba de la pobreza.

Entra en escena el fantasma del presente. Del lado positivo, nos dice, estamos ya en etapa de vacunación. Es tiempo de mejorar la logística y de diseñar un plan de vacunación. Aunque con vaivenes, la economía comienza a recuperarse y hemos recuperado la totalidad de la movilidad hacia los lugares de trabajo. De ello se desprende que hemos revisado hábitos y costumbres para poder dar lugar a interacciones físicas con distanciamiento social. Detrás de este cambio se encuentra un dispositivo clave de coordinación: el sistema de protocolos. 

Sin embargo, aclara el fantasma del presente, no es momento de bajar la guardia. Viendo lo que pasa en otros países, no es tiempo de pensar que todo pasó. Podemos tomar el caso de Inglaterra, el primer país en avanzar con la vacunación.Sin embargo hoy es el epicentro de la segunda oleada, se habla de posibles mutaciones del virus y todos los países cerraron las fronteras a viajeros de este país. Además, no ha sido resuelto el regreso seguro a las aulas, y ello supone un costo muy grande para la sociedad, de hoy y de mañana.

Por último llega el fantasma del futuro. Obviemos la parte donde nos cuenta sobre qué pasaría si se repite statu quo, y focalicemos en lo que hay que hacer para salir de esta pandemia de la mejor manera. Para ello debemos pensar en tres ejes temporales.

El primero es el corto plazo. Allí es necesario mejorar el sistema de protocolos para asegurar que se administra en forma óptima el riesgo. Allí es importante que el sistema siga una estrategia de aprendizaje continuo, la cual empieza con una gran base de datos -con la que aún no se cuenta- como elemento central para un diagnóstico lo más granular posible. Con esos datos debe mejorarse la etapa de diseño, para que se transforme en algo dinámico en vez de estático.Tanto el sector público como el privado necesitan un mecanismo escalable para modificar y revalidar protocolos en la medida que se van incorporando modificaciones al diseño. La etapa de implementación también requiere innovación, porque hay que controlar tanto al sector formal como al informal de la economía. La iteración tendría que agregar lo siguiente: las lecciones sobre prácticas exitosas detectadas por los actores involucrados en cualquier etapa del ciclo, deben ser sociabilizadas para convertirse en buenas prácticas. Los fracasos deben ser documentados y los pasos necesarios para corregir el plan original deben estar claros para todos los que participan del proceso. También es urgente acordar protocolos para el regreso seguro a las aulas.

Un poco más adelante está el tema del diseño del proceso de vacunación. De nuevo, aquí debemos entender que no debe tomarse en cuenta únicamente el riesgo de fatalidad en caso de contagio, sino de entender los comportamientos que determinan la proximidad social y que determinan la probabilidad de contagio. Ramas de actividad que utilizan intensivamente el transporte público, personas que trabajan en lugares poco ventilados, trabajos que requieren contacto físico; en todos estos casos deberían ser prioritarios independientemente del perfil etario de cada sector o rama de actividad.

Por último, están las cuestiones que son importantes para hoy y para el futuro más lejano. Más allá de la incertidumbre sobre el horizonte de vacunación, hay que notar que los temas aquí mencionados nos remiten a desafíos que estaban presentes desde mucho antes de marzo de 2020: acelerar el cambio tecnológico en firmas y hogares, repensar los esquemas y los contenidos de los sistemas de capacitación y readaptación de habilidades de los trabajadores, mejorar las condiciones de salud e higiene en los puestos de trabajo, rediseñar el transporte público para evitar aglomeraciones, mejorar los servicios de salud, discutir el rol de trabajadores esenciales. También -y mirando el aprendizaje asiático de las últimas décadas- la pandemia nos obliga a pensar cómo construir mayor resiliencia frente a shocks similares en el futuro.

¿Lograremos, como concluye Dickens su cuento de Navidad, construir ese mejor futuro? La respuesta no la conocemos. Pero como décadas atrás dijo Joe Strummer -líder de The Clash-, “el futuro aún no está escrito”.

 RA/MB

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