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opinión

Riesgo seguro

@elchara

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Me gusta detenerme a leer las coagulaciones de sentido, lo que un tiempo establece como doxa, eso que se repite como disco rayado. Me gusta saber de qué están hechas esas cosas que se dicen hasta el hartazgo, que se instalan en boca de muchos, y que se aplican como una etiqueta, como una respuesta casi automática, como un cierre al vacío. Porque funcionan de esa manera: cierran la boca, vedan el decir, impiden vacilar, zozobrar, en definitiva, impiden pensar. Son un sellado al vacío, a la vez que vacían los asuntos de los que tratan. Esas formulaciones suelen pronunciarse de manera categórica, asertiva; se pretenden unívocas, arrasan con lo más vivo del lenguaje: su ambigüedad, su equivocidad, hasta transformarse en una lengua muerta. Son formulaciones que desconocen que, como dice Juan Ritvo, “si hay palabra, nada es categórico”. Desconocen que, como dice Juan Ritvo, “se abrió el lenguaje, se abrió la guerra”.

Hay en esos slogans un ímpetu de sello, de lacrado; una fe en su poder de conjuro; se sostienen en una especie de pensamiento mágico: pronunciarlas ya produciría el efecto deseado. Lejos de desechar esas formulaciones, tiendo a dar vueltas a su alrededor porque me interesan como formaciones de una época, sobre todo esta época de influencers, pedagogía por doquier y tutoriales -las nuevas máscaras de la autoayuda clásica-. Una época en que la hipervigilancia está a la orden del día -­porque, tal como sugiere ­Barthes, “la doxa vigila, censura (pedagogos vigilantes, censura de los compañeros)”-. ­Recetas y tips enunciados de modo tal que no se note su sesgo new age, que se hacen pasar muchas veces por saber científico –­no es ciencia, sino cientificismo, diría ­Derrida–­, se esparcen desde la masividad potencial de las redes para reclutar adeptos para un mundo seguro y una satisfacción garantizada. Entre esas formulaciones se encuentra la que predica que “hay que salir de la zona de confort”; se la suele repetir a menudo (hace poco en su sección “TP,” del programa de radio Todo pasa, Emilse Pizarro me hizo algunas preguntas sobre el asunto y fue así que me quedé pensando en la formulación).

En general tiendo a sospechar -sospecha como procedimiento de lectura- de las nociones que provienen de la llamada psicología positiva o el coaching, por varias razones. En principio porque anulan cualquier diferencia y postulan un para todos lo mismo, se pretenden nociones universales, algo dogmáticas; y luego porque apelan a un sujeto de la voluntad, al sujeto de la autoayuda, el sujeto del querer es poder. Cuando sabemos -y no hace falta apelar al psicoanálisis, basta con la experiencia cotidiana de cada uno de nosotros- que no siempre que uno quiere puede y, también, no todo lo que uno puede, lo quiere -quizás esto sea lo más difícil de admitir-. Por otra parte, lo que suele pasar con estas nociones es que, como se repiten tanto, ya no se sabe bien qué quieren decir. Diría que “hay que salir de la zona de confort” en principio se instaló como una especie de empuje al riesgo, como si se tratara de ir siempre hacia el riesgo; como si la vida sólo se sostuviera en la posibilidad de arriesgarse -el famoso “el que no arriesga no gana”, como si no pudiéramos también decir “el que no arriesga no pierde”-. Lo paradójico de esta formulación, además, es que se pretende que hay que salir de lo seguro, de lo cómodo, pero se enuncia desde un lugar de comodidad y de seguridad. Porque los que suelen esparcir este evangelio por la vida, suelen ser personas bien acomodadas en sus lugares, con sus necesidades bien cubiertas. Y además, están muy seguros de lo que pronuncian.

