La sinfonía del movimiento
A Aminé Saiegh, la profe de gym que me guía tres veces por semana para mantenerme flexible, resistente y en placer con mi cuerpo cambiante desde hace casi seis años, la conocí por Agenda Amiga. ¿Una aplicación? No, una página de Facebook con miles de seguidores donde conviven recomendaciones de emprendimientos y servicios con comentarios del estilo: “¿Cómo se hace para que no bajen a un patio del primer piso las palomas que habitan el quinto?”.
Aminé, una morocha de rulos que aparece en Instagram como @zumba_con_ami no es el estereotipo millenial de la personal trainer, hija de la generación boomer o de la X, que vive apegada a la tecnología y “se mata” o “mata” a sus alumnes en esos gimnasios espejados donde mirar y mirarse es el gesto inevitable de la obsesión narcisista. A ella le gustan el aire libre, divertirse con sus alumnes, fortalecer su autoestima y, sobre todo, trabajar por la aceptación corporal, generando un clima confortable que también propicia el estiramiento, la relajación, las risas, las lágrimas, la celebración de lo que se comparte.
Hace décadas que soy gorda, independientemente del peso que pese, y la actividad física, el movimiento, siempre fueron parte de mi vida. Aunque, por años, mis prácticas fueron casi a escondidas.
Dice la activista corporal Lux Moreno en su libro, imperdible, Gorda vanidosa (sobre la gordura en la era del espectáculo), que en la actualidad el gran objetivo personal y social es “lograr un cuerpo atlético de parte del to fit, encajar en las demandas culturales que se nos imponen”. Es decir, el mandato general es que hay que cambiar los cuerpos, no sólo para gozar de “buena” salud sino para “caber” en cierto modelo.
“Entrar en, ”encajar“ o ”caber“ ”son las formas de definir la eficiencia respecto de los modos estandarizados de reconocimiento“, aporta Lux. En la Atenas clásica y platónica, la experiencia mayoritaria de los cuerpos estaba en lo más bajo de la valoración, ya que se encontraba en el extremo opuesto del Mundo de las Ideas. Eran los tiempos en que la gimnasia se promovía como una higiene corporal de los guardianes de la polis, ”mediante una ejercitación flexible y adecuada“.
Durante la Edad Media, continúa la activista gorda y por la diversidad corporal, el deporte se va convirtiendo “en una actividad aristocrática, cuyos modelos eran las justas de caballeros y otros torneos similares”. Los deportes se van normativizando, sobre todo para limitar la violencia física entre los señores feudales“. Ya en la Inglaterra industrial, el objetivo es propiciar una actividad que permita controlar a la clase trabajadora para que ”rinda“ más en las fábricas.
Hoy, la idea generalizada es que la gimnasia y afines alejan de una vida tóxica, recrea mentes, cuerpos y almas y, en paralelo a la primacía de la Medicina, nos mantiene en un estado de bienestar saludable. Los profes, colectivos o personales, nos arman rutinas para lograr propósitos tales como: endurecernos sin perder elasticidad, mejorar nuestras posturas físicas, evitar la osteoporosis, tornear glúteos y endurecer abdominales. Inspirar profundo y exhalar. Moverse es como respirar: vital.
La tecnología acompaña. De hecho, a partir del encierro por el Covid 19 mis clases con Ami son en la terraza, en el garage o en el jardín de casa, según la intensidad del sol, que llueva o no con la vieje en la cueva, o que el marido se haya llevado el auto y siempre, con una batería de elementos como el mat, las pesitas, la rusa, las tobilleras, la barra, el elástico.
Antes de conocer a mi “media naranja” (qué bien huelen las frutas en verano) ya me entrenaba. Incluso, tuve una etapa como corredora. Fue el tiempo en que como una elastic girl convertí esa actividad en una práctica casi diaria. Rebotaba suavemente sobre la tierra blanda de Palermo o de Agronomía, escuchando “Canción para los días de la vida” (Luis Alberto Spinetta, A 18 minutos del sol, 1977) o “Néctar” (LAS, Para los árboles, 2003), entre otros temazos.
