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Opinión

Querida Simone

El segundo sexo

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Incluso leído hoy, a más de setenta años de su publicación original, El segundo sexo (1949) de Simone de Beauvoir –reeditado en trade y bolsillo por Lumen en 2018– es, sigue siendo, una fiesta. Opera magna y a la vez foto de un estado del mundo en el que las mujeres comenzaban, tímidamente, a tener “opciones”, es decir: a disponer de la “libertad” de hacerse explotar como trabajadoras para escapar de la esclavitud embrutecedora del “amor”, entendido como vínculo obligatorio con un hombre libre, trascendente, que se volvía así razón y sustento de la existencia parasitaria del “ama” de casa. (Tenía razón Gerda Lerner al hablar en La creación del patriarcado, 1985, de “la necesidad de redefinir y la inadecuación de los términos que describen las experiencias femeninas” porque “la manera en que está configurado el pensamiento abstracto y el lenguaje a través del cual se expresa sirve para perpetuar la marginación de las mujeres”.) Parásito no porque no trabajara en el hogar para “su” hombre, sus hijos, la familia, sino porque su existencia, infinitamente expoliada, es pura inmanencia, precisa adosarse a un vector orientado hacia el futuro, trascendente, para existir.

Simone rastrea la diferencia entre hombres y mujeres hasta el plano biológico: el cuerpo de la mujer está sometido a la tiranía de la especie (menstruaciones, capacidad de gestar, de crear nueva vida ex nulla); el del hombre no. Sobre esta diferencia, la cultura patriarcal construyó un único sujeto (masculino) dotado de existencia autónoma, rodeado de lo otro, lo diferente, inasimilable: sus objetos de deseo. El reparto es injusto y la mujer cae del lado de lo inesencial. Todos sus dramas derivarán de esta primera negativa a la igualdad en la diferencia, piedra inaugural de un camino pavimentado de coacción y despotenciamiento que culminará en sociedades que durante milenios se perdieron de experimentar la potencia realizada de las mujeres que las integraron.

Sin posibilidad de estudiar, excomulgada del escenario laboral formal (reconocido socialmente), obligada a deslomarse en “tareas” de cuidado y reproducción de la vida, la única vía posible de supervivencia para la mujer fue durante muchos siglos el matrimonio, es decir: la validación por interpósita persona. La aceptación voluntaria de su secundaridad, de su inesencialidad: detrás de un hombre. El patriarcado se revela así una factoría de esclavas voluntarias: hordas de mujeres que aceptan someterse al camino del “amor”, que a cambio de convertirlas en objetos (de deseo) les garantiza respetabilidad y aceptación social. Se les impide cultivarse, aspirar a lo universal, nadie espera nada de ellas, y luego se las apostrofa y descalifica porque sus temas son “femeninos”, su capacidad para la ciencia, la técnica, el pensamiento abstracto, insuficiente.

La adolescencia marca la primera gran escisión de caminos. A los hombres se les enseña a avanzar sobre el mundo, enfrentarlo, conquistarlo. Proyectarse hacia el futuro con objetivos propios, asumiendo la responsabilidad del error o el fracaso, en tanto sujetos activos. A las mujeres, en cambio, se les destina la espera. Su “carrera” pasa por la belleza física, por encantar, fascinar, en una palabra: por lo que un sujeto activo piense o espere de ellas. Devienen así objetos, mercancía, valor de cambio (que además tiene un alto valor de uso). No se les impide tener alguna capacidad, alguna inteligencia: adornos. Lo importante sigue siendo que dediquen su existencia a enamorar, seducir, enganchar a un sujeto trascendente para anexarse a él y participar del brillo fulgurante que deja su paso por esta Tierra.

La realidad retratada por Simone en este libro enorme, fundamental, es en gran parte nuestro pasado. Hoy en día, las mujeres de todas las clases sociales pertenecen al mundo del trabajo, emancipación que abrió nuevas perspectivas y senderos posibles, pero también nuevas problemáticas. Sumaron a la jornada laboral las tareas de cuidado y reproducción en un loop de trabajo que no concluye jamás; sus sueldos y condiciones de trabajo suelen ser peores que las de sus colegas varones; viven presionadas por el mandato de la felicidad (formar pareja, armar una familia), del éxito profesional (ganar mucha plata, alcanzar un puesto alto dentro de la jerarquía de alguna empresa), de la juventud y la belleza. Casi descuartizadas en el potro de este tormento, las exploraciones del mundo que podemos hacer en tanto sujetas no logran aún salir del área de influencia que tiene el canto de sirena de nuestro antiguo destino de alteridad objetual y sufrimos por no poder ser todo al mismo tiempo.

Según Pausanias, la pronaos del templo de Apolo en Delfos invitaba a les visitantes: “Temet nosce”, conocete a vos misme. Con paciencia e inteligencia, gracia y audacia, Simone de Beauvoir, la divina Simone, se ha tomado el trabajo por todes nosotres. Basta subirse a su sidecar y sumarse al viaje como copilote y llorar y reír por todo lo que hemos logrado y sufrido juntes, hombres y mujeres, en esta travesía hacia la creación de un mundo poblado por sujetes diverses e iguales, equivalentes, en el que el amor sea el encuentro de mundos distantes, la afectación libre y amorosa de corrientes alternas y no una reproducción enmascarada del juego del amo y la esclava.

AO

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