Es un poco zonzo pensar que esa prescripción no se impartiría si no se pensara que es segura. De modo tal que seguir prescripciones de época no es un riesgo ni una apuesta, sino todo lo contrario: es un modo de permanecer en nuestros lugarcitos de obediencia. Esta formulación aparenta ser una formulación de apuesta pero es, ante todo, una formulación conservadora y alienada a los valores de la maquinaria económica. Es una formulación sostenida desde los códigos de las corporaciones: hay que salir de la zona de confort para producir más, para rendir más, para ir hacia el éxito. Es una formulación que apunta a un bienestar de las personas, pero es un bienestar establecido según parámetros de éxito/fracaso, desarrollo personal, crecimiento, progreso hacia el éxito, concreción de objetivos, adaptabilidad y resiliencia -otra palabra vacía de la época-; y la vida no es la gestión de una empresa. La vida no se experimenta de esa manera y cuánto más ponemos estos discursos a circular, más sufrimiento producimos. No son formulaciones inocuas.

Por otra parte, el riesgo al que apela esta formulación es un riesgo preestablecido. Es el riesgo universal, el de los deportes de riesgo, el riesgo épico, estridente. No el de cada quien, no el pequeño acto inesperado, ese que se produce ahí donde no sabíamos muy bien lo que hacíamos, sino el gran salto al vacío.

Quizás se trate de un juego de dicotomías que espejan los signos de una época, las dos instancias al mismo tiempo: salir del confort y no pasarla mal

Tampoco diría que lo otro del confort es el deseo y el riesgo. No necesariamente sucede así. En esta formulación hay además un ninguneo del confort que es cuestionable: ¿por qué no querríamos empezar a vivir, con todo lo difícil que implica vivir, un poco más confortablemente? Hay una especie de épica del sacrificio y un moralismo del pasarla mal; ante el mínimo confort que alguien puede hallar en la vida cotidiana, que ya es de por sí bastante poco confortable, se produce la estigmatización de esos pequeños oasis que alguien puede haber encontrado al menos para reposar un poco. Por otra parte, a veces para pensar algo hay que estar un poco tranquilos, en la incomodidad permanente tampoco se puede pensar. Hay algunas personas que necesitan estar con menos inquietud para poder pensar.

Quizás haya que leer esta formulación en espejo con las formulaciones habituales de la época que prescriben una vida sin malestar. Los discursos de la felicidad garantizada, los del rechazo del malestar que implica la cercanía de los otros -llamándolos tóxicos-. Quizás se trate de un juego de dicotomías que espejan los signos de una época, las dos instancias al mismo tiempo: salir del confort y no pasarla mal. Prescripciones que no dejan de producir encrucijadas a los sujetos cada vez más apremiados por los mandatos de productividad. Hay que salir de la zona de confort es acaso una prescripción más al servicio de la maquinaria de la realización personal e individual. Una prescripción antipolítica que vela las condiciones de clase, las condiciones sociales y económicas de las personas. Una prescripción más que hace recaer sobre las espaldas de cada quien la responsabilidad de sus “éxitos” y de sus “fracasos”.

Las doxas son ineliminables en la medida en que resultan un tope a la inquietud suscitada por esas cosas que se presentan inasibles, opacas, inabordables y llenas de matices. ­Los estereotipos, que son, como dice Barthes, “colmos de artificio”, “colmos de naturaleza” a ser consumidos como sentidos innatos, funcionan para detener la chorrera de enigmas que se desprenden de lo inabarcable, de lo inconmensurable, de lo que nos hace vacilar. ­El estereotipo funciona para detener lo incierto y para creer que se está en un terreno seguro -por eso resulta tan paradojal el “hay que salir de la zona de confort”, estereotipo de esta época-. ­El estereotipo funciona porque hace de las cosas, cosas que funcionan. ­Pero si hay algo que no funciona como las cosas, es el deseo. ­El deseo suele presentarse errante, infernal, inclasificable y a menudo muy cercano a la angustia. ­Si bien no hay deseo que no implique una apuesta, esa apuesta no está predeterminada. El deseo no se confunde con lo aspiracional; es más: lo aspiracional muchas veces tiene más que ver con un ideal que con el deseo La apuesta del deseo es una apuesta que sólo podrá ser leída como apuesta a posteriori. Un acto no es una acción cualquiera, no es una acción tipificada.

No siempre hay que salir del agujero interior, a veces, cuando viene la tormenta, sólo se trata, como canta Coki Debernardi en Killer Burritos, de “saber bailar, sobre los vidrios del amor saltar/ y si te sangra, no sea tan mortal”.

AK

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