Pero volvamos al presente, tan lejano de mis jornadas juveniles e intensas de vóley en los clubes Scholem y CER, bajo la mirada de Claudio Hochman, entonces entrenador de las chicas jugadoras, y hoy director y dramaturgo de la escena en Portugal.
Hablo con Aminé, Ami, la madre de Benjamin, mi profe, con una perspectiva diferente de la de muches de sus colegas. Luego de esos días posteriores a las fiestas, cuando se intenta arrancar el año cumpliendo autopromesas de dietas y gimnasio para alcanzar una figura modélica, mientras comemos las sobras freezadas de las mesas de Navidad y Año Viejo, recibe pedidos de clases de personas que viven en Utopía, anhelando ser otres, algo que lleva al fracaso inevitable. Es algo que sucede desde el inicio de la primavera, aunque también en verano, otoño, invierno.
Licenciada y profesora de Educación Física y Deporte, e instructora de Fitness Grupal y Zumba, me explica que “el movimiento es parte de la condición humana, desde que estamos en la panza de mamá. Moverse es una necesidad básica, igual que comer y dormir, tengas el cuerpo que tengas, con mayores o menores posibilidades. Lamentablemente, la vida moderna y los avances tecnológicos vinieron de la mano del sedentarismo y muchas personas se olvidaron de practicar esa actividad”.
“El gimnasio puede ser un lugar favorito o un espacio de tortura porque vivimos una época en la que el aspecto físico importa mucho a la hora de pertenecer. Nos exponemos a comparaciones y se complica para quien no se siente a gusto consigo. Si le sumás la generalización que ejercen los profesores porque deben trabajar con tantos alumnos a la vez, el asunto se complejiza todavía más”, advierte. “El alumno debe adaptarse a la rutina de ejercicios y debería ser al revés. Por eso, en los centros de entrenamiento sólo vemos gente con una historia deportiva y figuras visiblemente entrenadas. Siempre hay excepciones y yo aplaudo de pie a quienes combaten y les ganan a los estereotipos”.
Cada cuerpo “es un templo que nos acompaña toda la vida y el medio/instrumento con el cual nos relacionamos con el afuera”, prosigue Ami. “Más allá de su forma y tamaño es importante cuidarlo y respetarlo, con una ‘buena’ nutrición, ejercicio físico y descanso. Estar fuerte es poder hacer lo que deseamos sin demasiadas limitaciones ni malestares, más allá del aspecto. Claro que hay quienes confunden salud con músculos voluminosos o panzas hundidas. Luego de atravesar la pandemia, una parte de la humanidad tomó conciencia de que había que tener mayores cuidados. Lo valioso del movimiento es como nos permite conectarnos con nuestras fortalezas y limitaciones físicas, espirituales y emocionales. Escuchar el cuerpo con atención, constancia y compromiso, nos enseña a comprendernos mejor y obrar en consecuencia. Es nuestra casa, no debemos serle indiferentes”.
En su función docente, Saiegh se propone ayudar a iluminar a cada alumne/alumna/alumno. Justamente, el prefijo a modifica la raíz lum, convirtiéndonos en no iluminades; el lenguaje nunca es neutral. “Mi objetivo, asegura, es colaborar en la creación de la necesidad de moverse hasta el último día”, con ella, otres profes, en grupo o en soledad. “La actividad corporal es como un territorio donde sembrás una semilla y hay que permanecer para que se complete el ciclo con calidad. La vida sin movimiento no es posible. Pero el cuerpo no es una máquina, ni somos magos. Con paciencia y amor, una nutrición integral e intuitiva y descanso reparador, es difícil fracasar”, concluye.
Trabajar en conjunto, con todas las herramientas disponibles, pensar con les demás, no recluirse, bailar la sinfonía del movimiento y continuar. Tal vez de eso se trata ser gorda, de procurar una existencia alegre, sabiendo que habitar y habitarnos también duele.
LH
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